La memoria de «Los años», el libro de Annie Ernaux


Me gustan los libros que van de menos a más, como me ha pasado con este. El arranque, con la vida social y personal de la autora en la Francia de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, me resultaba algo distante, ajeno. Conforme la autora/narradora ampliaba su visión, sentimientos y emociones comenzaron a resultarme familiares. Porque sí, este es un libro, no una novela, autobiográfico, pero intencionadamente despersonalizado. Lo es porque la narradora, trasunto de la autora, nunca habla en primera persona del singular: o lo hace en primera persona del plural cuando narra los sucesos sociales en Francia, o en tercera persona del singular para referirse a la persona que aparece en las fotografías y vídeos que se comentan a lo largo del texto. Gracias a este doble enfoque puede profundizar hasta lo más íntimo de su ser, emocional y hasta físicamente.

La combinación de ambas voces consigue distanciar los sucesos de la autora y hasta de la narradora, aunque es fácil comprobar en Wikipedia, por ejemplo, que los acontecimientos coinciden con los hitos en la vida de la Annie Ernaux. Gracias a este «artificio» el libro cuasiautobiográfico y cuasihistórico se convierte en una cuasinovela. Un artificio magistral que, para mí, es lo más interesante del libro; artificio que la autora, al final de la obra, lo justifica así:

«Será un relato resbaladizo, en un imperfecto continuo, absoluto, devorador del presente progresivamente hasta la última imagen de una vida. Un flujo suspendido, no obstante, a intervalos regulares por fotos y secuencias de películas que captarán las formas corporales y las posiciones sociales sucesivas de su ser (constituyendo congelaciones de memoria y a la vez informes sobre la evolución de su existencia, lo que la ha hecho singular, no por la naturaleza de los elementos de su vida, externos, como la trayectoria social o el oficio, o internos, como los pensamientos y las aspiraciones, el deseo de escribir, sino por su combinación, única en cada uno de nosotros). A este «siempre otra» de las fotos corresponderá, especularmente, el «ella» de la escritura. Ningún «yo» en lo que ella ve como una suerte de autobiografía impersonal (pero desde el «nosotros») como si, a su vez, ella hiciera el relato de los días de antes.»

Hasta aquí mi opinión. Lo que sigue es lo que me ha respondido uno de los motores de inteligencia artificial, tan de actualidad, al preguntarle por esta obra:

«Los años» es un libro autoficcional escrito por la autora francesa Annie Ernaux que abarca los cambios sociales y culturales que tuvieron lugar en Francia desde la década de 1940 hasta la década de 1980. En lugar de centrarse en eventos históricos específicos, Ernaux utiliza su propia vida y la de su familia como un microcosmos para explorar los cambios en la sociedad francesa.

A través de la narrativa, Ernaux muestra cómo la vida de las mujeres, especialmente de las de su clase social y educación, se vio profundamente afectada por las transformaciones políticas y sociales. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la Revolución Sexual y la liberación de la mujer, la autora describe sus experiencias y las de su entorno en detalle y con un tono poético y reflexivo.

Además de explorar temas sociales y políticos, «Los años» también es una reflexión sobre la memoria y el paso del tiempo. Ernaux examina cómo las experiencias y las emociones se van desvaneciendo con el tiempo y cómo la nostalgia juega un papel en la construcción de nuestra identidad personal y colectiva.

En resumen, «Los años» es un libro fascinante e impactante que ofrece una visión única de la sociedad francesa a lo largo de cuatro décadas. Es una obra poética, honesta y profundamente reflexiva que se ha convertido en un clásico de la literatura francesa contemporánea.

Fin de la transcripción de la respuesta del robot de inteligencia emocional. No está mal, me parece a mí, para ser un resumen de alguien, un robot, que no ha leído el libro.

Acabo con unos pocos fragmentos que he anotado mientras leía:

  • Como el deseo sexual, la memoria no se detiene nunca. Empareja a muertos y vivos, a seres reales e imaginarios, el sueño y la historia.
  • En las conversaciones en torno a una mesa familiar seremos tan solo un nombre, cada vez más sin rostro, hasta desaparecer en la masa anónima de una generación remota.
  • Algo había desaparecido con los abuelos fallecidos que habían vivido las dos guerras, los hijos que crecen, la reconstrucción concluida de las ciudades, el progreso y los muebles a plazos.
  • A causa de esa sensación de desenfreno nos encontrábamos, después de un baile lento, en una litera o en la playa frente a un sexo de hombre (antes nunca visto, solo en foto y poco) y con la boca llena de esperma por habernos negado a abrirnos de piernas, al recordar in extremis el calendario Ogino.
  • La euforia del transistor era de una especie desconocida, la de poder estar solo sin estarlo, disponer a nuestro antojo del ruido y de la diversidad del mundo.
  • No se imaginaban que a los chicos sentados junto a ellas en los bancos del aula les daban pánico sus cuerpos. Que, si contestaban a sus preguntas más inocentes con monosílabos, no era por desprecio sino por miedo a las complicaciones de sus vientres-trampa, así que preferían hacerse pajas por la noche.
  • En medio de la repleción que llenaba de gozo los rostros de la nueva familia y el canturreo del niño que quería levantarse de la siesta, nos invadía una fugaz impresión de provisionalidad. Nos sorprendíamos de encontrarnos aquí, de haber obtenido lo que habíamos deseado, un hombre, un niño, un piso.
  • Como la lista de cosas que comprar, de las cazuelas a las sábanas, había establecido en otro tiempo la unión en la duración, la de las cosas que repartirse materializaba ahora la ruptura.
  • Había tantos hombres y ahora tantas mujeres que pedían limosna que acabábamos pensando que se trataba de un nuevo oficio.
  • Y al mirar, al escuchar a los hijos convertidos en adultos, nos preguntábamos qué nos unía, ni la sangre ni los genes, solo el presente de miles de días juntos, de palabras y gestos, de comidas, de trayectos en coche, de cantidad de experiencias comunes sin rastro consciente.
  • Después de muchos años goza del cómodo sueldo de catedrática, así que les paga a todos un fin de semana en la playa porque quiere seguir siendo la proveedora de la felicidad material de sus hijos, compensar su eventual dolor de vivir, del que se siente responsable por el hecho de haberlos traído al mundo.
  • En Internet bastaba con poner una palabra clave pare ver cómo desfilaban miles de «sitios», proponiendo en desorden trozos de frases y fragmentos de textos que nos arrastraban hacia otros en un juego de pistas excitante, un hallazgo relanzado hasta el infinito de lo que no estábamos buscando.
  • El tiempo comercial violaba cada vez más el tiempo del calendario. Ya es Navidad, suspiraba la gente ante la aparición en tromba, el día siguiente a Todos los Santos, de los juguetes y los bombones en las grandes superficies, amedrentados ante la imposibilidad de escapar durante semanas al acoso de la fiesta mayor que obliga a pensar el propio ser, la soledad y el poder adquisitivo en función de la sociedad, como si la vida entera desembocara en el día de Nochebuena. Con tal espectáculo daban ganas de dormirse a finales de noviembre y despertarse a principios del año siguiente. Entrábamos en el peor periodo de deseo y aborrecimiento de las cosas, en el apogeo del gesto consumidor, que sin embargo acometíamos, entre el calor, la espera en las cajas y la aversión, como un sacrificio, un deber de gasto en ofrenda a no se sabe qué dios para no se sabe qué salvación, resignándonos a «hacer algo para Navidad», prever la decoración del abeto y el menú de la cena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Redes sociales