Tristeza y enfado con la «España partida en dos», un ensayo de Julián Casanova


Leer este libro me ha entristecido y hasta me ha enfadado. Cómo no hacerlo al confirmar con datos objetivos que un grupo de españoles doblegó por la fuerza el legítimo orden constitucional de la Segunda República española. Cómo no hacerlo al confirmar que Francia, Reino Unido y Estados Unidos miraron para otro lado con su pacto de no intervención cuando la Alemania prenazi y la Italia prefascista suministraban gran cantidad de armamento, aviones y soldados a los golpistas. Cómo no hacerlo al confirmar que durante diez años después de acabada la Guerra Civil el franquismo masacró sistemáticamente a los que se atrevían a defender el régimen legítimo de la República o a los que no coincidieran con el pensamiento oficial. Cómo no hacerlo al confirmar que la Iglesia católica felicitó, encumbró y se benefició de los cuarenta años de dictadura que siguieron a la guerra. Y, por último, cómo no hacerlo al confirmar que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los países democráticos europeos reconocieron al único régimen dictatorial de Europa, junto con el portugués, y abandonaron el recuerdo de la democrática, pero ya muerta, República española.

Todo lo anterior, lo conocía de otras lecturas, pero en ninguna otra lo he visto expresado de una forma tan clara y rigurosa, a la vez que amena, como en este ensayo del historiador Julián Casanova.

Aún hoy, más de medio siglo después de muerto el golpista y dictador Francisco Franco, entristece y hasta enfada que sigan estando presentes muchos símbolos y, lo que es peor, comportamientos aprendidos durante aquella época nefasta de nuestra historia reciente.

Finalizo con unos pocos fragmentos que he anotado:

  • [En la Segunda República] [...] había una España muy católica, otra no tanto y otra muy anticatólica.
  • La sublevación militar de julio de 1936 obligó a la República, un régimen democrático y constitucional, a combatir en una guerra que ella no inició. Lo que siguió a ese golpe militar, además, fue el estallido de una revolución social que el Estado republicano, al perder una buena parte de su fuerza y soberanía, tampoco pudo impedir. Un proceso revolucionario iniciado de forma súbita, violenta, dirigido a destruir las posiciones de los grupos privilegiados, de la Iglesia, del Ejército, de los ricos, pero también de las autoridades republicanas que querían mantener la legalidad.
  • Los militares sublevados tenían muy claro lo que querían destruir y no sabían bien qué es lo que querían construir a cambio.
  • Lo dijo uno de los dirigentes falangistas de segunda fila, José Luna, jefe provincial de Cáceres y capitán de Infantería: la Falange había pasado de tener «un cuerpo minúsculo con una gran cabeza a un cuerpo monstruoso sin cabeza»
  • Cuando empezó la Guerra Civil española, los países democráticos estaban intentando a toda costa «apaciguar» a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La República se encontró, por lo tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situación internacional tan favorable a sus intereses.
  • Y el panorama internacional, de nuevo, tampoco dejó espacio para las negociaciones. De esa forma, la guerra acabó con la aplastante victoria de un bando sobre otro, una victoria asociada desde ese momento a los asesinatos y atrocidades que se extendían entonces por casi todos los países de Europa.
  • Las dictaduras dominadas por gobiernos autoritarios de un solo hombre y de un único partido estaban sustituyendo entonces a las democracias en muchos países europeos y, si se exceptúa el caso ruso, todas esas dictaduras salían de las ideas de orden y autoridad de la extrema derecha. Seis de las democracias más sólidas del continente fueron invadidas por los nazis al año siguiente de acabar la Guerra Civil. España no era, en consecuencia, una excepción ni el único país donde el discurso del orden y del nacionalismo extremo se imponían al de la democracia y de la revolución. La victoria de Franco fue también una victoria de Hitler y de Mussolini. Y la derrota de la República fue asimismo una derrota para las democracias.

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