Las locuciones verbales no tienen tan mala fama como los clichés literarios, de los que hablé unos meses atrás en este artículo, donde publiqué un procedimiento informático para detectar 180 clichés que se colaban en nuestros textos sin avisar. No obstante, como muy bien indica Gabriel Tojo en su artículo La abominable locución verbal del blog Cómo escribir con claridad, nos interesa atender a estas expresiones ya que "por lo general son verbos travestidos que debilitan la redacción porque quebrantan el principio de que la acción debe residir en el verbo".
Hace veintidós años leí El arte de la prudencia. Oráculo manual, en una cuidada edición de José Ignacio Díez Fernández. Entonces anoté que "Gracián sabe cómo obtener el máximo provecho de los demás. De ahí que no hable de la inteligencia, ni de la bondad, ni de otros aspectos que tienen que ver más con la vida interior del ser humano. Él trata de identificar al prudente frente al necio; prudente que prefiere al sabio." Para ello, enumera 300 aforismos con las habilidades necesarias para tal prudencia.
Sé que en estos tiempos es difícil mantenerse ajeno a la invasión de las nuevas tecnologías en forma de teléfonos inteligentes ("smartphones"), internet y redes sociales. Aun así, hay personas que se niegan a reconocer las bondades de aquellos "adelantos"; entre ellos, una gran mayoría de los lectores de novelas, o de literatura en general, que dejaron atrás su juventud hace ya unos cuantos años. Son las que, por ejemplo, consideran blasfemo leer una novela en una pantalla.
Todos, o casi todos, hemos leído Madame Bovary, la novela de Gustave Flaubert. En mi caso, releído; la última vez, con afán de descubrir las claves que convierten a esta obra en un artefacto capaz de someter mi voluntad para no parar de leer.