Unas minucias acerca de la prodigiosa estructura de «La ciudad y los perros», la novela de Mario Vargas Llosa

A cuento de esta novela, Vargas Llosa solía comentar una anécdota en la que un crítico francés, tras manifestar que le había gustado mucho La ciudad y los perros, le espetaba «Usted se equivoca. Usted no entiende su novela».

El autor le había revelado previamente quién cometió el crimen que acontece en la historia, pero el crítico argumentó tan bien que el asesino tuvo que ser otro, que Vargas Llosa terminó por confesar que el crítico «me había convencido; aunque cuando escribí la novela yo pensé que sí lo había matado». Es decir, que un lector había terminado por saber de la novela más que su creador. Esta presunta curiosidad viene a demostrar dos hechos: primero, que La ciudad y los perros no es una novela fácil y, segundo, que solo se completa cuando se incorpora al imaginario del lector. Esto último, por supuesto, no es exclusivo de esta novela, lo es de todas y, en mi opinión, es más cierto cuanto mejor es la obra.

Cuando digo que La ciudad y los perros es una novela difícil me refiero a su lectura, ya que utiliza una estructura laberíntica con continuos cambios temporales y de narradores: de tercera a primera persona, saltando continuamente de un personaje a otro. Pero, por todo ello, su escritura tuvo que ser un tormento; tormento feliz, considerando la maestría del resultado final. Algo sorprendente si tenemos en cuenta que fue la primera novela de Vargas Llosa, escrita cuando contaba poco más de veinticinco años.

Por contra, la prosa no peca de excesivamente 'literaria' y el argumento es relativamente sencillo: las peripecias de unos chavales en un colegio de inspiración militar en el Perú de los años cincuenta, basadas en la experiencia del propio autor. No es un libro autobiográfico; aunque, como en toda buena ficción, se parte de personajes y situaciones conocidas. A partir de ahí, el Jaguar, el Cava, el Boa, el Esclavo y el Poeta, los personajes principales, deciden el curso de la narración.

En conjunto, una obra redonda, capaz de evocar en el lector multitud de temas, a través de unos personajes perfectamente caracterizados y una ambientación que nos transporta a aquella época; todo ello ensamblado con una gran pregunta dramática: ¿quién fue el asesino?

Tres fragmentos que he anotado:

  • Las manos del Jaguar vinieron hacia él como dos bólidos blancos y se incrustaron en las solapas de su sacón, que se cubrió de arrugas.
  • El cansancio adormecía poco a poco sus miembros, embotaba sus sentidos; entre brumas, se repetía con los dientes apretados: «no me dormiré». Y, de pronto, alguien lo movía con dulzura, «Ya llegamos, Richi, despierta».
  • Ha olvidado también el resto de aquella noche, la frialdad de las sábanas de ese lecho hostil, la soledad que trataba de disipar esforzando los ojos para arrancar a la oscuridad algún objeto, algún fulgor, y la angustia que hurgaba su espíritu como un laborioso clavo.

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