Abrasándome con «Todos los fuegos el fuego», de Julio Cortázar

Ocho cuentos de mi venerado Cortázar. Esta recopilación, publicada por primera vez en 1966, se une a las que ya he leído (La otra orilla, Final del juego y Alguien que anda por ahí). Como me sucedió en estos otros casos, he encontrado cuentos —tres, en este libro— que me han parecido inmejorables, alguno muy bueno y los demás —cuatro, en este caso— estupendamente bien escritos, pero con los que no he conectado.


Comento cada uno de ellos, procurando ocultar los desenlaces con los que, como bien sé, Cortázar siempre logra sorprender:

  • «La autopista del sur». Este cuento es tan bueno que vuelvo a preguntarme qué hago yo intentando escribir cuando hay tales obras maestras a las que es imposible acercarse. Dicho de otro modo, ¿para qué contaminar el océano literario con nuevas narraciones tan alejadas de la sublime calidad de cuentos como este?, ¿cómo es posible poner en juego la entera naturaleza humana con un simple embotellamiento de automóviles? Solo Cortázar sabía hacerlo.
  • «La salud de los enfermos». Otro deslumbrante cuento. La familia se alía para ocultar a la matriarca los fallecimientos de familiares.
  • «Reunión». Muy bien contado, pero no encuentro el objetivo del desenlace.
  • «La señorita Cora». Continuos cambios de narrador, ese el principal aspecto técnico de este cuento; cambios que se ejecutan, incluso, en la misma frase, que empieza con una persona y terminan con otra. Un cuento memorable más acerca de un joven enfermo que se encapricha de su enfermera. Siempre tramas aparentemente sencillas, pero que bajo la lupa de Cortázar se convierten en geniales.
  • «La isla a medio día». Alguien obsesionado con una isla del Egeo termina visitándola y siendo testigo de un accidente aéreo. Me gustó menos que los anteriores.
  • «Instrucciones para John Howell». Un cuento sobre el absurdo de un hecho curioso, con desenlace incomprensible... para mí, claro.
  • «Todos los fuegos el fuego». Cuento que da título al libro. Una historia soñada dentro de otra historia. Supongo que tendrían alguna relación entre sí, pero no la he encontrado. Para mí, lo salva la belleza de la prosa de Cortázar.
  • «El otro cielo». Recuerdos de una adolescencia peligrosa y añorada en comparación con un presente tranquilo, pero aburrido. Un cuento excelente, aunque no llegó a gustarme tanto como «La autopista del sur», «La salud de los enfermos» o «La señorita Cora», quizá porque el desenlace no me sorprendió tanto como en los anteriores.

Por último, unos pocos fragmentos que he anotado:

  • [...] aunque todavía me doliera en la cara el aullido de Roque, mi maligna manera de entender el mundo me ayudaba a reírme por lo bajo.
  • Antes de dormirme tuve como una visión: Luis junto a un árbol, rodeado por todos nosotros, se llevaba lentamente la mano a la cara y se la quitaba como si fuese una máscara. Con la cara en la mano se acercaba a su hermano Pablo, a mí, al Teniente, a Roque, pidiéndonos con un gesto que la aceptáramos, que nos la pusiéramos.
  • Era como una especie de locura fría que por un lado reforzaba al presente con hombres y alimentos, pero todo eso para borrar de un manotazo el futuro...
  • Un río de escamas brillantes parece saltar de las manos del gigante negro y Marco tiene el tiempo preciso para hurtar el cuerpo a la red.
  • Aquí, por ejemplo, el Pasaje Güemes, territorio ambiguo donde ya hace tanto tiempo fui a quitarme la infancia como un traje usado.
  • [...] en el fondo del bolsillo, donde los dedos lo rozaban a veces, el sobrecito del preservativo comprado con falsa desenvoltura en una farmacia atendida solamente por hombres, y que no tendría la menor oportunidad de utilizar con tan poco dinero y tanta infancia en la cara.

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