Un buen libro puede entretener pero, sobre todo, debería hacer pensar, tendría que hacernos dudar de nuestras creencias; si solo las confirma, habremos pasado un buen rato leyéndolo, pero inmediatamente después de terminarlo nos ocuparemos de lo siguiente en nuestra lista de actividades diarias sin que se vuelva a rememorar lo leído; si acaso, se buscará otra lectura del mismo autor.
Kazuo Ishiguro consigue dejarnos sutiles minas subterráneas que, según vamos leyendo la novela, van estallando en nuestra mente. Y lo hace con una trama sencilla y escasísimas figuras retóricas. La única concesión literaria que he encontrado ha sido la voz narrativa y el tiempo utilizado: primera persona que narra en un presente rabioso. De hecho, el protagonista va narrando en un presente tan directo que en ocasiones parece que escribe los sucesos (y se los lee al lector ya que incluso se dirige a él en varias ocasiones) en el mismo momento en el que suceden. A pesar de ello, se sigue la historia con creciente interés, aderezado con la deslumbrantemente bien conseguida voz narrativa de Stevens, el protagonista, un clásico mayordomo inglés que, gracias a un corta excursión fuera de su ambiente, se topará con un mundo desconocido que le obliga a replantearse sus prioridades.
Pero aparte de la técnica literaria utilizada, lo que más me ha impactado de esta novela es el debate intelectual acerca de la dignidad; debate que arrastra el protagonista durante toda la historia. Aunque la reflexión sobre la dignidad en las primeras páginas puede llegar a hacerse un poco insistente, poco a poco, el empuje de la vida y sobre todo el paisaje británico va absorbiendo la mente del protagonista, pero sin que llegue a encontrar las motivaciones a algunos de sus actos, negadas inconscientemente. Esto mezclado con la situación política y social de su país consigue que el lector penetre en la mente de Stevens hasta saber lo que él mismo no quiere saber. Y, en consecuencia, que el cerebro del lector retumbe con ideas relacionadas con la conveniencia de autoritarismos de distinto cuño, y hasta qué punto uno es digno según qué posición mantenga ante ellos.
En fin, una lectura corta, entretenida y, sorpresivamente, más trascendente de lo que aparenta.
Como siempre, termino con algunos fragmentos que he anotado:
- El mayordomo mediocre, ante la menor provocación, antepondrá su persona a la profesión. Para estos individuos ser mayordomo es como interpretar un papel, y al menor tropiezo o a la más mínima provocación dejan caer la máscara para mostrar al actor que llevan dentro.
- A veces se dice que, en realidad, sólo existen mayordomos en Inglaterra. En otros países no hay más que criados, sea cual sea el título que les pongan. Cada vez más, me inclino a pensar que es cierto. En el continente no puede haber mayordomos porque son una raza incapaz de reprimir sus emociones del modo que es propio del pueblo inglés.
- Las camas desconocidas se han mostrado raras veces complacientes conmigo y, tras dormir profundamente tan sólo durante un breve lapso de tiempo, me he despertado hace apenas una hora.
- Me disculparán por lo que voy a decir, pero, a mi juicio, parecen ustedes una pandilla de ingenuos soñadores y serían unos caballeros encantadores si no se empeñasen en entrometerse en asuntos que afectan a todo el planeta.
- Por este motivo, es primordial que me mantenga bien centrado en el presente y que esté alerta ante cualquier indicio de suficiencia que pueda rezumar de mis logros pasados.
- Son esta clase de errores, acaecidos durante los últimos meses, los que, naturalmente, han cuarteado mi autoestima.
- Y digo que no se puede tener dignidad si se es esclavo.
- No es más que la aceptación de una verdad ineludible: que personas como ustedes o como yo no llegaremos nunca a entender los hechos importantes que se desarrollan actualmente en el mundo, y, por este motivo, lo mejor que podemos hacer es confiar en un patrón que consideremos honrado y sensato.
- Saben que deberían tener las ideas más claras respecto a ciertos temas, tal y como Harry les dice. Pero en el fondo les pasa como a todo el mundo, sólo quieren vivir en paz. Harry siempre les habla de cambios, pero nadie en el pueblo tiene ganas de jaleos, aunque pudiesen salir ganando. Sólo quieren que se les deje tranquilos y vivir en paz. No quieren que les mareen con problemas.
- Después de todo, no se puede hacer retroceder el tiempo. No se puede estar siempre pensando en lo que habría podido ser. Hay que pensar que la vida que uno lleva es tan satisfactoria, o incluso más, que la de los otros, y estar agradecido.
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