El incendiario «Fahrenheit 451» de Ray Bradbury


Mientras leía este libro me olvidé de mis prejuicios contra la ciencia ficción, y me alegré de haberlo hecho. Gracias a ello he podido disfrutarlo o, lo que es lo mismo, sentir las angustias y las esperanzas del protagonista, Montag, a pesar de situarse en un mundo distópico, tan lejano de mis lecturas habituales.

Obra sobradamente conocida por tratarse de una crítica feroz de la ignorancia y, por ende, a favor de la cultura y el conocimiento, tras terminar la novela he presentido que podría reconocer algún tema secundario oculto tras uno primero tan evidente. Quizá un aviso de las consecuencias de la búsqueda de la satisfacción personal por encima de todo lo demás; o que la sabiduría suele generar infelicidad; o, muy al contrario, el reconocimiento de que la cultura, como el conjunto de saberes humanos, artísticos, científicos o de cualquier otro tipo, será imposible de suprimir mientras el ser humano pise este planeta.

Me ha gustado especialmente el recurso al olor para 'ambientar' las escenas. Así no solo he respirado el acre olor a quemado que resulta de las hogueras nutridas con libros, sino muchos otros de procedencias varias: el de los melocotones maduros, el de las fresas, el olor a hierba del aliento de un animal, el olor a trébol y polvo de un río seco, el olor como de pepinillo de una botella y como de perejil de la cocina casera, el débil olor amarillento como a mostaza, el de los claveles del jardín vecino... Muchos olores reales, pero también sospechados.

Además del citado trasfondo moral, la prosa de Ray Bradbury se esfuerza por resultar eficaz sin renunciar a cierto esmero literario, como demuestran los siguientes fragmentos:
  • Montag sintió que el cuerpo se le dividía en una parte fría y otra caliente, una dura y otra blanda, una temblorosa y otra firme, y que las dos mitades se trituraban entre sí.
  • Clarisse lo miró con sus claros ojos oscuros.
  • Un libro es un arma cargada en la casa de al lado.
  • Vivimos en una época en que las flores tratan de vivir de flores, en lugar de crecer gracias a la lluvia y al negro estiércol.
  • Ella cruzó corriendo, con el cuerpo rígido, el rostro cubierto de polvos, la boca invisible, sin carmín.
  • Huía de una aterradora irrealidad para meterse en una realidad que resultaba irreal, porque era nueva.
  • [...] el río era tranquilo y pausado, mientras se alejaba de la gente que comía sombras para desayunar, humo para almorzar y vapores para cenar.
  • El sol ardía a diario. Quemaba el Tiempo. El mundo corría en círculos, girando sobre su eje, y el tiempo se ocupaba en quemar los años y a la gente, sin ninguna ayuda por su parte. De modo que si él quemaba cosas con los bomberos y el sol quemaba el Tiempo, ello significaría que todo había de arder.
  • No importa lo que hagas, en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ellos tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará allí para siempre.

Como siempre, Ray Bradbury no defrauda.

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