«La forja», la primera parte de la autobiografía novelada de Arturo Barea


«La forja» es el primero de los tres volúmenes que componen la obra «La forja de un rebelde», de Arturo Barea, autor español desconocido para la mayoría, que vivió en la primera mitad del siglo XX, unos años muy convulsos en España, tanto los previos a la Guerra Civil como los posteriores, incluyendo el exilio forzado en Inglaterra.

El Shakespeare reencarnado por Maggie O'Farrell en «Hamnet»


Hace algún tiempo que leí esta novela empujado por las numerosas recomendaciones que había recibido. He dejado pasar este lapso para que se deshiciera la confusión que sentía. Con la distancia, a veces, es posible reconocer y hasta entender cosas invisibles cuando se está inmerso en el huracán de emociones generadas durante la lectura.

El sentido del sinsentido de «Pedro Páramo», la novela de Juan Rulfo


Ando preguntando a mis conocidos de qué va «Pedro Páramo», la novela emblemática de Juan Rulfo. Más bien, cuál es el sentido, el mensaje, más allá de alabar su original estructura; más allá de considerarla obra maestra porque sea difícil de leer (ay del Ulises de Joyce, cuándo me atreveré).

Brevísimo comentario de «La nariz», un cuento de Nikolai Gogol


Leo este cuento mientras tomo el sol en la playa. En medio de la arena veo una nariz con sombrero que pasea tan campante mientras que un alto funcionario sin nariz no sabe dónde había ido a parar su apéndice facial.

«Matar a un ruiseñor», una estupenda novela de Harper Lee


Me gustan los libros que van de menos a más, a pesar del peligro de que, si el "menos" dura demasiado tiempo, termine por abandonarlos. En algún momento he llegado a pensar en dejar esta novela, ya que a lo largo de la primera mitad se limita a describir la vida, más o menos placentera, de unos muchachos preadolescentes, narrada desde el punto de vista de uno de ellos; una vida que no tiene nada de especial, solo salpicada de las típicas sorpresas e inocencias finalizadas.

«Los miserables» y mucho más en la novela de Victor Hugo


    Hoy es el día en el que he terminado esta obra magna, en calidad y en tamaño: 1.347 páginas. Empecé a leerla hace unos cinco meses, tras ostentar el título de libro más recomendado en mis ránquines particulares. En mi descargo, diré que durante este tiempo no solo he leído esta novela, aunque, por los motivos que cito a continuación, unas secciones me las bebía mientras que otras se me atragantaban.

Mis mejores lecturas a lo largo de los años

   


Estas son mis mejores lecturas, o los libros que más me han gustado, o que mejor recuerdo, o que más me han impactado, o, como diría un anglosajón, mis libros favoritos; cualquiera de estas expresiones, o todas, habrían valido para titular este artículo. Desde hace unos 50 años vengo anotándome los libros que leo; no todos, no lo hago con los obligatorios de mi etapa colegial, universitaria o laboral. Siempre me ha gustado anotar, dejar constancia, sobre todo de las recomendaciones que recibía y de mis propias valoraciones, supongo que porque así podía revivir el pasado de alguna manera. Al comienzo anotaba en un papel, luego en una hoja de cálculo y actualmente en una app del móvil. Sea como fuere, ya son muchos años de anotaciones y me encuentro con el deseo y el derecho de mostrar aquí los libros que he catalogado, hasta hoy, como excelentes o, lo que es lo mismo, de posible relectura. Las otras tres categorías que utilizo son "me gustó", pero no lo volveré a leer, "regular" y "malo", que no necesitan explicación.

Por supuesto, soy consciente de lo personal y arbitrario que es valorar un libro y, por tanto, no espero que se tome esta lista como algo canónico. Muchos diréis que faltan vuestros libros preferidos y otros que sobra tal o cual título. Lo entiendo. Estos son solo los míos, los que forman parte de mí; de alguna manera, yo no sería el mismo sin ellos.

Como veréis hay sobre todo ficción, pero también hay algunos ensayos y, a mi pesar, nada de poesía. En fin, esta es mi pequeña aportación al océano de listas que pululan en internet, por orden estrictamente alfabético del título, ya que me siento incapaz de decir cuál me gustó más y cuál menos (resalto e incluyo enlace en aquellos que cuentan con artículo propio en este blog):

  • Anna Karenina, de Leon Tolstoi
  • Ardor guerrero, de Antonio Muñoz Molina
  • Catedral, de Raymond Carver
  • Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes
  • Cómo ser un estoico, de Massimo Pigliucci
  • Corazón tan blanco, de Javier Marías
  • Crematorio, de Rafael Chirbes
  • Crónicas marcianas, de Ray Bradbury
  • Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno
  • Desgracia, de J. M. Coetzee
  • Deshoras, de Julio Cortázar
  • Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
  • El adversario, de Emmanuel Carrère
  • El árbol de la ciencia, de Pío Baroja
  • El arte de pensar, de José Carlos Ruiz
  • El camino, de Miguel Delibes
  • El corazón del tártaro, de Rosa Montero
  • El corazón helado, de Almudena Grandes
  • El corazón y otros frutos amargos, de Ignacio Aldecoa
  • El diario de Ana Frank
  • El escritor y sus fantasmas, de Ernesto Sabato
  • El extranjero, de Albert Camus
  • El gozo de escribir, de Natalie Goldberg
  • El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger
  • El héroe de nuestro tiempo, de Mijail Lermontov
  • El infinito en un junco, de Irene Vallejo
  • El ingenuo, de Voltaire
  • El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio
  • El lobo estepario, de Hermann Hesse
  • El mundo, de Juan José Millás
  • El mundo según Garp, de John Irving
  • El pintor de batallas, de Arturo Pérez-Reverte
  • El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde
  • El sentido de un final, de Julian Barnes
  • El señor de las moscas, de William Golding
  • Elogio de la madrastra, de Mario Vargas Llosa
  • En busca del tiempo perdido 1. Por el camino de Swann, de Marcel Proust
  • Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago
  • Entremeses, de Miguel de Cervantes
  • Escribir ficción, del Gotham Writers Workshop
  • España partida en dos, de Julián Casanova
  • Ética para Amador, de Fernando Savater
  • Fahrenheit 451, de Ray Bradbury
  • Gabriela clavo y canela, de Jorge Amado
  • Grandes esperanzas, de Charles Dickens
  • Guerra del tiempo y otros relatos, de Alejo Carpentier
  • Hay un libro dentro de ti, de Raimon Samsó
  • Intemperie, de Jesús Carrasco
  • La balada del café triste, de Carson Mccullers
  • La busca, de Pío Baroja
  • La casa de los siete tejados, de Nathaniel Hawthorne
  • La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza
  • La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa
  • La colmena, de Camilo José Cela
  • La conjura de los necios, de John Kennedy Toole
  • La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell
  • La construcción del personaje literario, de Isabel Cañelles
  • La edad de hierro, de J. M. Coetzee
  • La elegancia del erizo, de Muriel Barbery
  • La infancia recuperada, de Fernando Savater
  • La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera
  • La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson
  • La lluvia amarilla, de Julio Llamazares
  • La mortaja, de Miguel Delibes
  • La muerte de Ivan Ilich, de Leon Tolstoi
  • La muerte en Venecia, de Thomas Mann
  • La peste, de Albert Camus
  • La prueba, de Agota Kristof
  • La Regenta, de Leopoldo Alas "Clarín"
  • La sociedad del cansancio, de Byung Chul Han
  • La tregua, de Mario Benedetti
  • Las armas secretas, de Julio Cortázar
  • Leer la mente, de Jorge Volpi
  • Los años, de Annie Ernaux
  • Los cuentos de amor ya no se llevan, de Isabel Cañelles
  • Los cuernos de don Friolera, de Ramón María del Valle Inclán
  • Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez
  • Los monederos falsos, de André Gide
  • Los pájaros de Bangkok, de Manuel Vázquez Montalbán
  • Los viejos marineros, de Jorge Amado
  • Madame Bovary, de Gustave Flaubert
  • Más Platon y menos Prozac, de Lou Marinoff
  • Mientras agonizo, de William Faulkner
  • Mientras escribo, de Stephen King
  • Mortal y rosa, de Francisco Umbral
  • Nada, de Carmen Laforet
  • Narciso y Goldmundo, de Hermann Hesse
  • Padres e hijos, de Ivan Turgueniev
  • Para ser novelista, de John Gardner
  • Patria, de Fernando Aramburu
  • Pepita Jiménez, de Juan Valera
  • Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez
  • Quo Vadis?, de Henryk Sienkiewicz
  • Sé lo que estás pensando, de John Verdon
  • Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino
  • Siddhartha, de Hermann Hesse
  • Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos
  • Un mundo feliz, de Aldous Huxley
  • Viaje a la semilla, de Alejo Carpentier
  • Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez
  • Volverás a Región, de Juan Benet
  • Wilt, de Tom Sharpe
  • Y aquí un poco de humo y otros cuentos, de Ignacio Aldecoa
  • Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury

Mi intención es ir actualizando periódicamente esta lista con aquellas lecturas que, para mí, merezcan ser incluidas.

Espero vuestras opiniones en el apartado de comentarios.

«La conquista de la felicidad», una interesante propuesta de Olga Bertomeu


Al ver este libro en una librería de viejo de Torrevieja (España) me acordé del ensayo homónimo de Bertrand Russell, que tantas veces leí y regalé. Y pensé que su contenido se parecería al tener el mismo título. Me equivoqué.

Los polémicos «Diez negritos», de Agatha Christie


La vida es tramposa. Crees que las cosas son de una forma y, más tarde que temprano, cuando llevas vivida buena parte de ella, te da un bofetón y te descoloca. Como les sucede a los personajes de esta novela. Cada uno de los diez personajes ha vivido bajo una conciencia inconsciente de sus actos hasta que, por sorpresa, tienen que afrontarlos, es verdad que en contra de su voluntad.

«Cumbres borrascosas», de Emily Brontë, mucho más que una novela romántica


No debería haber leído el apéndice de esta novela sin haber escrito antes este artículo; apéndice que incluye una reseña biográfica escrita por Charlotte Brontë, la hermana de la autora. Antes de leerlo tenía una idea de lo que quería decir aquí, pero tras los comentarios de las hermanas Brontë he decidido matizarla.

Tristeza y enfado con la «España partida en dos», un ensayo de Julián Casanova


Leer este libro me ha entristecido y hasta me ha enfadado. Cómo no hacerlo al confirmar con datos objetivos que un grupo de españoles doblegó por la fuerza el legítimo orden constitucional de la Segunda República española. Cómo no hacerlo al confirmar que Francia, Reino Unido y Estados Unidos miraron para otro lado con su pacto de no intervención cuando la Alemania prenazi y la Italia prefascista suministraban gran cantidad de armamento, aviones y soldados a los golpistas. Cómo no hacerlo al confirmar que durante diez años después de acabada la Guerra Civil el franquismo masacró sistemáticamente a los que se atrevían a defender el régimen legítimo de la República o a los que no coincidieran con el pensamiento oficial. Cómo no hacerlo al confirmar que la Iglesia católica felicitó, encumbró y se benefició de los cuarenta años de dictadura que siguieron a la guerra. Y, por último, cómo no hacerlo al confirmar que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los países democráticos europeos reconocieron al único régimen dictatorial de Europa, junto con el portugués, y abandonaron el recuerdo de la democrática, pero ya muerta, República española.

«El peligro de estar cuerda», el presuntamente contradictorio título del libro de Rosa Montero


Tras unas pocas páginas empecé a creer que solamente se trataría de un libro que intentaba hacernos creer que los escritores son poco menos que una clase especial de personas que se caracterizaban por el hecho de que ser enfermos mentales y, por tanto, más que envidia deberíamos tenerles lástima. Hacen algo, escribir, que la mayor parte de los humanos somos incapaces de hacer, al menos con su habilidad; pero debemos consolarnos porque es una de las muchas consecuencias de su enfermedad, la mejor y más llamativa; otras como su propensión al suicidio o su imposibilidad de llevar una vida normal no pueden considerarse muy positivas. Es como si nos dijeran que el precio que tienen que pagar los escritores, y los creativos en general, por ser envidiados sería el de su precaria salud mental. Me ha recordado a la pena que pretenden darnos algunos poderosos (políticos, empresarios, etc.) por la vida estresada que llevan para procurarnos bienestar. ¿Queda claro que no me considero escritor a pesar de haber escrito dos novelas, más de cien cuentos y doscientos artículos de este blog?

«La metamorfosis y otros relatos» de Franz Kafka



No estoy seguro si es la tercera o la cuarta lectura que hago de «La metamorfosis». En esta ocasión lo he hecho no tanto por este cuento como por el resto de relatos que componen este volumen. En total han sido 18 historias, algunas muy cortas. Prácticamente en todas, Kafka recurre al absurdo, entendiendo como tal una situación imposible que transcurre en un ambiente real: una cucaracha pensante, un ayunador (alguien que compite por ser el que más tiempo aguanta el ayuno), un chimpancé que habla, etc.

Carson McCullers en todo su esplendor, en «Reflejos en un ojo dorado»


Una buena novela se caracteriza, entre otros aspectos, porque cada lector reconoce en ella algún tema que le atañe, de forma que los significados de la obra son tantos, como mínimo, como el número de lectores. Es como si el libro fuera un espejo que refleja al lector, no su piel y aspecto externo, si no su interior, su alma, ese yo que intenta ocultar a los demás y, sobre todo, a sí mismo.

Una mina epigramática en «El retrato de Dorian Gray», la novela de Oscar Wilde


No resulta fácil hablar de un clásico, como lo es este, que todo el mundo conoce, y del que no falta casi nada por decir. Por ello, no voy a comentar el argumento ni los personajes ni los temas que aborda esta novela, por muy sobresalientes que sean. Entonces, ¿queda algo por mencionar? Desde luego, al menos lo que para mí ha resultado más sorprendente: la habilidad epigramática de Oscar Wilde.

«Cómo no hacer nada», un ensayo de Jenny Odell sobre la economía de la atención


Comencé a leer este ensayo atraído por su título. Acostumbrado a una vida, no solo la profesional, enfocada a la productividad, me intrigó saber cómo proponía la autora vivir sin hacer nada. Me equivoqué.

«Una historia ridícula» que no es tal, de Luis Landero


Alguien muy cerebral, como podríamos serlo cualquiera de nosotros. Alguien que arrastra un cierto complejo de inferioridad, algo nada infrecuente. Sin embargo, según avanza la lectura nos vamos dando cuenta de que ese alguien, el protagonista, se desliza por el camino de la psicopatía al desear no solo la muerte de los enemigos, sino también de los que quiere. Hasta llega a creerse con un poder sobrenatural para conseguir sus fines. Sin embargo, el autor lo narra de una forma tan natural que es imposible sentirse ajeno a tales pensamientos.

La memoria de «Los años», el libro de Annie Ernaux


Me gustan los libros que van de menos a más, como me ha pasado con este. El arranque, con la vida social y personal de la autora en la Francia de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, me resultaba algo distante, ajeno. Conforme la autora/narradora ampliaba su visión, sentimientos y emociones comenzaron a resultarme familiares. Porque sí, este es un libro, no una novela, autobiográfico, pero intencionadamente despersonalizado. Lo es porque la narradora, trasunto de la autora, nunca habla en primera persona del singular: o lo hace en primera persona del plural cuando narra los sucesos sociales en Francia, o en tercera persona del singular para referirse a la persona que aparece en las fotografías y vídeos que se comentan a lo largo del texto. Gracias a este doble enfoque puede profundizar hasta lo más íntimo de su ser, emocional y hasta físicamente.

«Martutene», la novela total de Ramón Saizarbitoria


Soy consciente de que no todos los libros son buenos para todo el mundo; es más, no sería de extrañar que las obras más afamadas por la crítica sufran del rechazo popular. De ahí que, en esta ocasión, me dirija a dos posibles, pero muy diferentes tipos de lectores:

¿Por qué te recomiendo esta novela? Por alguna o varias de las siguientes razones:

  • Porque consigue reflejar con detalle los pormenores psicológicos de cada uno de los personajes.
  • Porque narra en presente, algo que convierte al lector en espectador de los sucesos; narración que es mucho más compleja que la tradicional en pasado. Es más, incluso cuando narra sucesos del pasado lo hace en presente sin que por ello se pierda el lector.
  • Porque cada uno de los personajes está magistralmente diseñado.
  • Porque el desarrollo de la trama es consecuente con la forma de ser de los personajes.
  • Porque, como sucede con las grandes obras, pide una lectura sosegada que permita disfrutar de una prosa bien construida.
  • Porque no abusa de metáforas u otros recursos literarios como método de realce, sino que apuesta su éxito a la descripción casi forense de los acontecimientos.
  • Por el cabal conocimiento del oficio de escritor, como lo demuestra al definirlo el mismo narrador como: "Trabajar lo más íntimo de uno mismo, cocinar las propias entrañas aderezándolas quizá, porque la convención lo exige, con historias que nacen de su imaginación o que recoge aquí y allá, para ofrecérselas a un público renuente que se acerca a veces y que, tras husmear, como perro que olisquea la basura, esa materia de dolor, vuelve a su camino, indiferente."
  • Porque no desdeña descripciones casi escatológicas.
  • Porque te gusta la obra del escritor Max Frisch.

¿Por qué no te recomiendo esta novela? Por alguno o varios de los siguientes motivos:
  • Porque la lectura de sus casi ochocientas páginas ocupa más tiempo del que estás dispuesto a dedicar a un libro, por mucho que se trate de una obra excelente.
  • Porque la minuciosidad en el análisis del comportamiento de los personajes con frecuencia crea subtramas que pueden llegar a distraer de la trama principal.
  • Porque la única intriga que se da es, en apariencia, poco relevante para que un lector aguante un texto tan largo.
  • Porque la problemática vasca, política, social y hasta psicológica, con estar bien traída, o bien ya estás saturado de ella o bien no te interesa.
  • Porque no desdeña descripciones casi escatológicas.
  • Porque no te gusta la obra del escritor Max Frisch.

Finalizo con unos pocos fragmentos de los muchos que he anotado:
  • De niña odiaba aquellas canciones. Ahora daría cualquier cosa por poder cantarlas a su lado.
  • Martin dice que los viejos miran la televisión como antaño miraban el fuego: para pensar en sus cosas.
  • Coge el agua directamente del grifo para enjuagarse en un gesto muy juvenil, le parece, y al agacharse se sujeta los pechos con el antebrazo para que no cuelguen.
  • Ha advertido tarde que, en los tiempos que corren, la negativa a mantener el semblante del supuesto saber, un semblante que a él le parece ridículo, supone arriesgarse a no ser tomado en serio.
  • Con el tiempo ha constatado que el instinto está muy sobrevalorado y que la experiencia, aparte de ser un procedimiento de adquisición de saber que requiere demasiado tiempo, tampoco sirve siempre.
  • También tiene la sensación de que los coches aceleran la marcha cuando divisan a un peatón cruzando incorrectamente.
  • Le fastidia que sea tan digno porque, a fin de cuentas, le toca a él cargar con el coste de tanta integridad, ya que lleva un buen dinero gastado en el negocio.
  • Permanecen así un rato los dos callados, en el extremo de la barra, ahora repleta de gente, hasta que el camarero, retirando la taza de café llena con naturalidad, les pregunta si quieren algo más, una forma de decirles que por qué no dejan sitio libre.
  • Es digno de ser destacado el coqueto detalle de hacerse el viejo para que la joven americana le diga que no aparenta su edad.
  • ¿Qué te parece?, pregunta, exagerando como siempre el tono de broma para ocultar que habla completamente en serio [...].
  • Ya ha tenido otras veces la impresión de que es más fácil confiar intimidades a un extranjero. En parte porque nos importa menos lo que pueda pensar o el uso que haga de lo que le decimos. Pero también porque la gente se siente protegida por la coartada de las limitaciones de comunicación: incluso confía en que el extranjero no le entienda del todo o en que las inconveniencias cuelen como defectos de expresión o como errores interpretativos. Algo parecido a lo que ocurre de madrugada con una copa en la mano y varias dentro el cuerpo.
  • Los mitos son mentira, qué duda cabe, pero lo que hace especiales a los vascos es la capacidad, la voluntad de hacer verosímiles los suyos.
  • Curiosamente, tanto oro no empaña su imagen de austeridad porque las joyas en ella no parecen adornos. Son necesarios signos de estatus, nada más.
  • Siempre le ha llamado la atención la naturalidad con que se mueven desnudas las mujeres una vez que lo han hecho la primera vez.
  • No recuerda quién dijo que el problema es que para escribir hay que dejar de pensar, y que es muy reconfortante pensar y muy penoso escribir.
  • Un beso fugaz en el que ha tenido tiempo de sentir sus mejillas heladas, y le parece percibir que ha estado en contacto con la muerte.
  • Las lenguas son vehículos funcionales. Se dice que una lengua no desaparece porque quienes la desconocen no la aprenden sino porque quienes la saben dejan de utilizarla, pero eso es como sostener que una persona no muere mientras muestra signos de actividad cerebral. Todo nace y todo muere. Existen cinco mil lenguas en el mundo de las que anualmente morirán veinticinco, y el mundo seguirá girando sin que ningún ser humano vaya a enmudecer por ello.
  • En alguna medida le tienta el deseo de ser sincero al menos con ella, pero no puede. Su soberbia está a la altura de su cobardía.
  • El teléfono suena incesantemente, implacablemente, interminablemente, y se interrumpe abruptamente entre dos tonos: clic. [...] No hay sonido más irritante que el de un teléfono que no hay que descolgar.
  • Julia se deja vencer por un viejo sentimiento de hastío y repulsión largo tiempo reprimido, sabiendo que hace mal pero dispuesta a disfrutar del placer de abandonarse a él.
  • Siempre he pensado que lo más grande y lo más miserable a la vez del ser humano es su capacidad de adaptación.
  • Se quita el sujetador y las bragas. Se acerca al espejo. Se sujeta los pechos con la mano y el antebrazo izquierdo y con la derecha se peina el vello púbico hacia arriba. Tendría que cortárselo.
  • Era tan absurdo estar esperando la muerte, tan natural desearla.
  • Resulta difícil saber si sonríe o si simplemente no le caben las fundas en la boca.
  • Seguramente por eso, porque no trabaja, no se cree con derecho a disfrutar del ocio.
  • Quizá la necesidad de escribir no sea más que un síntoma de su infelicidad. Puede que escriba porque no es feliz o para saber por qué no lo es, y si lo fuera no necesitaría hacerlo.

«Amistad de sardinas», un cuento de Javier Peñas


—Ya vale —le dije a Julien.

—¿Qué pasa, Pierre, tanto te importa despeinarte un poco?

—Levanta el pie del acelerador, por favor.

—Tranquilo, que controlo.

—Vas a matarnos; ya verás.

—Vosotros dos —dijo Julien mientras miraba por el retrovisor—, ¿vais bien ahí de-trás, no decís nada a este de mi derecha?

Marcel y Lucas sonrieron sin contestar.

Descubriendo a Mario Benedetti gracias a «La tregua», su novela corta


Tenía ganas de leer una novela que no rezumara lirismo. Una que se leyera por la historia, sin que por ello olvidara una escritura solvente. Esta novela corta de Mario Benedetti lo ha conseguido.

Frustrado con el «Libro de Manuel», una novela de Julio Cortázar


Julio Cortázar es uno de mis escritores preferidos (mejor que «favoritos», ¿verdad?). Después de leer su cuento «El perseguidor», incluido en su libro de relatos Las armas secretas, me propuse leer la totalidad de su obra. De hecho, es el autor con más reseñas en este blog: Todos los fuegos el fuego, Deshoras, La otra orilla, Alguien que anda por ahí, Queremos tanto a Glenda, Final del juego y Octaedro. Aunque sin comentarios en el blog, también leí Bestiario y Las armas secretas. Incluso me atreví con Rayuela, su novela más celebrada.

De nuevo Gabriel García Márquez, esta vez con «El amor en los tiempos del cólera»


Cada vez que termino una novela me pregunto si el autor siguió un esquema previo o se dejó llevar. En esta ocasión, y sin tener ningún fundamento objetivo, me he convencido de que García Márquez fue arrastrado por su imaginación para llevarle a uno de los finales posibles sin que él lo tuviera decidido al comenzar a escribir.  Me atrevo a hacer esta suposición porque los protagonistas, o aparentes protagonistas, de la primera parte de la novela no son los auténticos protagonistas del resto del relato. Puedo estar equivocado, nunca llegaré a saberlo, lo sé, pero ¿esta convicción resta valor a la obra? Sí y no. Sí lo hace si se entiende esta novela como una narración improvisada en lugar de algo meditado y con una intención previa; no lo hace si vemos la novela como un producto gozoso del placer escritor de una imaginación tan exuberante como la del autor.

Inmerso en las «Meditaciones» de Marco Aurelio


Me maravilla cómo, dos mil años después de que fueran escritas, pueda yo estar leyendo estas meditaciones o reflexiones o consejos de un emperador romano que, además de ser un gran aficionado a la lectura y de tener que gobernar el mayor imperio de la época, no dejó nunca de guerrear contra los bárbaros que no dejaban de poner a prueba las fronteras; una dicotomía pensador/guerrero que cuesta desprenderse de ella mientras se lee este libro.

«El corazón helado», la larga y, aún así, excelente novela de Almudena Grandes


Y lo acabé. Son casi mil páginas; mil páginas llenas de buena literatura, pero son muchas páginas para un solo libro. ¿Un solo libro? Puede ser, pero con varias historias, algunas tan desarrolladas que por sí mismas merecerían un volumen para cada una. Esa variedad y profundidad obliga a una miríada de personajes y de tiempos narrativos que, en mi opinión, debilitan el interés del lector, pero no llegan a anularlo gracias a la minuciosa y visual prosa de Almudena Grandes. De hecho, estoy seguro de que de en ningún otro libro he anotado tantos fragmentos como en este; en muchos de esos retazos es apabullante la belleza y maestría de su factura.

Acompañemos a Jonathan Swift en «Los viajes de Gulliver»


En pocos libros hasta ahora he sentido una necesidad tan imperiosa de escribir acerca de él. Es como si hubiera provocado un terremoto en mi cerebro y este necesitara explicarse para evitar males mayores.

Cortázar nunca defrauda, tampoco en «Deshoras»


Puede que la trama de algún cuento no te guste o que no la entiendas, pero incluso en esos casos encontrarás frases que te asombran por la altura literaria a la que volaba Julio Cortázar.

Mi dificultad para leer bien «El rey Lear», la obra de teatro de William Shakespeare


Empiezo por la conclusión: en el futuro evitaré leer obras de teatro traducidas al español y escritas originalmente en verso en inglés medieval, aunque su autor sea Shakespeare.

Joseph Conrad siempre será uno de los nuestros gracias a su «Lord Jim»


Comienzo por decir que, aunque he procurado no hacerlo, no me ha quedado más remedio que revelar algunos aspectos del argumento. Además, este artículo lo he redactado en tres momentos diferentes. Prometo que lo hecho así para conseguir que no solo no decaiga sino que se incremente el interés por la lectura de esta novela.

De cómo me enamoré de Jorge Amado con «Gabriela, clavo y canela»



Me siento obligado a avisar de que, en esta ocasión, para decir lo que quiero decir, desvelo algunos aspectos de la trama.

Raquel Albizu deslumbra con los secretos en su novela «El bote de canicas»

 


Redonda. Dícese de la obra que es «perfecta, completa y bien lograda». Esta definición que da el Diccionario de la lengua española para la palabra «redonda» es la que mejor se ajusta a esta novela, la primera de Raquel Albizu. Si no fuera así, cómo es posible que:
  • desde el comienzo uno se intrigue por saber qué secretos esconden los protagonistas;
  • trate con inteligencia temas universales como la envidia, la vergüenza o la crueldad;
  • se entremezcle la narración del presente con lo sucedido en el pasado sin que el lector se dé cuenta;
  • se disfrute de una narración clara y eficaz, escasa de rebuscadas e innecesarias metáforas;
  • se desarrolle la historia en un contexto rico de detalles; y
  • se trame todo a través de una estructura ligada con el juego de canicas, que da título a la obra.

«La ridícula idea de no volver a verte», un libro inclasificable de Rosa Montero




No suelo atender las palabras dichas a modo de alabanza de alguien que acaba de fallecer ni, menos, las que se dirigen a un muerto, como ignorando que no las va a escuchar: resulta evidente que dichos discursos se dirigen en realidad a los oyentes vivos. Por eso me resultan, en buena medida, impostadas. Marie Curie, en el diario que escribió tras la muerte de su marido, Pierre Curie, y que se incluye al final de este libro, es cierto que parece hablar con su marido, pero, a diferencia de los falsos aduladores, ella lo hace sin la intención de hacer público su doliente monólogo. De alguna forma, me recordó el de Carmen, la protagonista de Cinco horas con Mario, la novela de Delibes, que ya comenté en este blog (aquí).

Descubriendo a Manuel Vázquez Montalbán en «Los pájaros de Bangkok»

 



Lo primero que suele ocurrírseme cuando termino de leer un libro que me ha gustado es «cómo es posible que no haya leído antes nada de este autor»; después me digo «tengo que leerme toda su obra», para finalmente reconocer que «bueno, tampoco es eso, hay muchos otros autores y libros, y lo mismo hay alguno que incluso me guste incluso más».

Dos fragmentos y poco más de «El juguete rabioso», una novela de Roberto Arlt


Libro extraño, que me ha resultado indiferente en su conjunto, pero con abundantes momentos deliciosos, como el siguiente:


«Creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje sequizo, la llanura parda y el cielo metálico de tan azul. Yo era tan pequeño que ni caminar podía, y ella, flagelada por las sombras, angustiadísima, caminaba a la orilla de los caminos, llevándome en sus brazos, calentándome las rodillas con el pecho, estrechando todo mi cuerpecito contra su cuerpo mezquino, y pedía a las gentes para mí, y mientras me daba el pecho, un calor de sollozo le secaba la boca y de su boca hambrienta se quitaba el pan para mi boca, y de sus noches el sueño para atender a mis quejas, y con los ojos resplandecientes, con su cuerpo vestido de míseras ropas, tan pequeña y tan triste, se abría como un velo para cobijar mi sueño.»


Momentos mezclados con fragmentos crudos, pero muy lúcidos, como cuando define sagazmente la psicología del vendedor típico:

«Para vender hay que empaparse de una sutilidad "mercurial", escoger las palabras y cuidar los conceptos, adular con circunspección, conversando de lo que no se piensa ni cree, entusiasmarse con una bagatela, acertar con un gesto compungido, interesarse vivamente por lo que maldito si nos interesa, ser múltiple, flexible y gracioso, agradecer con donaire una insignificancia, no desconcertarse ni darse por aludido al escuchar una grosería, y sufrir, sufrir pacientemente el tiempo, los semblantes agrios o malhumorados, las respuestas rudas e irritantes, sufrir para poder ganar algunos centavos, porque "así es la vida" [...] No parecerá entonces exagerado decir que entre un individuo y el comerciante se han establecido vínculos materiales y espirituales, relación inconsciente o simulada de ideas económicas, políticas, religiosas y hasta sociales, y que una operación de venta, aunque sea la de un paquete de agujar, salvo perentoria necesidad, eslabona en sí más dificultades que la solución del binomio de Newton. [...] Además, hay que aprender a dominarse, para soportar todas las insolencias de los burqueses menores. [...] Por lo general, los comerciantes son necios astutos, individuos de baja extracción, y que se han enriquecido a fuerza de sacrificios penosísimos, de hurtos que no puede penar la ley, de adulteraciones que nadie descubre o todos toleran. [...] El hábito de la mentira arraiga en esta canalla acostumbrada al manejo de grandes o pequeños capitales y ennoblecidos por los créditos que les conceden una patente de honorabilidad y tienen por eso espíritu de militares, es decir, habituados a tutear despectivamente a sus inferiores, así lo hacen los extraños que tiene necesidad de aproximarse a ellos para poder medrar.»


Pero si tengo que elegir, prefiero los párrafos como el que me ha servido para introducir esta pequeña reseña. Efectivamente, el Arlt que me gusta, el que me emociona es el que muestra el lado entrañable en medio de la miseria. No deja de ser un último rayo de esperanza que nos permite darnos cuenta de que hasta la persona más ruin es, o por lo menos fue, un ser humano con sentimientos nobles.

En resumen, se trata de una enumeración de vivencias, eso sí, fenomenalmente bien descritas, que no es poco.

Leer «El infinito en un junco», un ensayo de Irene Vallejo, para disfrutar de un viaje por la historia de los libros



Solo puede haberse escrito esta obra desde el amor casi reverencial por los libros y, sobre todo, por la escritura, esta habilidad estrictamente humana que ha permitido trascender personas, épocas y regiones.

Adentrándome en «El túnel», una novela de Ernesto Sabato


En ocasiones uno lee porque no sabe hacer nada mejor. Unas veces se disfruta, otras no tanto; frecuentemente se está deseando llegar al final; en pocas se desearía demorarlo para siempre. Que pase una cosa u otra depende del libro, claro, pero también del estado de ánimo con que uno se encuentre, de las expectativas, del hueco que el libro pretendía llenar.

Reflexionemos sobre la dignidad con «Los restos del día», una novela de Kazuo Ishiguro


Un buen libro puede entretener pero, sobre todo, debería hacer pensar, tendría que hacernos dudar de nuestras creencias; si solo las confirma, habremos pasado un buen rato leyéndolo, pero inmediatamente después de terminarlo nos ocuparemos de lo siguiente en nuestra lista de actividades diarias sin que se vuelva a rememorar lo leído; si acaso, se buscará otra lectura del mismo autor.

Muchos más que «Padres e hijos» en la novela de Ivan S. Turguéniev


Al margen de lo que conocía de esta novela por lo que he leído en otros libros (sociología de la prerevolución rusa), no me cabe duda de que Turguéniev pretendía mucho más que mostrar unos cuantos caracteres sociales. Más bien creo que, aprovechando o poniendo como excusa esos caracteres, el autor intentó reflejar en su obra la eterna división de la naturaleza humana basada en el siguiente planteamiento: cuanto más consciente se es de nuestra condición existencial, menos feliz se puede llegar a ser. Además, una vez que se sabe lo que se es, es casi imposible regresar al estado de ignorancia que permitía ser feliz, como sucede, por ejemplo, con el paso de la juventud a la madurez. En aquélla todo era ilusión porque no se hacían preguntas acerca de la propia situación personal. En la madurez ha desaparecido la ilusión ya que se sabe cuál será el final, de modo que las preguntas que se hacen ya no tienen respuesta.

El atrevimiento de «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde», de Robert Louis Stevenson


Si nos fiamos del tópico, esta novela corta, o nouvelle, es una alegoría de la naturaleza dual del ser humano: el bien y el mal luchan sin descanso y del enfrentamiento resultan buenas personas, malvadas y, en la mayoría de los casos, personas normales en las que no predomina ninguno de los dos perfiles, o al menos durante mucho tiempo. Esta sencilla categorización, bastante maniquea, me ha recordado una algo más sofisticada de Carlo Maria Cipolla, de su libro Allegro ma non troppo, que divide a la humanidad en cuatro grupos, de menos a más deseables: los estúpidos (se perjudican ellos y perjudican a los demás), 
los malvados (se benefician ellos a costa de perjudicar a los demás), los incautos (se perjudican a sí mismos aunque benefician a los demás) y los inteligentes (actúan tanto en su beneficio como en el de los demás). A poco que nos paremos a pensar, seguro que se nos ocurren más subdivisiones, dada la enorme complejidad y diversidad de la que estamos dotados como especie. Tras esta pequeña digresión, que pretendía cuestionar el tópico dualista tan extendido para justificar la novela de Stevenson, regreso a aquella.

Yo también hablo de «El guardián entre el centeno», novela de J.D. Salinger

 




He aquí un libro que no deja indiferente. O te enamoras de él o lo odias. O descubres mil facetas de la naturaleza humana que te confirman lo que ya sospechabas, o no encuentras ningún sentido a los tres días en los que transcurre la aparentemente trivial aventura de Holden, el protagonista adolescente. O alucinas con la habilidad del autor para caracterizar a cada uno de los personajes a través de sus diálogos, sobre todo a los más jóvenes, o reniegas del lenguaje barriobajero, muchas veces soez, de Holden. O...

Viajando con Matsuo Bashô por las «Sendas de Oku»



Más allá del soneto y hasta de la medieval cuaderna vía, existe poesía. El haiku es un ejemplo de ello. Los primeros haikus se suponen escritos en Japón tan temprano como en el siglo VIII, aunque se acepta que no se llegó a la plenitud de su desarrollo hasta el XVII, gracias al monje Matsuo Bashô, autor del librito que acabo de leer.

«Queremos tanto a Glenda» y a Julio Cortázar, el autor de este libro

Continúo visitando a mi admirado Cortázar, siempre como un aficionado que se asoma a su prosa con el ansia de disfrutarla y, de rebote, esperar que alguna pizca de su maestría decida habitarme.

El Existencialismo de Sartre a través de su novela «La náusea»

Por lo que creía saber de Sartre como filósofo esperaba que esta fuera una novela de lectura difícil. No lo ha sido en absoluto. El argumento de la historia es claro, la prosa es sorprendentemente accesible sin que renuncie a mostrar las emociones más íntimas del protagonista, Antoine Roquentin, un alterego, parece, del autor.

Me ha agotado mi segundo acercamiento a Byung-Chul Han,«La sociedad de la transparencia»

Me ha venido grande. Cuando leí el ensayo La sociedad del cansancio, también de Han, quise continuar profundizando en el pensamiento de este filósofo contemporáneo. Me equivoqué. La sociedad de la transparencia me ha resultado demasiado inextricable; como en estos ejemplos:

Otro más que quiere descifrar «Alicia en el País de las Maravillas», de Lewis Carroll

Libro infantil para unos y, para otros, obra maestra del género nonsense (sin sentido), género solo apto para adultos. Leer Alicia en el País de las Maravillas siempre ha supuesto un reto para mí precisamente por aquella dualidad, agravada por conocer la totalidad de la historia tras haber visto varias veces la película homónima de Disney.

Sigo desorientado tras releer «La tercera mentira», de Agota Kristoff

En pocas novelas como en esta me ha costado tanto empezar a escribir sobre ellas. Normalmente hay algún aspecto que resalta sobre los demás y que me sirve de chispa para iniciar el comentario. Con La tercera mentira no solo no he encontrado ese punto de arranque sino que me mantiene desconcertado. ¿Fue esta la intención de la autora, ofuscar al lector, romperle sus esquemas? Nunca lo sabremos.

Destrozado pero feliz tras empaparme con «La lluvia amarilla», novela de Julio Llamazares


Escuché decir a Julio Llamazares, autor de esta novela, que la auténtica literatura no se conforma con entretener sino que, sobre todo, busca provocar emociones. Hace tiempo habría coincidido con él; sin embargo, reconozco que he ido cambiando (no me atrevo a decir «evolucionando»), y ahora ya no estoy tan seguro. El no aburrimiento o «entretención», como la denomina el escritor Alejandro Zambra en su ensayo Tema libre, se da si existe emoción. Uno se entretiene jugando al parchís porque se emociona al jugar, por poco que sea. Lo que, traducido a la literatura, vendría a decir que todos los lectores buscan emocionarse, unos mediante la «entretención», otros mediante el descubrimiento de nuevas y afortunadas metáforas, otros con una intriga galopante, otros...

Continúo con Agota Kristof gracias a su novela «La prueba»

Segundo libro de la trilogía Claus y Lucas. En el primero, El gran cuaderno, que ya comenté en este blog, aquí, dos hermanos escriben sus memorias, hasta que se separan. En esta ocasión Lucas, uno de los niños, ya es un joven adulto que vive en una ciudad gris de posguerra en la que, sin embargo, surgen personajes que interaccionan con él, a veces a su pesar.

El incendiario «Fahrenheit 451» de Ray Bradbury


Mientras leía este libro me olvidé de mis prejuicios contra la ciencia ficción, y me alegré de haberlo hecho. Gracias a ello he podido disfrutarlo o, lo que es lo mismo, sentir las angustias y las esperanzas del protagonista, Montag, a pesar de situarse en un mundo distópico, tan lejano de mis lecturas habituales.

Un interesante pero difícil ensayo de Emilio Lledó: «El silencio de la escritura»

Con este libro me equivoqué. Me lo recomendó un amigo, creo que porque me supone mejor escritor de lo que en realidad soy. Me ha costado horrores entenderlo y, no lo he conseguido siempre, pero de vez en cuando, más bien de tarde en tarde, aparecía una «perla» que me convencía para no abandonar.

Por fin mi novela, «Viento», ya está disponible en Amazon



«¿Cuándo es demasiado tarde para cambiar en la vida? Esta pregunta y otras parecidas tuvo que hacerse Jon, el protagonista de esta novela. La forma en la que respondió no le resultó la más cómoda, pero es que preguntas cómo aquella requieren de un valor no muy extendido entre nosotros. Para ello, Jon tuvo que ir hasta Nueva York para renacer, pero ¿fue suficiente con eso? Tendrías que leer su historia para saberlo.»

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