Hace ya tiempo descubrí que suelo tomar decisiones irracionales. Elijo comprar, no lo que mejor se ajusta a mis necesidades, sino aquello que tiene algún aspecto que me atrae; es como si por ejemplo, me quedo con aquella prenda de ropa que tiene un botoncillo especial a la altura de la cintura en lugar de la que mejor se ajusta a mi cuerpo. He hablado de ropa, pero podía haber mencionado a los libros; sí tanto a la obra en sí como al soporte físico de la misma. Y de este soporte es del que quisiera hablar en este artículo.
¿Por qué suelen defraudar las lecturas de las sucesivas obras de un autor? Me pasó con Jorge Amado y ahora con "La Niebla". Terminé "El resplandor" agradecido a Stephen King de las dosis de intriga y suspense que me había inoculado. Eso es, estaba agradecido por sufrir. Con "La niebla" temía y esperaba sucesos inesperados tras cada escena. No ha sido así. Aparecían monstruos por todas partes, en "El resplandor", no; no hay o no he encontrado un tema que soporte el argumento, bastante lineal, por otra parte, como sí lo había, y muy bien presentado, en "El resplandor".
Después de 14 años, y tras el aluvión de recomendaciones recibidas, he vuelto a leer "Corazón tan blanco". De una novela como esta ya hay decenas de formidables reseñas de lectores más experimentados que yo como, por ejemplo, esta de Rosana Orué; o esta de Xavier Beltrán; o esta, reciente, de Carlos Andia; o esta de María García-Lliberós; o esta, completísima, de Pilar Taulés (como veis, algo se me han contagiado las frases largas de Javier Marías).
Desde que terminé de leer "Rojo y negro", un pensamiento vuelve insistente: lo peor que tiene un libro es que cuanto mejor o más interesante es el final más fácilmente se olvidan otros aspectos del mismo que pudieran haber sido tanto o más interesantes que dicho final.