«La forja», la primera parte de la autobiografía novelada de Arturo Barea


«La forja» es el primero de los tres volúmenes que componen la obra «La forja de un rebelde», de Arturo Barea, autor español desconocido para la mayoría, que vivió en la primera mitad del siglo XX, unos años muy convulsos en España, tanto los previos a la Guerra Civil como los posteriores, incluyendo el exilio forzado en Inglaterra.

Tras leer «La forja», confieso que me he acordado de "Los miserables", la novela de Victor Hugo, pero sin héroe, sin Jean Valjean, pero con otro personaje más real, ya que es el mismo autor. Desde luego, «La forja» no posee una calidad comparable en términos literarios, en mi opinión, pero a cambio tiene una frescura y sinceridad que no desmerece de la obra de Victor Hugo. A falta de leer los otros dos volúmenes, este es el gran acierto de esta obra: tratarse de una autobiografía que se lee con tanto interés como una novela de intriga.

Vemos, oímos u hasta olemos el auténtico Madrid de comienzos del siglo XX, el alejado de la nobleza y de la burguesía acomodada. Cómo se sobrevivía, más que vivía, en barrios en los que se explotaba a los niños; cómo eran obligadas las jovencitas a prostituirse para llevar unas monedas a su familia hambrienta; cómo era el actual barrio de Lavapiés (antes llamado Avapiés); cómo la madre del protagonista, el autor, tenía que ir desde este barrio hasta el río Manzanares para lavar la ropa de la gente adinerada a cambio de unas monedas con las que dar a comer a sus hijos; cosas que, a pesar de haber ocurrido hace más de cien años, me resultan tan cercanas que consiguen enervarme. Y para colmo, cuando esta muchedumbre de pobres se rebela y pide justicia, se les responde con un golpe de estado que desemboca en una guerra y una dictadura que duró cuarenta años.

Por lo dicho, no ha sido un libro del que haya anotado muchos fragmentos: me he dedicado a disfrutar de su lectura, como antes de que empezara a analizar y destripar lo leído en busca del secreto que convertía un libro en uno excelente. Aun así, aquí dejo algunos fragmentos:

  • Es una mujer con una cara muy pequeñita y muy blanca; tiene los ojos azules muy claros, con unas pestañas rubias que casi no se le ven. Lleva unas gafas de cristales gordos, y mi madre dice que ve muy bien en la oscuridad. Cuando le mira a uno, sus ojos parecen los ojillos de un pájaro.
  • En nuestra calle, los antiguos faroles se ven en la acera blanca de luna como cerillas amarillentas; en la acera sin luna, como rincones temblorosos de luz.
  • Tiene un escote redondo muy grande con la pechuga al aire; y la garganta la forma un saco como el buche de las palomas.
  • Yo le quiero mucho, pero cuando se quita las gafas negras me da miedo, porque tiene los ojos como la clara del huevo, sin niñas.
  • Modesto tiene los ojos vacíos y lleva dos ojos de cristal que, cuando le miran a uno, molestan porque no se mueven.
  • Todo dormido, en el silencio. Tan sonoro que, al hablar en voz baja, se levantaba el murmullo de sus rincones.
  • Encima de la cabecera hay una ventanita cuadrada por la que entra un chorro de sol lleno de moscas.
  • El tío Luis pertenecía a una raza de hombres que casi ha desaparecido: era artesano y señor. Enamorado de su oficio, para él el hierro era algo vivo y humano; a veces le hablaba.
  • Pero ella atendía la comida y la casa, las gallinas y los cerdos, el amasar el pan y cuidar los cuatro chicos que, para no perder el tiempo en parirlos, nacían todos en un rato.
  • Cuando yo sea hombre, no bajará más al río y seré rico para que ella esté bien y tenga todos sus gustos, y se haga una abuelita como la abuela chica, una abuelita chiquitita y arrugada con un traje negro, de vieja, donde yo meteré la cabeza cuando esté cansado de trabajar.
  • Pero, mira, por mucho que te digan tu tía y todos los curas de alrededor, Dios no existe más que en el cepillo de las iglesias.
  • Madrid huele a sol por las mañanas.
  • Sabía hablar de los hombres y de las cosas despacio, con la lentitud inexorable del castellano viejo acostumbrado a ver pasar las horas con la tierra plana delante de él y forzado a buscar la ciencia en la hierba que se mueve, en el insecto que salta.
  • Únicamente se puede contestar que hay «tres dioses, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero un solo Dios verdadero». Con esto se queda contento el profesor, pero yo no sé cuál es el Dios verdadero, ni ellos tampoco.
  • Los únicos buenos son los que tienen dinero y todos los demás son malos. Cuando protestan les dicen que tengan paciencia, que ganarán el cielo y que no importa nada lo malo que se pasa en esta vida. Al contrario, que es un mérito, y son dignos de envidia; pero yo no veo que, para ganar el cielo, los ricos se metan a pobres.
  • El que tiene miles de pesetas para ir a Lourdes, puede ser que esté cojo y vuelva andando. Pero si no puede ir a Lourdes, entonces se queda cojo toda la vida, porque la virgen no hace milagros más que con los que van allí.
  • En las aceras de la calle [Ribera de curtidores] se ponen los vendedores de cosas viejas y allí se encuentra de todo, menos lo que se busca. […] Entre tanta porquería me siento feliz, porque el Rastro es un museo inmenso de cosas y de gentes absurdas.
  • Y como era necesario alegrar la casa, ahora que tiene ropas nuevas y gana más dinero, ha pintado de azul la loncha de queso que es su cuarto debajo de la escalera.
  • El café que me dan, negro, espeso, sabe a juerga.
  • Está mintiendo y, como no sabe mentir, al mirarle él sabe que yo comprendo su mentira y se calla.
  • Todos ellos me han enseñado a vivir. Nada de lo que me han enseñado sirve para vivir. ¡Nada! ¡Absolutamente nada! ¡Ni aun sus números y su historia sagrada! Me han engañado. La vida no es lo que enseñan ellos, es otra cosa.


2 comentarios:

  1. Me descubres un autor y, puede que me hayas abierto la puerta trasera a un período de la historia de los españoles, no la de España, que sin duda puede dotar de un verismo y de una viveza que no encontré en los libros de texto ni, mucho menos, en los profesores de Historia. Creo que, comprender cómo se vivía entonces, dotar de contexto los acontecimientos y las fechas es, lo que, desde mi punto de vista, hace entendibles los avatares de la historia de un pueblo.

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    1. Gracias por tu comentario, Art. Espero que te emocione esta obra tanto como a mí.

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