Cortázar nunca defrauda, tampoco en «Deshoras»


Puede que la trama de algún cuento no te guste o que no la entiendas, pero incluso en esos casos encontrarás frases que te asombran por la altura literaria a la que volaba Julio Cortázar.

«Deshoras», el último de los libros de relatos que publicó el autor allá por 1980, cuatro años antes de su muerte, incluye ocho cuentos en los que no encontrarás ningún tema o hilo conductor entre ellos. Pero no hace falta que los haya.

En esta ocasión, comentaré solo los dos cuentos que más me han deslumbrado:

  • «Deshoras»: Demostración de la solvencia escritora de Cortázar al cambiar de tercera a primera persona en la misma frase sin que el lector se dé cuenta. En el relato, un escritor recuerda un amor ficcional de niño y así enfrentarse con un presente demasiado prosaico. Un cuento emocionante, tanto que no te extrañará que dé título al libro.
  • «Diario para un cuento»: Un ejemplo enorme del proceso para crear un cuento, entremezclando escenas del propio cuento con las reflexiones del autor. Te resultará incomprensible cómo Cortázar pudo armar este cuento con tan milimétrica perfección. Extraordionario.

Sin embargo, lo principal, al menos para mí, no son las historias en sí, sino los fragmentos en los que Cortázar, aun descontextualizados, exprime la capacidad de la lengua para plasmar visiones, ideas o emociones, como en los casos siguientes:

  • […] una de las gaviotas que pasan como latigazos de sombra frente a mi ventana […].
  • Le hizo gracia descubrirse tan hipnotizable, sentir el placer un poco amodorrado de ceder a la imaginación […].
  • Si algo había de extraño en ese momento era la falta de extrañeza en un reconocimiento que la llevaba a entrar sin vacilaciones en el jardín.
  • Pero también el color estaba lleno de silencio, los fondos profundamente negros, la brutalidad de los contrastes que daba a las sombras una calidad de paños fúnebres, de lentas colgaduras de catafalco.
  • […] nunca se le olvidaba que Mario le había conseguido la primera preliminar en el Luna Park en una época en que el ring estaba más lleno de candidatos que un ascensor de ministerio. Lo decía como tapando un agujero, sin convicción.
  • Nunca supe bien por qué, pero una y otra vez volvía a cosas que otros habían aprendido a olvidar para no arrastrarse en la vida con tanto tiempo sobre los hombros.
  • Antes de dormirse esa noche, Aníbal sintió que algo le subía a los ojos, que la almohada se le volvía Sara, una necesidad de apretarla en los brazos y llorar con la cara pegada a Sara, al pelo de Sara, queriendo que ella estuviera ahí y le trajera los remedios y mirara el termómetro sentada a los pies de la cama.
  • […] Aníbal aceptaba sin aceptar, algo que debía ser la vida aceptaba por él, un diploma, una hepatitis grave, un viaje al Brasil, un proyecto importante en un estudio con dos o tres socios.
  • Del anochecer a la noche cerrada, por caminos de palabras que iban y venían, de manos que se encontraban un instante sobre el mantel antes de una risa y otros cigarrillos, quedaría un viaje en taxi, algún lugar que ella o él conocían, una habitación, todo como fundido en una sola imagen instantánea resolviéndose en una blancura de sábanas y la casi inmediata, furiosa convulsión de los cuerpos en un interminable encuentro, en las pausas rotas y rehechas y violadas y cada vez menos creíbles, en cada nueva implosión que los segaba y los sumía y los quemaba hasta el sopor, hasta la última brasa de los cigarrillos del alba.
  • Desde luego en ninguna de las tres ocasiones hablamos de Anabel, pero no es por eso que ahora quisiera ser Bioy [Casares] sino porque me gustaría tanto poder escribir sobre Anabel como lo hubiera hecho él si la hubiera conocido y si hubiera escrito un cuento sobre ella.
  • […] me acuerdo por puro coágulo de sensaciones […].
  • ¿Estoy escribiendo el cuento o siguen los aprontes para probablemente nada? Viejísima, nebulosa madeja con tantas puntas, puedo tirar de cualquiera sin saber lo que va a dar; la de esta mañana tenía un aire cronológico, la primera visita de Anabel. Seguir o no seguir esas hebras: me aburre lo consecutivo pero tampoco me gustan los flashbacks gratuitos que complican tanto cuento y tanta película. Si vienen por su cuenta, de acuerdo; al fin y al cabo quién sabe lo que es realmente el tiempo; pero nunca decidirlos como plan de trabajo.
  • Qué mal estoy explicando todo esto, también a mí me cansa escribir, echar palabras como perros buscando a Anabel, creyendo por momento que van a traérmela tal como era, tal como éramos many and many years ago.
  • Anabel fue como la entrada trastornante de una gata siamesa en una sala de computadoras […].

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