El Shakespeare reencarnado por Maggie O'Farrell en «Hamnet»


Hace algún tiempo que leí esta novela empujado por las numerosas recomendaciones que había recibido. He dejado pasar este lapso para que se deshiciera la confusión que sentía. Con la distancia, a veces, es posible reconocer y hasta entender cosas invisibles cuando se está inmerso en el huracán de emociones generadas durante la lectura.

Ahora creo que me es posible saber qué me ha atraído de esta obra y qué sigue sin convencerme. Me encanta el deleite de la autora por las descripciones preñadas de un sinfín de metáforas y comparaciones, algunas geniales. Me gusta el acierto por embutir a unos personajes históricos (Shakespeare) de una realidad carnal que no tuvieron. Y me convence cómo muestra el coste que supone emprender una actividad con éxito, aspecto que hoy en día parece olvidarse: el esfuerzo y la concentración por alcanzar una cima profesional, empresarial, deportiva, creativa o de cualquier otro ámbito es tal que obliga a renunciar a cosas como la familia, el enriquecimiento personal (cultural, no monetario, claro) o el tiempo de ocio necesario para mantener el equilibrio mental. Dicho de otro modo, aunque no tan bien como lo hace Maggie O'Farrell: «todo tiene un precio».

Y no me ha gustado que el afán por enriquecer el texto con metáforas y comparaciones haya sido excesivo en algunas ocasiones. En mi opinión, la buena literatura tiene que mantenerse en la sutiliza, en la insinuación, de forma que sea el lector el que complete lo sugerido; si no es así, además de mostrarse la intención del autor, se puede sobrexplicar lo narrado, como si el narrador desconfiara en la capacidad del lector para entender lo que quiso decir.

Por otra parte, hay un suceso en la historia que incluye un elemento mágico cuando el resto se enmarcaría en lo que podríamos llamar realismo histórico. Este hecho reconozco que me descolocó y me sacó de la historia, ya que esperaba que los acontecimientos se desarrollaran sin intervención sobrehumana, como en las novelas encuadradas en lo que conocemos por realismo mágico. En estas es algo que sucede continuamente a lo largo del texto y, sobre todo, lo esperamos antes de empezar a leer. En «Hamnet» no es así. Desde el comienzo se narra sin intervención de la magia hasta que aparece de repente, algo avanzada la historia. En narratología se dice que «se rompe el pacto con el lector».

Como siempre, termino con algunos fragmentos que considero especialmente afortunados. No incluyo, por su extensión, un capítulo dedicado al prolijo peregrinaje de la pulga que transmitió la peste desde el Oriente hasta terminar contagiando a uno de los personajes, descripción que me ha parecido magistral:

  • Tenía la piel enrojecida y llena de pecas, como si la hubiera salpicado un carro que pasara por el barro.
  • Mira, un martín pescador, y una flecha con un brillante en la cola se clavaba en la piel plateada de un arroyo. Mira, avellanas, y la madre se subía a las ramas y las sacudía con sus fuertes brazos y caían puñados de perlas con chaqueta parda.
  • Y ahora esto… este arrebato. No se parece a nada que haya vivido antes. Le recuerda a una mano al ponerse un guante, a un cordero que se desliza, mojado, de las entrañas de una oveja, a un hacha al rajar un tronco, a una llave que gira en una cerradura engrasada. ¿Cómo es posible, se pregunta, mirando al preceptor a la cara, que una cosa encaje tan bien, con tanta precisión, con esta sensación de acierto?
  • Las palabras se le escapan de la boca volando como avispones, palabras que ni siquiera sabía que supiera, palabras dardo que chisporrotean y dañan, palabras que se le retuercen y le aplastan la lengua.
  • Le ruge el estómago de hambre, un gruñido grave y amenazador como un perro emboscado dentro del cuerpo.
  • Con qué facilidad, piensa Agnes mientras recoge platos, nos pasan desapercibidos el sufrimiento y la angustia de una persona si esa persona guarda silencio, si se lo guarda todo para sí, como una botella con un tapón muy ajustado; la presión aumenta en el interior hasta que… ¿qué?
  • Tiene toda la cabeza dolorida, como un barreño de agua hirviendo lleno hasta el borde. Es un dolor raro, desconcertante, que no le deja pensar ni saber lo que hace. Le satura la cabeza, se extiende a los músculos y le afecta la vista; le resuena en la raíz de los dientes, en los recovecos de los oídos, en los canales de la nariz, incluso en el pelo, de la raíz a la punta. Es un dolor enorme, imponente, más grande que él.
  • Anhela el juego de los dibujos moteados de la luz en el suelo, la sombra piadosa del dosel de hojas, el silencio imperfecto, la protección de los árboles replicándose hasta desaparecer a lo lejos.
  • Agnes descubre que es más difícil salir del cementerio que entrar.
  • Hace un día desapacible, tormentoso, el viento se cuela en el jardín, encuentra la forma de trepar por los altos muros y saltarlos para abatirse sobre las plantas y los árboles lanzando rachas de agua y granizo como si se hubiera enfadado por algo.

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