Massimo Pigliucci nos enseña en su libro «Cómo ser un estoico»

Por tortuosos caminos he terminado por dedicar algún tiempo a la lectura de textos de Filosofía y, en especial, de Filosofía Estoica. Un viaje sin pretensiones eruditas ni de una formación integral en la historia de dicha materia. Simplemente fue una curiosidad surgida a partir de algo oído en un medio y que germinó como semilla en terreno abonado.


En este ensayo de Massimo Pigliucci, titulado a modo de manual, tras una contextualización histórica, se hacen recomendaciones prácticas para que alguien pueda llegar a considerarse estoico. Reconozco que buena parte de dichas recomendaciones, más bien ejercicios, consiguen conectar con mi propia filosofía vital, filosofía sin nombre y en minúscula que me recuerda a la inexistencia de la Constitución británica, formada a partir de experiencias vividas a lo largo de los años. Por eso, ¿puedo o hasta debería decir que soy estoico? No creo y lo explico.

En este periplo filosófico he podido reconocer estas dos ramas nucleares de la Filosofía: la Ética y la Metafísica. Mientras la primera trata del comportamiento humano, la segunda se ocupa del origen del cosmos y su relación con la divinidad. Que la Metafísica antecede a la Ética es algo que he descubierto estos días. Así, el comportamiento de un cristiano o de un musulmán, como ejemplos de creyentes, se deriva de la creencia en sus respectivos dioses; las buenas prácticas estoicas son una consecuencia de su cosmovisión o visión del universo: la ataraxia (imperturbabilidad) estoica nace de la convicción de que el destino de cada uno de nosotros ya está determinado y no lo pueden cambiar ni los dioses. Si esto es así, ¿para qué voy a preocuparme por el futuro, si no dejaré de hacer lo que ya esté escrito para mí y, por tanto, para qué voy a perder el tiempo preocupándome por qué hacer? Mejor, me tranquilizo, acepto la situación y disfruto lo que pueda; más o menos como hacen el resto de los animales. De ahí el acercamiento a la naturaleza, que preconiza el estoicismo.

Pues bien, el dilema que me ha surgido es el siguiente: ¿puede parecerme bien el comportamiento humano que defiende el estoicismo sin estar de acuerdo en su cosmovisión? ¿Cabe en el mundo actual, tecnológico, hiperconectado y enfocado al rendimiento, una versión del estoicismo que nos sirva para vivir mejor, fin último de cualquier filosofía? No tengo una respuesta clara a estas preguntas, aunque me inclino a pensar que sí: puede que hasta yo sea estoico sin saberlo, al menos en parte.

Entresaco de los ejercicios que se detallan al final de libro, aquellos que me han parecido más interesantes y sobre todo prácticos:

  • Recordar la fugacidad de las cosas.
  • Hacer una pausa con frecuencia y respirar hondo.
  • Ponerse en el lugar del otro
  • Hablar poco y bien.
  • Elegir bien la compañía.
  • Responder a los insultos con humor.
  • No hablar demasiado de nosotros mismos.
  • Hablar sin juzgar.
  • Al finalizar el día, reflexionar sobre nuestro comportamiento.

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