Sumérgete en «El diario de Thierry»: Primer capítulo

  


     Hace unos días te anuncié con ilusión la próxima publicación de mi segunda novela, «El diario de Thierry». Hoy quiero dar un paso más y ofrecerte un vistazo exclusivo: el primer capítulo de esta historia que conecta dos vidas aparentemente irreconciliables, marcadas por el amor, la envidia y los inesperados giros del destino.

      En esta novela viajamos al París de julio de 2016, justo después de los atentados de Niza. Las tensiones políticas llevan al gobierno francés a tomar represalias en Siria, afectando profundamente a una familia inocente, la de Abu. Mientras tanto, Thierry, un alto funcionario francés, se enfrenta a las sacudidas de una vida que parecía inmutable. Dos mundos tan distintos como distantes convergen en una historia que promete emociones intensas y reflexiones profundas.  

       Hoy quiero invitarte a ser de los primeros en leer el comienzo de esta historia. Espero que este primer capítulo despierte tu curiosidad y te haga querer seguir explorando las vidas de Abu y Thierry.

     Sin más preámbulos, aquí tienes el primer capítulo de «El diario de Thierry»: 


Lunes, 18 de julio de 2016, Tokhar, no lejos de Alepo (Siria)


        Abu miró a su tío en cuanto oyó al muecín llamar a la magrib, la oración del ocaso. Una gota de sudor resbalaba bajo el turbante del anciano. De inmediato, este y su mujer apagaron el televisor, se dirigieron a su dormitorio, sacaron la esterilla de debajo de la cama, la extendieron, se arrodillaron sobre ella y comenzaron el rezo en voz baja. Abu les siguió con la mirada y regresó al libro que sostenía en las manos. Quiso continuar leyendo y terminar el capítulo, pero ya no pudo. Se mantuvo tenso y expectante mientras rezaban. Cuando terminaron, el joven salió a la terraza y agarró la barandilla con la mano de cuatro dedos.

        El sol empezaba a reducir el fuego que dejaba caer sobre Tokhar, una pequeña aldea de los suburbios de Manbij, un centenar de kilómetros al este de Alepo. El pueblo parecía dormido, como descansando, después de que los últimos combatientes del Estado Islámico abandonaran sus calles dos días antes. Ya no se veían los turbantes negros que amenazaban y agredían a todo aquel que no acatara su versión radical de la sharía, la ley islámica. Desde la terraza de la vivienda, al comienzo de la calle, se divisaba la tienda de dulces que había regentado el tío de Abu hasta que tuvo que traspasarla tras jubilarse. Al nuevo dueño los combatientes del Estado Islámico le obligaron primero a cambiar el nombre de la tienda y después a elaborar unos dulces al gusto de los nuevos líderes. El pobre hombre no pudo más, estalló y les insultó; en su propia tienda le cortaron la lengua. Desde entonces, la pastelería tiene el cierre echado.

        —¡Abu! —gritó Yosef desde la calle, con el brazo en alto y la señal de la victoria dibujada con dos dedos.

       Abu se limitó a saludar a su amigo levantando tímidamente la mano.

        —¿Bajas? —continuó Yosef.

        Como él, Yosef ayudaba a las FDS, Fuerzas Democráticas Sirias, un grupo de milicias kurdas. Ambos sabían que, tras el inesperado repliegue del Estado Islámico, como creían que había ocurrido, debían esperar que el ejército leal al presidente Bashar al-Asad intentase hacerse con Manbij. En las FDS no eran bien vistos los que mostraban ser tibios con la religión, como Abu; sin embargo, no había otra salida. O huía de Siria o luchaba contra al-Asad, aunque le costara la vida. Por ello, aunque no estaba seguro de que tuviera que ser así, apoyaba a las FDS, pero sin llegar a alistarse. Participaba en labores de información y de correo, jamás empuñando un fusil de asalto o cualquier otro tipo de arma.

    Dos días en calma tras una intensa semana de altercados esporádicos entre las FDS y el Estado Islámico, en apariencia poco lesivos para estos últimos, pero inesperadamente eficaces, habían conseguido expulsar de Tokhar a los radicales musulmanes. No obstante, a pesar de la ilusión generada por el aparente éxito tendrían que seguir combatiendo hasta conquistar todo Manbij. La ciudad parecía una sucesión de edificaciones iniciadas y no terminadas, con vigas desnudas y hierros retorcidos, que simulaban esculturas de serpientes. El cemento de las construcciones lo cubría todo; hasta las cejas blanqueaban del polvo que se levantaba al andar entre los escombros. A pesar de ello, tras la oración y con el descanso otorgado por la caída del sol, la gente sonreía en las calles. Los muertos, los desaparecidos, los mutilados se guardaban en el corazón y se continuaba adelante, como si se olvidara la amenaza del futuro. Abu aprovechó para grabar con su móvil a unos jóvenes que se afeitaban la barba en plena calle, a modo de afirmación antiislamista; algunas mujeres fumaban tras levantarse el nicab, el velo que cubría el rostro; otras aprovechaban para quemar los ropajes con los que habían ocultado su cuerpo en los últimos dos años. Más tarde, Abu subiría todos esos vídeos a internet para enseñárselos al resto del mundo. En cuanto acabara aquella locura se dedicaría al auténtico periodismo. Pero antes vendrían los soldados de al-Asad y habría que luchar para defender Tokhar, ambicionada por demasiados, se lamentaba. Aquella era una zona considerada estratégica para todos: el pueblo kurdo ambicionaba formar su propio estado con regiones del sur de Turquía y del norte de Siria, Irán e Iraq; el Ejército Libre Sirio (ELS) la deseaba como una pieza fundamental de una Siria democrática, ejército que en los últimos tiempos había perdido gran parte de su capacidad operativa; el Estado Islámico, como una extensión del califato nacido de las conquistas hechas en Iraq; sin olvidar al propio Bashar al-Asad, como presidente de la Siria oficial. Tokhar había pasado de las manos de este último a las del Estado Islámico y, desde hacía dos días, a las FDS kurdas.

        Pero bien mirado, ¿qué zona no era «estratégica»?, adjetivo que todos utilizaban; unas veces para disfrazar su complejo de inferioridad; otras para justificar acciones poco justificables contra la población de la denominada como zona estratégica.

        —¿Te duele? —preguntó Yosef, mientras miraba la mano de cuatro dedos de su amigo.

        —No, ya no, pero siento como si me lo pudiera tocar, como si aún lo tuviera. Podría ser peor. Como es el meñique puedo utilizar la mano sin mucho problema. Fíjate cómo enciendo y apago la cámara del móvil.


        Antes de que una brigada de la policía musulmana le cortase el dedo, hacía ya unos seis meses, Abu había estado recorriendo las calles de Tokhar para grabar las caras de la gente, más bien los ojos. Quería hacer un reportaje uniendo las miradas de unas cincuenta personas y mostrar al mundo la impotencia y la resignación de su pueblo, pero también sus ganas de liberación. Le faltaban unos vídeos de algunas mujeres más. Mientras pedía a una muchacha que se levantara el nicab para grabar su cara, un policía islamista golpeó la mano de Abu con la que sujetaba el móvil. El aparato salió disparado y terminó en el suelo, varios metros más allá, destrozado. Después de aquello, la mujer se alejó corriendo, mientras el otro policía encañonaba su arma contra la espalda de un asustado Abu.

        De camino a la comisaría, la gente miraba al detenido con una mezcla de pena y miedo que los paralizaba para increpar a los policías y hasta para articular palabra. Solo el inclemente sol se atrevía a seguir agrediendo con su incandescencia tanto a los policías como a Abu. Aceleraron el paso.

        Cuando llegaron a la comisaría, los gendarmes musulmanes lo encerraron en una celda sin ofrecerle el agua que ellos bebieron hasta desbordarse en las bocas. Hablaban a gritos. Uno de los agentes, descolgó el teléfono y preguntó por un superior. Informó de la detención de Abu. Calló durante cinco segundos y colgó el aparato. A continuación, tres policías entraron en la celda. El detenido se levantó de golpe al verlos y retrocedió hasta la pared del fondo. Lo agarraron entre dos, uno de cada brazo, mientras un tercer policía le inmovilizaba las piernas. Lo llevaron hasta una habitación sin ventanas, con una bombilla en el centro, sobre una camilla metálica. Con los brazos pegados al cuerpo, le rodearon con tres cinchas, por el pecho, el abdomen y las piernas. Uno de los policías, que sostenía unas tenazas, arrastró una silla hasta situarse en un costado del muchacho. El otro agarró con fuerza la mano derecha. El gendarme sentado introdujo el dedo meñique entre las mandíbulas de las tenazas y las cerró con saña. Las dos primeras falanges cayeron al suelo junto al grito impotente de muchacho.

        No hubo juicio, ni siquiera unas breves palabras. No hacía falta, así se difundía el terror, en la sospecha de que siempre se es culpable de algo y de que el poder lo descubrirá.

        Abu, tambaleándose y aturdido, volvió a casa de sus tíos con la mano envuelta en un trapo ensangrentado.


        —¿Estás muy callado, en qué pensabas? —preguntó Yosef.

        —No sé por qué, me estaba acordando de mi hermano Badri. Tenía solo un año cuando nos separaron. En realidad, no sé si está vivo o muerto; de aquello hace más de treinta años.

        —¿Qué te han contado tus tíos?

        —Ellos no saben casi nada. Solo lo que yo les he dicho.

        —¿Te refieres a lo que pasó con vuestra adopción?

        En ese momento, una joven con el pelo suelto se acercó a ellos mientras se movía al ritmo de una música lejana; les cogió de las manos y ejecutó un zaghareet, el tradicional grito femenino, muy agudo; a continuación, los arrastró hacia el gentío que celebraba la liberación de Tokhar.

        Cuando Abu regresó aquella noche, sus tíos hacía tiempo que dormían.


         ¿Qué te ha parecido este adelanto?  

     Me encantaría saber tus impresiones. Puedes dejarme un comentario. Tu opinión es muy importante para mí.

Gracias por acompañarme en este camino.

4 comentarios:

  1. Interesante comienzo que abre muchas puertas. Leeré el libro

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  2. No pienso quedarme con la duda de cómo continúa ésta historia. Me has hecho sentir el ambiente de terror que rodea a Abu y hasta me ha dolido mi dedo meñique cuando se lo han amputado a Abu. Leeremos tu libro.

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    1. Me alegro de que sientas interés por seguir leyendo. Muchas gracias.

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