Joseph Conrad siempre será uno de los nuestros gracias a su «Lord Jim»


Comienzo por decir que, aunque he procurado no hacerlo, no me ha quedado más remedio que revelar algunos aspectos del argumento. Además, este artículo lo he redactado en tres momentos diferentes. Prometo que lo hecho así para conseguir que no solo no decaiga sino que se incremente el interés por la lectura de esta novela.

Inicio este artículo once días después de iniciar por primera vez la lectura de esta obra —llevo cuatro reinicios—; al fin, cuando voy a comenzar el séptimo capítulo (página 75) he conseguido entender la secuencia narrativa seguida hasta ese momento y hasta quién es el narrador: el capitán Marlow. Sin embargo, durante los tres primeros capítulos, en ningún momento se identifica como tal, ya que narra en tercera persona. En ellos, se dedica a aproximarnos la figura de Jim y del suceso del navío llamado Patna. En el cuarto capítulo hay alguien que habla en primera persona y solo en el sexto se confirma que quien habla es el capitán Marlow.

Durante los capítulos cuarto a sexto, Marlow va tomando contacto, casi por curiosidad, con el suceso del Patna a través de la investigación que se lleva a cabo. Este acercamiento terminará por hacerle conocer a Jim al final del capítulo sexto. Durante dichos capítulos, además, se introduce a dos personajes esenciales: el señor Jones y el capitán Brierly, conocidos del capitán Marlow.

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Varias horas después de escribir lo que antecede, he acabado de leer los capítulos séptimo y octavo. Y resulta que Marlow no estaba relatando al lector, sino que se encuentra con un grupo de personas a las que les está narrando su conocimiento y entrevista con Jim (página 90).

He querido hacer el comentario anterior porque he considerado un pequeño triunfo personal llegar a conocer el argumento narrativo, aunque me haya costado mucho tiempo. En el fondo, ese tiempo que le he dedicado no lo considero perdido, sino al revés: solo el conocer las sutilezas que el autor incorpora permite apreciar la auténtica profundidad de la novela (¿suena presuntuoso por mi parte si digo que quizás sea una señal de que cada vez aprecio más la calidad que la cantidad en la lectura, ya que va remitiendo el ansia por leer muchos libros para dejar paso a una lectura más intensa?)

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Desde hace tiempo, no había tardado tanto en leer un libro como me ha pasado con este. Por varios motivos pero, especialmente, porque he preferido reiniciarle cuantas veces he necesitado hasta ver claro el procedimiento narrativo de Conrad; además, solo he retomado la lectura en los comienzos de capítulo, de modo que cuando dejaba un capítulo a medias lo volvía a reiniciar en la siguiente sentada.

A pesar de todo el tiempo que he necesitado (36 días), no tengo la sensación ni de estar cansado o aburrido de su lectura ni, mucho menos, de haber desaprovechado un tiempo en el que podría haber leído otros libros. Es más, dado el contenido de la novela creo más bien que el procedimiento que he seguido es el más apropiado: es necesario leer, releer, pensar y repensar lo leído para poder profundizar lo suficiente como para apreciar la naturaleza sutil, íntima y profundamente humana de la narración.

A estas alturas tengo que confesar que no he encontrado la moraleja del libro como no sea la de que nada vale el empeño de la humanidad contra los avatares del azar: no se puede avanzar al nadar si las olas nos empujan en sentido contrario.

Además de este aspecto, hay dos más que me interesa resaltar del libro: uno es la batalla mental que mantiene Jim por lo antagónico que es lo que él cree que es y lo que realmente es (ha vivido en la idea de que podía hacer grandes cosas, ser un héroe, pero cuando se presenta la ocasión para serlo la desaprovecha —el suceso del Patna—; sólo al final tiene la oportunidad de sentirse héroe, pero fue como consecuencia del azar y a costa de la muerte de otras personas); y otro es el interés del relator, el capitán Marlow, por Jim y, en especial, su encaprichamiento por él porque ve en él a «uno de los nuestros», puesto que Jim, por su forma de ser y de actuar representa el paradigma de una persona honesta y modélica en todos los sentidos. Se trata de un interés que, en algunos casos, raya en lo morboso por lo que insiste en conocer los efectos que todo el suceso del Patna está teniendo sobre Jim. Este interés continuará en conocimiento y terminará en cariño, tanto como que el capitán Marlow se sienta como el padre de Jim.

En cuanto al estilo, aunque comprendo que pueda resultar pesado a otras personas, para mí no lo ha sido: es perfecto. Es el único modo de conseguir que el lector pueda apreciar la riqueza de matices que cabe hasta en la situación más nimia.

Por último, un aspecto que me parece que subyace en el relato es el respeto por uno mismo. Jim, en efecto, se siente mal porque, tras ver cómo actuó en el suceso del Patna, ya no puede sentir aprecio por sí mismo. Ni siquiera cuando libera a los nativos vuelve a sentirlo: sabe que se lo tienen los demás, pero no a sí mismo.

Según he ido escribiendo lo anterior, el poso del libro me incitaba a hacer nuevas lecturas del mismo, a apreciar nuevos significados e intenciones en Conrad. Exactamente como pasa cuando se ha leído un buen libro como lo es este.

Termino transcribiendo unas líneas que aparecen al comienzo del capítulo trece, por lo visionarias que me resultan:

«Parece mentira la frecuencia con que, en la vida diaria, vamos con los ojos medio cerrados, los oídos como tapiados y adormecido el pensamiento. Acaso es bien que así sea, y tal vez esa mismísima somnolencia o embotamiento es lo que hace que tan soportable y deseada resulte la existencia para una incalculable mayoría de personas. De todas suertes, bien pocos serán entre nosotros los que no hayan pasado nunca por uno de aquellos raros momentos en que despierta el espíritu para ver, oír y entender infinidad de cosas ..., mejor dicho, todas ellas ..., como iluminado por un relámpago ... antes de volver a caer en nuestra grata somnolencia.»

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