«Cumbres borrascosas», de Emily Brontë, mucho más que una novela romántica


No debería haber leído el apéndice de esta novela sin haber escrito antes este artículo; apéndice que incluye una reseña biográfica escrita por Charlotte Brontë, la hermana de la autora. Antes de leerlo tenía una idea de lo que quería decir aquí, pero tras los comentarios de las hermanas Brontë he decidido matizarla.

La autora, Ellis Bell, más conocida por su seudónimo Emily Brontë, narra una historia de amores imposibles en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Ese es el contexto, casi la excusa para reflejar las pasiones contenidas y, sin embargo, incontenibles de sus protagonistas y, detrás de ellas, una crítica social al conservadurismo de aquella época.

El libro se empieza a leer con el interés de una novela romántica, pero al poco tiempo seduce por la calidad del texto, todo él aderezado de certeras metáforas, hipérboles y personificaciones de la naturaleza, sin que falte un delicado tono irónico. Gracias a ello, la narración, a pesar de ser larga, se hace amena y se completa en menos tiempo del esperado.

Finalizo con unos pocos fragmentos de los muchos que he anotado:

  • Tenía las facciones menudas, la tez muy blanca, dorados bucles que pendían sobre su delicada garganta, y unos ojos que hubieran sido irresistibles de haber ofrecido una expresión agradable
  • [...] se volvió hacia mí con la airada expresión de un avaro a quien alguien pretendiera ayudarle a contar su oro.
  • ¿Ves esas arrugas que tienes entre los ojos y esas espesas cejas que siempre se contraen en lugar de arquearse, y esos dos negros demonios que jamás abren francamente sus ventanas, sino que centellean bajo ellas corridas, como si fueran espías de Satanás?
  • Parecía tan incapaz de irse como lo sería un gato para dejar un ratón medio muerto o un pájaro a medio comer.
  • Cuanto más se retuercen los gusanos, más ganas me dan de aplastarlos. Lo llevo en la sangre, y cuanto más los veo sufrir, con más fuerza los aplasto.
  • Daba la impresión de que ya no miraba los objetos que tenía alrededor; sus ojos parecían perderse siempre a lo lejos, más allá de la lejanía, en un punto que podría decirse fuera de este mundo.
  • Hace falta más sangre fría para ir arrancando los nervios con pinzas al rojo vivo que para golpearle a uno en la cabeza.
  • Poco quedaba de aquel carácter de niño difícil que se queja y molesta a los demás en demanda de mimos; ahora era más bien el egoísmo taciturno de un enfermo crónico, que rechaza todo consuelo y tiende a mirar como un insulto el alegre optimismo de los demás.
  • Aplazamos la excursión hasta la tarde, una dorada tarde de agosto, en la cual cada ráfaga de brisa llegada de las colinas venía tan cargada de vida que daba la impresión de poder reanimar a cualquiera que la aspirase, aunque se tratara de un moribundo.
  • Pero por ahora sería como pedirle a un hombre que se encuentra luchando contra la corriente que descanse en el momento en que sus brazos están a punto de tocar la orilla.
  • [Comentario que hace Charlotte respecto de su hermana Emily con ocasión de su muerte, en el apéndice]: Nunca he presenciado nada igual; claro que, en realidad, nunca he conocido a nadie que la igualara en nada. Era única, más fuerte que un hombre, más inocente que un niño. Lo malo es que, aunque llena de compasión por los demás, no tenía piedad consigo misma. El espíritu era implacable con la carne; exigía a las manos temblorosas, a las piernas débiles y a los ojos fatigados lo mismo que si desbordaran salud. Era tan doloroso estar a su lado y verlo sin atreverse a protestar que no puede expresarse con palabras.

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