Literatura y psicología, un diálogo continuo


Desde que, hace ya algunos años, quise escribir ficción, supe que narrar es, en gran medida, hablar de psicología. Los personajes, incluso si no son humanos, se comportan como tales y, por tanto, obedecen a las pautas existenciales de los humanos; pautas que, precisamente, son el objeto del estudio de la psicología. Así que sí, en mi opinión, literatura y psicología están estrechamente relacionadas: aunque la literatura sea, en el mejor de los casos, un arte y, en el peor, un entretenimiento, y la psicología sea una ciencia para unos y una disciplina para otros, los lazos entre ambas son profundos.

La influencia entre la psicología y la literatura es recíproca. Tanto es así que, hasta mediados del siglo XIX, solo se exploraba la mente humana en algunos ensayos filosóficos y, sobre todo, en las obras literarias, a través del comportamiento y pensamiento de los personajes. Es interesante observar cómo, antes del surgimiento formal de la psicología como disciplina científica, las obras literarias ya actuaban como una suerte de experimentos mentales. En novelas como Madame Bovary, de Gustave Flaubert o Las penas del joven Werther, de Goethe, se exploraban con precisión los anhelos, las frustraciones y los conflictos internos de sus personajes. Estas obras no solo reflejaban la condición humana, sino que ofrecían claves para comprenderla desde una perspectiva casi terapéutica, que permitía a los lectores «vivir» las experiencias de los protagonistas con tal intensidad que podían emocionarse, reflexionar y aprender lecciones útiles para sus propias vidas. No es casualidad que los considerados padres de la psicología antes fueran filósofos y ávidos lectores de grandes obras literarias.

Para Freud, de hecho, el narrador de una obra de ficción expresaba intuitivamente lo que el psicoanálisis intentaba explicar de manera científica. Para él, la literatura no solo ayudaba a resolver posibles conflictos neuróticos del autor, sino también de los lectores, si conseguían identificarse con los personajes de ficción, ya que experimentan una especie de catarsis por el placer que les proporcionaba el alivio de las tensiones de la realidad. Freud veía el acto creativo como una sublimación de las frustraciones del escritor, que se expresaba de una determinada manera porque no podía evitarlo. Lo que Dostoievsky, por ejemplo, no podía hacer en la realidad (pensemos en su Crimen y castigo), lo expresaba en sus textos. Queda claro que, para el creador del psicoanálisis, el arte era una manifestación del inconsciente, por lo que los métodos de Cervantes y de otros grandes escritores demostraron ser más útiles que conocer la anatomía del cerebro.

Una vez definido el campo y el procedimiento de estudio de la psicología, esta evolucionó alejándose de la literatura, que quedó como un objeto más de análisis (por ejemplo, para estudiar al autor a través de su obra). Sin embargo, en mi opinión, la creación literaria se sigue nutriendo de la psicología. Esto se aprecia no solo en géneros literarios centrados en tramas psicológicas —thrillers como El silencio de los corderos, de Thomas Harris, o Perdida, de Gillian Flynn, o el terror psicológico de El resplandor, de Stephen King, u Otra vuelta de tuerca, de Henry James—, sino en casi cualquier obra de ficción, incluso aunque se trate de una narración centrada en las peripecias de personajes con nula introspección en sus pensamientos. En relatos de ciencia-ficción, por ejemplo, en los que realizan viajes intergalácticos u otros prodigios semejantes, las decisiones de los personajes siguen obedeciendo a motivaciones psicológicas. Lo mismo sucede en distopías, novelas románticas y, prácticamente, en cualquier texto narrativo: la psicología está en su núcleo.

Por ello, no encuentro descabellado afirmar que la literatura también puede sanar. En psicología, el concepto de «biblioterapia» utiliza la lectura como ayuda terapéutica, proporcionando consuelo en momentos difíciles. Leer nos permite procesar emociones, enfrentar miedos y, a veces, encontrar respuestas. Nos ayuda a lidiar con la ansiedad, la depresión o el duelo. A través de personajes que enfrentan desafíos, encontramos fortaleza. Además, la experiencia literaria extiende sus beneficios a la colectividad al abrir la puerta a la experiencia de los demás, fomentando la empatía. Sentimos las alegrías de los demás, sus miedos y sus sueños, lo que nos conecta con sus experiencias y nos invita a comprender la realidad de nuestros semejantes.

Acabo con la conclusión de que, en realidad, los seres humanos vivimos relatándonos a nosotros mismos y a los demás. Estos relatos son el alma de la literatura y, al mismo tiempo, la herramienta fundamental de la psicología: los relatos de los pacientes son la materia prima del diagnóstico y tratamiento terapéuticos. En definitiva, como ya dijo Paul Ricoeur en 1983, la identidad humana es narrativa.

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