Dos fragmentos y poco más de «El juguete rabioso», una novela de Roberto Arlt


Libro extraño, que me ha resultado indiferente en su conjunto, pero con abundantes momentos deliciosos, como el siguiente:


«Creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje sequizo, la llanura parda y el cielo metálico de tan azul. Yo era tan pequeño que ni caminar podía, y ella, flagelada por las sombras, angustiadísima, caminaba a la orilla de los caminos, llevándome en sus brazos, calentándome las rodillas con el pecho, estrechando todo mi cuerpecito contra su cuerpo mezquino, y pedía a las gentes para mí, y mientras me daba el pecho, un calor de sollozo le secaba la boca y de su boca hambrienta se quitaba el pan para mi boca, y de sus noches el sueño para atender a mis quejas, y con los ojos resplandecientes, con su cuerpo vestido de míseras ropas, tan pequeña y tan triste, se abría como un velo para cobijar mi sueño.»


Momentos mezclados con fragmentos crudos, pero muy lúcidos, como cuando define sagazmente la psicología del vendedor típico:

«Para vender hay que empaparse de una sutilidad "mercurial", escoger las palabras y cuidar los conceptos, adular con circunspección, conversando de lo que no se piensa ni cree, entusiasmarse con una bagatela, acertar con un gesto compungido, interesarse vivamente por lo que maldito si nos interesa, ser múltiple, flexible y gracioso, agradecer con donaire una insignificancia, no desconcertarse ni darse por aludido al escuchar una grosería, y sufrir, sufrir pacientemente el tiempo, los semblantes agrios o malhumorados, las respuestas rudas e irritantes, sufrir para poder ganar algunos centavos, porque "así es la vida" [...] No parecerá entonces exagerado decir que entre un individuo y el comerciante se han establecido vínculos materiales y espirituales, relación inconsciente o simulada de ideas económicas, políticas, religiosas y hasta sociales, y que una operación de venta, aunque sea la de un paquete de agujar, salvo perentoria necesidad, eslabona en sí más dificultades que la solución del binomio de Newton. [...] Además, hay que aprender a dominarse, para soportar todas las insolencias de los burqueses menores. [...] Por lo general, los comerciantes son necios astutos, individuos de baja extracción, y que se han enriquecido a fuerza de sacrificios penosísimos, de hurtos que no puede penar la ley, de adulteraciones que nadie descubre o todos toleran. [...] El hábito de la mentira arraiga en esta canalla acostumbrada al manejo de grandes o pequeños capitales y ennoblecidos por los créditos que les conceden una patente de honorabilidad y tienen por eso espíritu de militares, es decir, habituados a tutear despectivamente a sus inferiores, así lo hacen los extraños que tiene necesidad de aproximarse a ellos para poder medrar.»


Pero si tengo que elegir, prefiero los párrafos como el que me ha servido para introducir esta pequeña reseña. Efectivamente, el Arlt que me gusta, el que me emociona es el que muestra el lado entrañable en medio de la miseria. No deja de ser un último rayo de esperanza que nos permite darnos cuenta de que hasta la persona más ruin es, o por lo menos fue, un ser humano con sentimientos nobles.

En resumen, se trata de una enumeración de vivencias, eso sí, fenomenalmente bien descritas, que no es poco.

Leer «El infinito en un junco», un ensayo de Irene Vallejo, para disfrutar de un viaje por la historia de los libros



Solo puede haberse escrito esta obra desde el amor casi reverencial por los libros y, sobre todo, por la escritura, esta habilidad estrictamente humana que ha permitido trascender personas, épocas y regiones.

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