El valor de las repeticiones en «Cinco horas con Mario», novela de Miguel Delibes

Como me ha sucedido en ocasiones, comencé a leer este libro con la sensación de ser uno de los pocos españoles que aún no lo había leído. Pues bien, ya he dejado de pertenecer a dicho iletrado grupo.


Cinco horas con Mario me ha deslumbrado. Ya leí hace unos años otras dos obras de Miguel Delibes (El camino y La mortaja), que las marqué como de relectura obligada. Sin embargo, muchas otras lecturas posteriores y, sobre todo, el tiempo transcurrido consiguieron que «aparcara» a dicho autor. 

Cinco horas con Mario, novela publicada en la España de 1966, en los años más grises del Franquismo, consigue que el lector, al menos, un lector crítico con la realidad, disfrute del discurrir del soliloquio de Carmen, dirigido a su marido muerto, Mario. Disfrute que, a poco de empezar, se convierte en ira rayana en malestar físico al comprobar cómo era la sociedad de entonces.

Solo habla Carmen. A través de su discurso sabemos que es una mujer conservadora, muy respetuosa con las formas, las tradiciones, la autoridad y con el "qué dirán"; pero también deducimos cómo fue su marido: un desengañado del régimen, progresista, culto e incorformista, sensible con todos menos con su mujer, olvido del que ella se queja y que, como se comprueba en el transcurrir del soliloquio, tiene sus consecuencias. ¿Acaso Mario es el alter ego del propio Miguel Delibes, en sus inicios defensor de la sublevación franquista y, más tarde, censurado por el régimen implantado por los vencedores?

Delibes despliega en esta obra una narración de una gran verosimilitud, gracias a una caracterización de Carmen basada en su discurso, en el que abundan giros coloquiales y refranes, además de constantes repeticiones de ideas, de la misma forma que sucede en la realidad cuando no podemos quitarnos algo de la cabeza. Este recurrir continuo a las repeticiones, muy efectivo para el lector, es el aspecto narrativo que más me ha llamado la atención.

A lo largo del texto me he preguntado por qué yo tenía tanto empeño en continuar la lectura, cuando desde el inicio se conoce el final: la muerte de Mario. Es decir, ¿cuál era la gran pregunta dramática para la que mi subconsciente buscaba respuesta? Solo al final lo descubrí, lo que demuestra la habilidad del autor, lo que viene a confirmar que la calidad de una obra depende de la capacidad del escritor para utilizar técnicas y mecanismos narrativos sin que el lector se percate de su existencia.

En definitiva, Cinco horas con Mario es una novela que acierta con la finalidad última de cualquier obra: crear emociones casi físicas en el lector; de ahí que la considere como una de mis mejores lecturas de los últimos tiempos.

Termino transcribiendo algunos fragmentos que he anotado:

  • Tanto su voz —el contenido y el volumen de su voz— como sus movimientos, recatan una eficacia inefable.
  • Carmen sigue viendo desfilar rostros inexpresivos como palos cuando no deliberadamente contristados.
  • En cambio el mechón albino de Valen, detonaba.
  • La mayor parte eran bultos oscuros con unos ojos abultados, miméticos.
  • Se hizo la ilusión de que Valen lloraba.
  • Las cejas casi le cubrían los ojos y le daban una apariencia cavilosa y sombría, como si el peso del cerebro supusiera una carga insufrible y aplastase los arcos de las cejas sobre sus facciones, achatándolas.
  • ... no me digas, Valen, estos pechos míos son un descaro, no son pechos de viuda, ¿a que no?
  • Pero de estas cosas los hombres no os dais cuenta, cariño, que el día que os casáis, compráis una esclava, hacéis vuestro negocio, como yo digo, que los hombres, ya se sabe, no tiene vuelta de hoja, siempre los negocios.
  • Hay que ver la guerra que te dan a ti las palabras, cariño, que lo que dice Valen, a fuerza de darlas vueltas en la cabeza ya no sabes dónde pones los pies...
  • ... tú prefieres que te quiten la cartera antes de que quiten una palabra, que es cierto, Mario, dichosas palabras.
  • ... una mujer, y sé muy bien lo que me digo, soporta mil veces mejor un atropello que una humillación...
  • ... cada cual debe vestir según su clase...
  • Yo estoy con papá, Mario, completamente de acuerdo, todos iguales, para Dios no hay diferencias, negros y blancos por un mismo rasero, ahora bien, los negros con los negros y los blancos con los blancos, cada uno en su casita y todos contentos, y si la Universidad esa, como se llame, que nunca acabaré de aprenderlo, me quiere colocar un negro, que pague doble, a ver, que también los perros son criaturas de Dios y al demonio se le ocurre meterlos en casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Redes sociales