El vuelo y la caída en «Mr. Vértigo», una novela de Paul Auster



A veces, uno no sabe si ha leído una novela de aventuras, una fábula espiritual o una sátira sobre el sueño americano. Mr. Vértigo es todo eso a la vez, y más. Paul Auster firma aquí uno de sus relatos más desbordantes, menos contenidos, donde la magia y la brutalidad conviven sin transición.

La historia sigue a Walt Rawley, un huérfano de nueve años recogido por el maestro Yehudi, un rabino que vive con una siux y un afroamericano en las afueras de San Luis (Misuri), una ciudad estadounidense de tamaño medio.

Lo que parece el arranque de una novela de Dickens con tintes mágicos se transforma en un violento proceso de iniciación: Walt será entrenado, con métodos extremos (incluyendo mutilaciones), para aprender a levitar. Literalmente.

Y lo logra. Auster no se entretiene en explicaciones metafísicas: Walt vuela. Pero el vuelo —como ocurre tantas veces en su literatura— no es liberación, sino anticipo de la caída. La levitación no lo salva del odio racial, ni de la codicia, ni de su propia enfermedad. Cuando Walt vuela, el cuerpo se lo cobra con migrañas infernales. No termina ahí, ni mucho menos, pero prefiero no desvelar cómo sigue.

¿Es Mr. Vértigo una novela fallida? En absoluto. Es desmesurada, desigual, a ratos dispersa (el episodio con Dizzy Dean, por ejemplo, parece un injerto), pero en esa irregularidad hay una verdad vital. Como Walt, el libro empieza volando y termina arrastrándose por el polvo. La levitación era solo una etapa. Auster parece decirnos que crecer no es elevarse, sino aprender a caer sin romperse.

Para mi gusto, lo mejor del libro está en los detalles: frases afiladas («Cuando las cartillas de ahorros están vacías, los cerebros se llenan de cólera»), imágenes grotescas («el olor del retrete exterior te chamuscaba los pelos de la nariz»), o descripciones lúcidas del derrumbe moral («No tenía ambiciones. Solo quería que me dejasen en paz [...]»). Auster, incluso en su faceta más barroca, sabe condensar verdades con una potencia inusual.

Mr. Vértigo no es la mejor novela que he leído de Auster, pero sí una de las más audaces. Hay algo profundamente conmovedor en ese niño que voló y luego tuvo que aprender a vivir con los pies en la tierra. Una metáfora brutal —y hermosa— sobre el precio de los sueños y la obstinada fe en el relato propio.

Como suelo hacer, termino con algunos fragmentos más que he anotado mientras leía:

  • Antes de que hubiese podido parpadear, el camarero me puso delante una montaña de cecina y repollo.
  • [...] o tenía dificultad para determinar a qué sexo pertenecía. Esto me resultaba perturbador, e incluso después de que la vislumbré desnuda a través del ojo de la cerradura de su puerta y vi con mis propios ojos que poseía un par de tetas y que no había ningún miembro colgando de su matorral, aún no quedé plenamente convencido.
  • Si miras la cara de alguien durante el tiempo suficiente, acabarás por sentir que te estás mirando a ti mismo.
  • Vi que sus ojos se iluminaban cuando dije eso, y tan seguro como que Roma y amor son la misma palabra leída al revés, ella habría dado seis años de su vida por dejarlo todo y subirse a ese coche.

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