Sé que soy un lector poco sofisticado. No busco, porque me cuesta encontrar, profundas simas de sabiduría, ocultas en geniales combinaciones de palabras; despacho sin miramientos las tramas que van hacia delante y hacia atrás en el tiempo (las tramas, no los argumentos, que estos siempre avanzan, como aprendí en su momento). Eso sí, si descubro alguna perla en forma de metáfora comprensible o de cualquier otra figura retórica, la valoro como un tesoro.
He aquí poesía escrita en forma de prosa. Esto es lo bueno; lo malo: el original está en italiano y a la poesía, ya se sabe, no le gusta ser traducida. Dacia Maraini derrocha una narrativa preciosista con un estilo muy personal que incluye, entre otros detalles, la proliferación de adjetivos para un mismo sustantivo y los párrafos cortos llenos de ritmo; narrativa que hay que leer con calma para descubrir todos sus significados. Salvando las distancias, Marianna Ucría, la protagonista, me ha recordado al Aureliano Buendía de Cien años de soledad, la novela de García Márquez.
Hace poco leí una serie de artículos en el diario El País (aquí, aquí, aquí y aquí) acerca de nuestra incapacidad para cambiar de opinión aun cuando tengamos sobradas evidencias de que estamos equivocados; incapacidad que, me temo, impide que aprendamos de nuestros errores. Es un aspecto de la naturaleza humana que insiste en ocupar mis pensamientos de forma recurrente cada cierto tiempo, sobre todo cuando la prensa informa de algún acontecimiento que excede mi comprensión.