Me maravilla cómo, dos mil años después de que fueran escritas, pueda yo estar leyendo estas meditaciones o reflexiones o consejos de un emperador romano que, además de ser un gran aficionado a la lectura y de tener que gobernar el mayor imperio de la época, no dejó nunca de guerrear contra los bárbaros que no dejaban de poner a prueba las fronteras; una dicotomía pensador/guerrero que cuesta desprenderse de ella mientras se lee este libro.
Marco Aurelio (121-180 d. C.) es considerado el último de los grandes estoicos, tras Séneca y Epícteto. En la actualidad, este movimiento filosófico ha resurgido con fuerza como contrapunto a la sociedad actual basada en el consumo, la productividad y la competencia. Situación que ha propiciado mi reciente interés por el estoicismo, pero aún más, por los estoicos hasta el punto de que este sea el segundo artículo que publico sobre esta materia: Massimo Pigliucci nos enseña en su libro «Cómo ser un estoico».
Un pequeño preámbulo: la filosofía estoica estructura su edificio conceptual en torno a tres cuerpos:
- La Lógica, que es el ámbito de la Retórica y de la Dialéctica
- La Física, que se constituye en torno a dos principios: uno paciente o pasivo, sería la materia inanimada; y otro activo o agente representado en su escalón más alto por Dios, generador a su vez de los elementos animados y de la materia inanimada.
- La Ética, que es la parte más práctica y la que más me interesa: comienza donde acaba la Física. Ser y formar parte de la razón universal implica un actuar de acuerdo con ella; para conseguirlo está la virtud, que consiste en actuar en armonía con la Naturaleza y con la causa última, Dios.
A su vez, cada persona queda estructurada en otras tres partes (¿preferencia por lo tripartito?): la inteligencia, el cuerpo y el alma, siendo esta última sobre la que la voluntad tiene influencia.
Sobre estos andamiajes teóricos, Marco Aurelio hilvana una larga lista de pensamientos a medio camino entre recomendaciones para el lector y reflexiones para él mismo. En el fondo, la idea que subyace es la siguiente: dado que todos nos vamos a morir, no tiene sentido que nos angustiemos por el presente. Para qué afanarnos en conseguir tal puesto o tal conocimiento o tal riqueza: al final, lo que deba ser será. Hagamos lo que nos corresponda según nuestra responsabilidad social, pero comprendiendo, casi compadeciendo, a aquellos que se empeñan e ir contra su situación, es decir contra la naturaleza. En el fondo, en mi opinión, es una filosofía profundamente conservadora, ya que pretende que todos y cada uno aceptemos nuestra situación para evitar angustiarnos, en especial cuando se aproxima la muerte. De hecho, si tuviera que resumir este libro en una sola frase, sería esta: Un manual de autoayuda para el buen morir.
Me parece extremadamente difícil cambiar la forma de ser de uno mismo o aún de comportarse gracias a la lectura de obras, por muy sabias y hasta convincentes que puedan parecernos. Sí es posible que limen aspectos mediante el procedimiento de dejar posos que, al cabo de días, reflotan y completan alguna visión o sensación que nos acontezca. Y eso es lo que me ha pasado con estas meditaciones de Marco Aurelio.
Termino con unos cuantos fragmentos que he anotado y que, no dudo, se añadirán a mi propia filosofía vital:
- El hombre que se desvive por la gloria póstuma no se imagina que cada uno de los que se han acordado de él morirá también muy pronto; luego, a su vez, morirá el que le ha sucedido, hasta extinguirse todo su recuerdo en un avance progresivo a través de objetos que se encienden y se apagan. Mas suponte que son incluso inmortales los que de ti se acordarán, e inmortal también tu recuerdo. ¿En qué te afecta esto? Y no quiero decir que nada en absoluto le afecta al muerto, sino que al vivo, ¿qué le importa el elogio?
- Una sola cosa merece aquí la pena: pasar la vida en compañía de la verdad y de la justicia, benévolo con los mentirosos y con los injustos.
- Acostúmbrate a no estar distraído a lo que dice otro, e incluso, en la medida de tus posibilidades, adéntrate en el alma del que habla.
- La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías.
- Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y, en cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.
- A ningún hombre puede acontecer algo que no sea accidente humano, ni a un buey algo que no sea propio del buey, ni a una viña algo que no sea propio de la viña, ni a una piedra lo que no sea propio de la piedra. Luego si a cada uno le acontece lo que es habitual y natural, ¿por qué vas a molestarte? Porque nada insoportable te aportó la naturaleza común.
- Si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna, sino el juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio, de ti depende.
- Amargo es el pepino. Tíralo. Hay zarzas en el camino. Desvíate. ¿Basta eso? No añadas: «¿Por qué sucede eso en el mundo?». Porque serás ridiculizado por el hombre que estudia la naturaleza, como también lo serías por el carpintero y el zapatero si les condenaras por el hecho de que en sus talleres ves virutas y recortes de los materiales que trabajan.
- Pues la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor que una infección y alteración semejante de este aire que está esparcido en torno nuestro.
- Todo es lo mismo; habitual por la experiencia, efímero por el tiempo y ruin por su materia. Todo ahora acontece como en tiempo de aquellos a quienes ya sepultamos.
- Éste les pide: «¿Cómo conseguiré acostarme con aquélla?» Tú: «¿Cómo dejar de desear acostarme con aquélla?» Otro: «¿Cómo me puedo librar de ese individuo?» Tú: «¿Cómo no desear librarme de él?» Otro: «¿Cómo no perder mi hijito?» Tú: «¿Cómo no sentir miedo de perderlo?» En suma, cambia tus súplicas en este sentido y observa los resultados.
- ¡Cuán grosero y falso es el que dice: «He preferido comportarme honradamente contigo»! ¿Qué haces, hombre? No debe decirse de antemano eso.
- El que no admite que el malvado cometa faltas, se asemeja al que no acepta que la higuera lleve leche en los higos, que los recién nacidos lloren, que el caballo relinche y cuantas otras cosas son inevitables.
- Que dentro de no mucho tiempo nadie serás en ninguna parte, ni tampoco verás ninguna de esas cosas que ahora estás viendo, ni ninguna de esas personas que en la actualidad viven. Porque todas las cosas han nacido para transformarse, alterarse y destruirse, a fin de que nazcan otras a continuación.
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