Como en toda obra que intento comentar, me pregunto con qué autoridad me he autoinvestido para enjuiciar aciertos y errores del autor; yo, que sé de sobra lo complicado que es escribir una novela. Más bien debería decir que me propongo reflexionar sobre mí mismo, sin que ello quite o dé valor a la obra leída ni a su autor. Parece una especie de pudor, pudor que noto creciente conforme me siento más comprometido con la escritura.
De tarde en tarde se lee un libro que nos reconcilia, no ya solo con la literatura, sino hasta con el mundillo editorial, que ya es decir. Pues bien, en esta ocasión ha sido El adversario, la novela de Emmanuel Carrère, la que ha conseguido, de nuevo, el milagro.
Reconozco mis prejuicios en contra de los libros de autoayuda, a pesar o como consecuencia de haber leído unos cuantos.