«El zorro y las cebollas», un cuento de Javier Peñas

Con un volantazo, el conductor sacó la furgoneta de la calzada, obligándole a frenar hasta pararse. Menos mal que circulaba despacio y con las luces dadas. Levantó la mirada del arcén y le pareció ver que, en la oscuridad, dos puntos brillantes se desplazaban con rapidez de derecha a izquierda, casi a ras del suelo, a pocos metros delante del vehículo. ¿Y si había herido a… lo que fuera? Sobresaltado, miró a través del retrovisor; no distinguió nada, ni siquiera los dos puntos. Se apeó de la camioneta e intentó serenarse mientras se abotonaba el abrigo. Bajó la vista hasta su muñeca. El vaho de su aliento empañó la esfera del reloj. El almacén de comestibles cerraría en veinte minutos. Unas cebollas para la cena, ese había sido el encargo de su mujer. Antes de cerrar la puerta de la furgoneta, agarró una linterna de mano que guardaba en una caja de herramientas; la encendió y la desplazó lentamente hasta que los dos puntos volvieron a brillar. Debía de ser un gato, no estaba muerto y lo miraba con fijeza. Enfocó el haz de luz hacia la pareja de puntos inmóviles, semejantes a dos luciérnagas suspendidas en el aire. Un escalofrío recorrió la espalda del conductor y terminó de abotonarse el abrigo hasta el cuello.

Breve comentario de "El asesinato de Sócrates", novela de Marcos Chicot

Sentimientos encontrados, de ese tipo son de los que noto cuando empiezo a comentar un libro que me ha interesado bastante, tanto como para leer sus 759 páginas en menos de una semana; pero, a la vez, del que no he anotado ni una sola frase que me haya emocionado, como de las que sobraban, por ejemplo, en "Cien años de soledad".

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