«La ridícula idea de no volver a verte», un libro inclasificable de Rosa Montero




No suelo atender las palabras dichas a modo de alabanza de alguien que acaba de fallecer ni, menos, las que se dirigen a un muerto, como ignorando que no las va a escuchar: resulta evidente que dichos discursos se dirigen en realidad a los oyentes vivos. Por eso me resultan, en buena medida, impostadas. Marie Curie, en el diario que escribió tras la muerte de su marido, Pierre Curie, y que se incluye al final de este libro, es cierto que parece hablar con su marido, pero, a diferencia de los falsos aduladores, ella lo hace sin la intención de hacer público su doliente monólogo. De alguna forma, me recordó el de Carmen, la protagonista de Cinco horas con Mario, la novela de Delibes, que ya comenté en este blog (aquí).

El paralelismo entre la pérdida de Pierre Curie para Marie Curie y la de Pablo Lizcano para Rosa Montero le sirvió a esta como punto de partida para escribir «La ridícula idea de no volver a verte». La autora no rehúye las similitudes entre los dos sucesos, pero no se explaya en ellas, más bien al contrario: recorre la biografía de Marie Curie desde su infancia hasta su muerte, desde luego, pero aprovecha para ahondar en los que para mí son los dos temas fundamentales de este libro. Por un lado, la muerte y la imposibilidad de llegar a comprenderla. Rosa Montero, en una acertada metáfora, compara la situación en la que estamos los humanos respecto de la tan temida parca con el «escondite inglés», un tradicional juego infantil en el que se ve al contrincante cada vez más cerca, pero no lo vemos moverse. Por el otro, la vindicación de la mujer y su importancia a lo largo de la historia, permanentemente menospreciadas por el hombre.

A lo largo de la obra se palpa tanto la sabiduría y la conciencia vital que posee la autora como su destreza para plasmarlas en un texto en el que el lector las intuye o supone que las irá intuyendo según avance su propia vida. Unas pequeñas muestras:

  • Pero es lógico que nos resistamos al olvido porque ésa es la derrota final frente a nuestra gran enemiga, frente a esa asquerosa muerte que es la destructora de las dulzuras, la separadora de las multitudes, la aniquiladora de los palacios y la constructora de tumbas, como la denominan en Las mil y una noches, que es un libro que sabe mucho sobre el combate desigual de los humanos contra la Parca.
  • Cuando tu independencia te ha costado tantísimo como le costó a Marie, tiendes a convertirte en una gallina clueca que, sentada sobre el pequeño huevo de su libertad, arrea picotazos a cuantos se acercan.
  • [...] con los años, tengo la creciente sensación de que hay una continuidad en la mente humana; de que, en efecto, existe un inconsciente colectivo que nos entreteje, como si fuéramos cardúmenes de apretados peces que danzan al unísono sin saberlo. Y las #Coincidencias forman parte de esa danza, de ese todo, de esa música, de esa canción común que no conseguimos terminar de escuchar porque el viento sólo nos trae notas aisladas. Ya sé que no hay rigor científico en lo que digo, pero es un pensamiento consolador, porque coloca la pequeña tragedia de tu vida individual en perspectiva.
  • Ahora, en cambio, aspiro simple y modestamente a la libertad; si consiguiera ser verdaderamente libre escribiendo, libre del yo consciente, de los mandatos heredados, de la supeditación a la mirada de los otros, de la propia #Ambición, del deseo de elevarme como un águila, de mis miedos y mis dudas y mis deudas y mis mezquindades, entonces lograría descender hasta el fondo de mi inconsciente y quizá pudiera escuchar por un instante la canción colectiva. Porque muy dentro de mí estamos todos. Sólo siendo absolutamente libre se puede bailar bien, se puede hacer bien el amor y se puede escribir bien.
  • Por lo general, uno no sabe que es la última vez mientras lo hace. Es el tiempo el que se encarga de despedirnos retrospectivamente de nuestras posibilidades.
  • La idea de que somos espíritus atrapados dentro de una envoltura carnal es tan poderosa, tan persuasiva, que tiendes a pensar así aunque no seas creyente.
  • [...] en este mundo complejo y contradictorio todos tenemos algunas muescas en la culata de la conciencia de las que sentirnos algo avergonzados.

Los que menos me han gustado han sido los momentos en los que la autora se dirige a su pareja muerta, por los motivos que expliqué al comienzo. La mayor parte del libro está redactado en primera persona y se dirige a una segunda que parece ser el lector; pero en algunos momentos no es el lector el interpelado sino Pablo Lizcano, la pareja de Rosa Montero. Y lo siento, como dije al comienzo de este artículo, desconfío de las palabras que se dirigen a alguien que no puede escucharlas. ¿Una manía mía? Puede ser. Menos mal que estos casos son meras anécdotas en un libro que me ha emocionado con frecuencia, un claro indicador de que merece ser recomendado.

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