La profunda sencillez de «Intemperie», una novela de Jesús Carrasco




De tanto husmear en las palabras se me había olvidado el placer que se siente al leer algo bien escrito, hasta el punto de que necesito decir que este libro me ha encantando (¡qué poco me gusta esta palabra!). Todo ello a pesar de que cuenta con poco más de tres personajes que se mueven dentro de un argumento aparentemente trivial, aunque con un fuerte trasfondo emotivo. Hasta se le perdona que, a veces, recurra a comparaciones y metáforas que me resultan excesivas o traídas por los pelos.

Como habrás comprobado no he empezado por el análisis de técnica literaria de esta novela ya que antes he preferido transmitir las sensaciones que me ha producido. Una vez hecho esto o, más bien, tras haber intentado hacerlo, sigo con algunas notas no tan "emocionales", aunque inevitablemente subjetivas.

Retomo lo que anticipé: la abundancia de metáforas y comparaciones. Son tantas que terminan por hacerse evidentes, lo que, para mí, les quita algo de atractivo; pero que no me impide reconocer su efectividad... en la mayoría de los casos. Cómo, si no, calificar las siguientes:
  • Berreos como jaras calcinadas.
  • Caminaba posando las plantas de los pies como si estuviera en un lagar de pétalos de rosa.
  • Una ola extraña y minúscula recorre su frente como una lija de babas que le rasca la piel dolorida.
  • El viejo y el burro por delante, el perro enloquecido y luego las cabras, dejando tras de sí una estela de cagadas como la cola de un cometa.
  • Moscas como dientes negros.
  • El pensamiento como un cincel frío sobre sus tiernas fontanelas o una afiladísima gubia levantando la piel de sus codos en busca del hueso blanquecino.
  • Sintió un ronroneo en sus tripas como si dentro de su cuerpo se estuvieran cociendo gomas.

Otro recurso que el autor utiliza en abundancia es la apelación al sentido del olfato; así, el texto está abundantemente sembrado de pestilencias de todo tipo, salpicadas de tarde en tarde por alguna fragancia. He aquí algunos ejemplos:
  • Las paredes olían a humo rancio.
  • Olía a sombra y a aceitunas podridas.
  • Olía a madera carcomida y a tripa seca de embutir. El aire perfumado de aceite dulce y vinagre.
  • El olor rancio de la grasa se mezclaba con el hedor que desprendía su cuerpo.
  • Del interior le llegaron los aromas cárnicos que ya conocía y una ligera pestilencia que no había notado antes.

En conjunto, y a pesar de mis últimos y aparentemente desleales comentarios, Intemperie es una excelente novela, que no dejaré de recomendar a todo el que me pregunte por una buena novela.

Termino con algunos fragmentos que me han parecido especialmente sugerentes:
  • Delante de él, el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día.
  • En su casa, las piedras de las paredes imponían una ley ancestral que dictaba que los niños debían mirar al suelo cuando eran sorprendidos haciendo algo inconveniente. Debían mostrar la nuca, dóciles como ofrendas o víctimas propiciatorias.
  • No necesitó abrirle la boca porque el sol había tensado tanto su piel que ahora era un ojal de pellejo curtido.
  • El niño se levantó y caminó tambaleándose como un junco en cuya punta se hubiera posado un tordo bien alimentado.
  • Después, como si estuviera solo en el mundo, se tiró varios pedos y se dispuso a acostarse.
  • La luna creciente todavía era una tajada estrecha amarilleando sobre el horizonte.
  • A menudo cada copa estaba sustentada por dos o tres troncos retorcidos que salían de la tierra como los dedos florecidos de un viejo.
  • El hombre permaneció de pie con la mirada disuelta en la pared.

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