«Martutene», la novela total de Ramón Saizarbitoria


Soy consciente de que no todos los libros son buenos para todo el mundo; es más, no sería de extrañar que las obras más afamadas por la crítica sufran del rechazo popular. De ahí que, en esta ocasión, me dirija a dos posibles, pero muy diferentes tipos de lectores:

¿Por qué te recomiendo esta novela? Por alguna o varias de las siguientes razones:

  • Porque consigue reflejar con detalle los pormenores psicológicos de cada uno de los personajes.
  • Porque narra en presente, algo que convierte al lector en espectador de los sucesos; narración que es mucho más compleja que la tradicional en pasado. Es más, incluso cuando narra sucesos del pasado lo hace en presente sin que por ello se pierda el lector.
  • Porque cada uno de los personajes está magistralmente diseñado.
  • Porque el desarrollo de la trama es consecuente con la forma de ser de los personajes.
  • Porque, como sucede con las grandes obras, pide una lectura sosegada que permita disfrutar de una prosa bien construida.
  • Porque no abusa de metáforas u otros recursos literarios como método de realce, sino que apuesta su éxito a la descripción casi forense de los acontecimientos.
  • Por el cabal conocimiento del oficio de escritor, como lo demuestra al definirlo el mismo narrador como: "Trabajar lo más íntimo de uno mismo, cocinar las propias entrañas aderezándolas quizá, porque la convención lo exige, con historias que nacen de su imaginación o que recoge aquí y allá, para ofrecérselas a un público renuente que se acerca a veces y que, tras husmear, como perro que olisquea la basura, esa materia de dolor, vuelve a su camino, indiferente."
  • Porque no desdeña descripciones casi escatológicas.
  • Porque te gusta la obra del escritor Max Frisch.

¿Por qué no te recomiendo esta novela? Por alguno o varios de los siguientes motivos:
  • Porque la lectura de sus casi ochocientas páginas ocupa más tiempo del que estás dispuesto a dedicar a un libro, por mucho que se trate de una obra excelente.
  • Porque la minuciosidad en el análisis del comportamiento de los personajes con frecuencia crea subtramas que pueden llegar a distraer de la trama principal.
  • Porque la única intriga que se da es, en apariencia, poco relevante para que un lector aguante un texto tan largo.
  • Porque la problemática vasca, política, social y hasta psicológica, con estar bien traída, o bien ya estás saturado de ella o bien no te interesa.
  • Porque no desdeña descripciones casi escatológicas.
  • Porque no te gusta la obra del escritor Max Frisch.

Finalizo con unos pocos fragmentos de los muchos que he anotado:
  • De niña odiaba aquellas canciones. Ahora daría cualquier cosa por poder cantarlas a su lado.
  • Martin dice que los viejos miran la televisión como antaño miraban el fuego: para pensar en sus cosas.
  • Coge el agua directamente del grifo para enjuagarse en un gesto muy juvenil, le parece, y al agacharse se sujeta los pechos con el antebrazo para que no cuelguen.
  • Ha advertido tarde que, en los tiempos que corren, la negativa a mantener el semblante del supuesto saber, un semblante que a él le parece ridículo, supone arriesgarse a no ser tomado en serio.
  • Con el tiempo ha constatado que el instinto está muy sobrevalorado y que la experiencia, aparte de ser un procedimiento de adquisición de saber que requiere demasiado tiempo, tampoco sirve siempre.
  • También tiene la sensación de que los coches aceleran la marcha cuando divisan a un peatón cruzando incorrectamente.
  • Le fastidia que sea tan digno porque, a fin de cuentas, le toca a él cargar con el coste de tanta integridad, ya que lleva un buen dinero gastado en el negocio.
  • Permanecen así un rato los dos callados, en el extremo de la barra, ahora repleta de gente, hasta que el camarero, retirando la taza de café llena con naturalidad, les pregunta si quieren algo más, una forma de decirles que por qué no dejan sitio libre.
  • Es digno de ser destacado el coqueto detalle de hacerse el viejo para que la joven americana le diga que no aparenta su edad.
  • ¿Qué te parece?, pregunta, exagerando como siempre el tono de broma para ocultar que habla completamente en serio [...].
  • Ya ha tenido otras veces la impresión de que es más fácil confiar intimidades a un extranjero. En parte porque nos importa menos lo que pueda pensar o el uso que haga de lo que le decimos. Pero también porque la gente se siente protegida por la coartada de las limitaciones de comunicación: incluso confía en que el extranjero no le entienda del todo o en que las inconveniencias cuelen como defectos de expresión o como errores interpretativos. Algo parecido a lo que ocurre de madrugada con una copa en la mano y varias dentro el cuerpo.
  • Los mitos son mentira, qué duda cabe, pero lo que hace especiales a los vascos es la capacidad, la voluntad de hacer verosímiles los suyos.
  • Curiosamente, tanto oro no empaña su imagen de austeridad porque las joyas en ella no parecen adornos. Son necesarios signos de estatus, nada más.
  • Siempre le ha llamado la atención la naturalidad con que se mueven desnudas las mujeres una vez que lo han hecho la primera vez.
  • No recuerda quién dijo que el problema es que para escribir hay que dejar de pensar, y que es muy reconfortante pensar y muy penoso escribir.
  • Un beso fugaz en el que ha tenido tiempo de sentir sus mejillas heladas, y le parece percibir que ha estado en contacto con la muerte.
  • Las lenguas son vehículos funcionales. Se dice que una lengua no desaparece porque quienes la desconocen no la aprenden sino porque quienes la saben dejan de utilizarla, pero eso es como sostener que una persona no muere mientras muestra signos de actividad cerebral. Todo nace y todo muere. Existen cinco mil lenguas en el mundo de las que anualmente morirán veinticinco, y el mundo seguirá girando sin que ningún ser humano vaya a enmudecer por ello.
  • En alguna medida le tienta el deseo de ser sincero al menos con ella, pero no puede. Su soberbia está a la altura de su cobardía.
  • El teléfono suena incesantemente, implacablemente, interminablemente, y se interrumpe abruptamente entre dos tonos: clic. [...] No hay sonido más irritante que el de un teléfono que no hay que descolgar.
  • Julia se deja vencer por un viejo sentimiento de hastío y repulsión largo tiempo reprimido, sabiendo que hace mal pero dispuesta a disfrutar del placer de abandonarse a él.
  • Siempre he pensado que lo más grande y lo más miserable a la vez del ser humano es su capacidad de adaptación.
  • Se quita el sujetador y las bragas. Se acerca al espejo. Se sujeta los pechos con la mano y el antebrazo izquierdo y con la derecha se peina el vello púbico hacia arriba. Tendría que cortárselo.
  • Era tan absurdo estar esperando la muerte, tan natural desearla.
  • Resulta difícil saber si sonríe o si simplemente no le caben las fundas en la boca.
  • Seguramente por eso, porque no trabaja, no se cree con derecho a disfrutar del ocio.
  • Quizá la necesidad de escribir no sea más que un síntoma de su infelicidad. Puede que escriba porque no es feliz o para saber por qué no lo es, y si lo fuera no necesitaría hacerlo.

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