«Una historia ridícula» que no es tal, de Luis Landero


Alguien muy cerebral, como podríamos serlo cualquiera de nosotros. Alguien que arrastra un cierto complejo de inferioridad, algo nada infrecuente. Sin embargo, según avanza la lectura nos vamos dando cuenta de que ese alguien, el protagonista, se desliza por el camino de la psicopatía al desear no solo la muerte de los enemigos, sino también de los que quiere. Hasta llega a creerse con un poder sobrenatural para conseguir sus fines. Sin embargo, el autor lo narra de una forma tan natural que es imposible sentirse ajeno a tales pensamientos.

Una idea de lo que nos espera la anticipa el mismo título,  que parece avisarnos de que no perdamos el tiempo leyendo la historia ridícula que narra esta obra. Obviamente, no lo es. Bajo la apariencia de un simple entretenimiento, una historia de amor no correspondido, se diseccionan aspectos de la personalidad humana y de la sociedad que suelen pasar desapercibidos.

Un narrador en primera persona que se dirije al lector, en ocasiones de modo desafiante, aunque terminamos tolerándolo porque comprendemos que es, lo que se denomina en técnica narrativa, un narrador defectuoso que distorsiona la realidad. Pero, ¿no lo hacemos todos nosotros, «amañar» la realidad, en mayor o menor medida?

Aunque, en mi opinión, el texto no tiene pretensiones de «alta literatura», he anotado algunos fragmentos que me han parecido reseñables:

  • Uno de los mayores logros de mi vida ha sido aprender a despreciar a los demás.
  • Pues bien, así las cosas, de pronto llegó el otro, el amor loco, el sublime, el bárbaro, el doliente, el absoluto, el súbito, el despótico, y todos los vocablos de ese corte que se le quieran añadir, el que es a la vez cielo e infierno, premio y castigo, el que te aniña y a la vez te consume, y en un momento revolucionó toda mi vida, me convirtió en su esclavo, y me enajenó, falseando por completo mi manera de ser.
  • De aquí se deduce que, en toda reunión, por debajo de los temas que se exponen y discuten, discurre torrencialmente otro, que es el más importante de todos: quién manda allí. En el fondo, de eso es de lo que se habla, y eso es lo que allí se dirime.
  • Yo tengo para mí que, cuando en un corro coloquial se crea un silencio incómodo, casi siempre suele romperlo el más tonto de todos, o el que tiene complejo de intruso.
  • Además de los pies, se me desparrama también el pensamiento. Y el pensamiento, si uno no lo controla, se echa al monte, como quien dice, se pone bravo y traspasa todos los límites, rompe todas las reglas, crea todo tipo de disparates y de monstruos. Si una hiena o un tigre pudieran pensar, ni remotamente sus pensamientos se atreverían a tanto como los nuestros cuando dejamos la mente a su libre albedrío.
  • Él era así, jocoso y trivial. Quizá por eso no resultaba fácil despreciarlo. Era como darle patadas a una cosa blanda, o intentar derribar un tentetieso. Siempre condescendiente, olímpico, invencible.
  • No hay mejor sedante contra los sobresaltos y la angustia que la costumbre, además de ser el mejor sucedáneo del amor.
  • Pues bien, la frase de que el arte y la religión son la misma cosa es precisamente de Kandinsky. A mí me parece que eso es solo palabrería, pero suena bien, es una de esas frases contundentes que siempre tienen razón, de puro imprecisas o absurdas, y que no hay forma de contradecir. Además, la palabra misterio pone enseguida de acuerdo a todo el mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Redes sociales