Descubriendo a Manuel Vázquez Montalbán en «Los pájaros de Bangkok»

 



Lo primero que suele ocurrírseme cuando termino de leer un libro que me ha gustado es «cómo es posible que no haya leído antes nada de este autor»; después me digo «tengo que leerme toda su obra», para finalmente reconocer que «bueno, tampoco es eso, hay muchos otros autores y libros, y lo mismo hay alguno que incluso me guste incluso más».


Los pájaros de Bangkok es la sexta novela de la serie protagonizada por el detective privado Pepe Carvalho, un catalán de origen gallego nacido gracias a la imaginación de Manuel Vázquez Montalbán. Como dije antes, no había leído antes a este autor, y me sorprendió para bien el tono socarrón y desenfadado del que está dotado el protagonista; tanto que se atreve a hablar en primera persona en medio de una narración en tercera persona, sin inciso de por medio. No obstante, detrás de la ironía de Carvalho, con frecuencia se deja ver un agudo analista de la realidad; como cuando compara el desengaño vital en el que está atrapado con «un viejo matrimonio cansado de serlo, pero sin la obligación de la convivencia, de marcar el reloj de las convenciones morales, de mantener el decorado para que los niños crezcan en el error de que las parejas son posibles y lleguen a la condición de pareja con una capacidad de autoengaño, que no les servirá ya adultos para evitar una tardía pero absoluta sensación de estafa.»

Reconozco que, como alguien no enamorado de la novela negra, no me ha interesado especialmente la trama. ¡Claro que prefería llegar a saber si estaba muerto o no uno de los personajes o si descubría a tal o cual asesina, pero eso era lo de menos! Me olvidaba del argumento, de los lugares y hasta de los personajes para disfrutar con las ocasiones en las que Carvalho dejaba su investigación para sentarse a paladear un plato cualquiera y describirlo, más que con detalle exquisito, con el el lujo y el gusto propios de un gourmet.

Me he dejado llevar por el detective al descubrir paisajes tailandeses y mostrarlos con delectación, como en este caso, donde he encontrado, en referencia a la isla de Koh Samui, la mejor definición de paraíso que recuerdo haber leído: «Carvalho recibió el impacto de un paisaje privilegiado, de una marina total perfecta como sólo había podido contemplar en Formentor, Patmos, la costa norte de Jamaica o Port Lligat en un día de neblina, playas de final de viaje, playas para hipnotizados viajeros que por fin se sitúan ante el rostro del "non plus ultra". Dios mío, dijo mirando al mar, como si fuera un pez perdido que ha llegado al borde de su patria, y toda la frustración amarga que le causaba la ausencia de Teresa, se la compensara la identificación con el paisaje, la oferta de entrega que había en la dulzura de las cosas, incluso en la dulzura de las voces de las muchachas que hablaban a su espalda y de la inevitable "Sangharila" que sonaba en los altavoces del jardín. En la profundidad purísima del horizonte cabía todo lo que había pensado hasta ahora y todo lo que podía pensar en adelante, todo lo que había vivido y lo que ya no deseaba vivir. Aquí estoy. Aquí estaría. Aquí soy, aquí sería. La risa interior por el ramalazo existencialista no desdecía la voluntad de raciocinio de la imaginación, que ansiaba el final feliz de vivir siempre allí [...].»

Aunque no muy abundantes, los fragmentos eróticos también me obligaban a demorar la lectura para apreciar todo su encanto, como este: «Otros expedicionarios se les habían adelantado y, bajo la cortina de agua de Mamuang, percherones anglosajones dejaban que la catarata rompiera en sus cuerpos para ir a parar a un remanso profundo excavado en la roca, donde nadaban walkirias de tetas pesadas transparentadas por la blusa doble piel y, al salir del agua, la braga, improvisado traje de baño, era un velo ceñido a la vulva succionada por la araña del vello púbico.»

Tampoco puedo dejar de mencionar la precisa caracterización de los personajes, aunque en ocasiones algo maniquea para mi gusto, quizá como concesión al género de la novela negra; salvo la del propio Carvalho, claro, y la de Pelletier, un francés autoexiliado en Tailandia de vuelta de todo y que me ha cautivado con sus largas pero muy sabias peroratas.

Como colofón, dejo el comentario que hice a una amiga y que resume, en alguna medida, lo dicho antes: «Sí, he terminado con Los pájaros de Bangkok.  Me han encantado las primeras cien páginas así como otras tantas del final. Las páginas de en medio estaban bien, pero ya no me sorprendían ni el sarcasmo ni el buen comer de Carvalho y hasta llegó a cansarme tanto trajín viajero entre poblaciones tailandesas, tantas que me desentendía de los nombres. Pero el final volvió a despertarme gracias a la posibilidad del asesinato de Teresa y de la aparición de un personaje encantador, el francés Pelletier. Te agradezco inmensamente que me hayas recomendado esta novela.»

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