Recuerdo que hace un tiempo, un prestigioso colegio madrileño me invitó a hablar de mi experiencia como escritor, particularmente como novelista y bloguero, dentro del Certamen de Literatura que convoca anualmente. Me encontré rodeado de dos grupos sucesivos de niños y niñas de doce y catorce años. Ellos sentados en el césped, yo de pie.
Sensación agridulce, tópico de sensación, lo sé. Y esta novela es de todo menos tópica. Rompe con muchos estereotipos referidos a lo que debe ser una novela, empezando por el canónico "planteamiento, nudo y desenlace", pasando por el decoro lingüístico (gusta de palabras y expresiones que se adentran en la malsonancia), y terminando por la escasez de personajes (siete, en total) y por una trama en la que hay muy pocas peripecias.