Después de los dos primeros artículos de esta serie (1 y 2), ya va siendo hora de que deje de contar y de que me ponga a mostrar cómo se hace aquello de identificar la densidad de las palabras de un texto. Voy a ello, por lo que, si no lo has hecho ya, para entender el alcance de este procedimiento, te recomiendo que leas antes dichos artículos.
¿Crees que tu vida es producto de tus actos y que estos son consecuencia de lo que eres? ¿Que los acontecimientos que te suceden tienen una causa interna en ti? ¿Seguro? Pues de eso va Carthage, la novela de Joyce Carol Oates. De cómo las circunstancias externas afectan a nuestro yo considerado más genuino. Mejor dicho, ese sería el tema que me ha parecido ver y, ya se sabe, cada uno puede descubrir un tema distinto en lo que lee, de acuerdo con la teoría de que los libros son como espejos en los que nos reflejamos.
Continúo con la serie de artículos en los que pretendo explicar el procedimiento que he seguido para identificar las palabras que repito en mis textos con más frecuencia de la que me gustaría. En el artículo anterior expuse la motivación y el objetivo que persigo con este ejercicio, por lo que, si no lo has leído, te recomiendo que lo leas antes de seguir.
Novela de difícil lectura. Parece una sucesión de frases engarzadas con un hilo conductor casi invisible. En ocasiones, las oraciones están escritas en pasado, otras, en presente; de vez en cuando en primera persona y, alternativamente, en tercera. Como si la autora quisiera que el lector se perdiera entre los entresijos de las emociones de la protagonista con la intención de retarle a seguir sus pensamientos, que son los de la autora/narradora.
Después de seis meses, incluyendo los dos preceptivos para alejarme de lo escrito, he terminado el segundo borrador de mi futura primera novela. En este tiempo la he releído dos veces, tras las cuales he corregido la estructura global (modificando la trama) y me he dedicado a otras labores de “menor nivel” como detectar y eliminar inconsistencias, reforzar diálogos y mejorar la legibilidad de algunas frases.
Me había propuesto hacer reseñas sólo de las novelas que me gustasen; por eso, he dudado si hacerla de esta. ¿Acaso no me ha gustado? La respuesta no es tan sencilla. Aprecio la alta calidad narrativa de la obra tanto por su arriesgada construcción, que comentaré a continuación, como por la genialidad de las descripciones y los diálogos; sin embargo, me ha costado seguir la historia, precisamente por lo singular de su estructura.
Sé que cada cual lee como mejor le parece. Unos para pasar el rato, otros para sentir emociones ausentes en su vida y algunos por mero deleite intelectual. Cuál de estos lectores es el ideal, es una pregunta que sé que no debería hacerme, pero que me la hago de forma recurrente.
Empiezo por el final: quiero leer más de Philip Roth. Lo necesito, me empuja a ello la lectura de esta novela; pero Manhattan Transfer, el libro de John Dos Pasos, me tiene secuestrado, espero que por poco tiempo más.
¿Es necesario ver la muerte de cerca para distinguir con claridad el amor donde sólo había amistad? Tan tenue es la línea divisoria entre ambos sentimientos que sólo un hecho irreversible como la muerte consigue hacerla evidente, parece decirnos el narrador de esta novela de Iris Murdoch, Amigos y amantes. De hecho, el título de la obra ya da pistas de ello.
Ya sé que la literatura y las matemáticas no son muy amigas, como no lo son las emociones y la lógica. Por eso, cualquier análisis pretendidamente objetivo de una novela hay que mirarlo de reojo. Aún así me he lanzado a hacer una especie de radiografía de un borrador de novela y he montado en la aplicación Excel un cuadro de doble entrada, enfrentando los capítulos con los personajes.
Pocas novelas me han trastornado tanto como esta. Sabía que era una biografía novelada de la misma autora, pero no esperaba que la hubiera escrito aplicándose a sí misma una autopsia emocional sin apartar la vista ni un momento y, claro, el lector tampoco puede dejar de mirar/leer.
Nunca deberíamos leer o conocer demasiado de una novela antes de empezar a leerla. No solo porque nos descubramos o podamos deducir parte de la trama sino porque irremediablemente condicionamos su lectura. Si ha sido una entrevista, es fácil oír al narrador con la voz del autor. Si ha sido una reseña o una crítica, los aspectos que se comenten, en positivo o en negativo, nos asaltan sin descanso interfiriendo en la lectura, obligándonos a posicionarnos de acuerdo o en contra de lo que comentaba el crítico de turno.
Después de casi dos años escribiendo el primer borrador de mi novela, el pasado mes de junio pude escribir la palabra "FIN". En ese momento empecé lo que iba a ser la segunda parte del proceso de elaboración del libro: la reescritura. La tercera y verdadera última fase espero que sea su publicación.
Como no soy ningún experto en twitter, no dejo de buscar en internet consejos, ideas, "hacks" o "tricks" que me puedan servir para mejorar mi presencia en esa red social. La verdad es que se repiten continuamente las recomendaciones, como si todos nos hubiéramos embarcado en una orgía de "copiar y pegar". Aún así, y siendo consciente de que lo que yo pueda aportar no va a ser muy original, tendrá el valor añadido de mi propio criterio en cuanto a su utilidad y a su facilidad de implementación.
Hace algunos meses que leí Crematorio y, en aquel momento, decidí continuar con En la orilla, sobre todo tras ver la entrevista que se hizo a su autor, Rafael Chirbes, en el programa Página 2 de RTVE. También conviene que diga que en mitad de la lectura de esta novela me enteré del fallecimiento del novelista y que no he podido evitar sentirme influenciado por este acontecimiento. Desde ese momento, la lectura de esta obra se me hizo más íntima, más profunda, como si me la estuviera contando el propio Chirbes al oído. De ahí que no que podido ni he querido ser objetivo al escribir estas líneas.
En el ensayo «El escritor y sus fantasmas», Ernesto Sábato vuelca su experiencia como escritor. En ningún momento el tono es el de alguien que quiere adoctrinar, sólo mostrar lo que él cree que sabe del oficio de escritor. Dejo aquí una pequeña muestra de las gotas de sabiduría que contiene dicho libro:
Los clichés literarios, esas expresiones que de tan gastadas conviene evitar, son como pequeñas garrapatas que se adhieren a nuestros textos y se camuflan tan bien que nos suelen pasar inadvertidos... pero no a nuestros lectores.
La búsqueda del tema de la entrada de esta semana me ha llevado a un cuaderno donde empecé a escribir las primeras reseñas que hice de las novelas que leía.
Tengo un libro muy viejo. Se titula “Vida de Don Quijote y Sancho” y lo escribió Miguel de Unamuno. Bueno, le llamo libro, pero dejó de serlo hace mucho tiempo. Unas páginas fueron arrancadas; las que quedaron, en su mayoría fueron mutiladas con dibujos irregulares de colores chillones o, peor aún, con agujeros hechos a fuerza de pasar una y otra vez un lapicero por encima. En sus hojas se descubren mariposas, a veces gusanos.
Me ha gustado esta novela: es fácil de leer, indaga en los sentimientos profundos e ilógicos de los personajes, sorprende con quiebros cada dos por tres y, además, da muestras de conocer a fondo la naturaleza humana, algo que me maravilla en alguien de “solo” veintiséis años.
Mientras estoy en plena lectura de En la orilla, la última novela publicada de Rafael Chirbes, me entero de su muerte. La voz que emana de su novela se ha transformado y no puedo seguir leyendo.
Novela que consigue emocionar al lector poniéndole enfrente, sin posibilidad de apartar la mirada, la situación de las mujeres en países como Afganistán.
A pesar de darme cuenta de que era una novela muy original, con una estructura alejada de los cánones, en algún momento de las páginas iniciales pensé en abandonar su lectura. Demasiado conceptual. Era casi un tormento. Pero por sorpresa, ese sueño que me estaba entrando, en sentido literal, desapareció y recibí un puñetazo en el estómago... en sentido figurado. La niebla de la narración se disipó y en la última parte, ya estaba despierto y viendo todo más claro.
De entre todas las citas que he leído, vuelve con insistencia a mi memoria una procedente de una declaración que hizo William Faulkner en 1947 en la Universidad de Misisipi, que empieza así: "Read, read, read."
Aunque se trata de una serie de cuentos que he leído que fueron escritos sin intención inicial de recogerlos en un único volumen, están ordenados para aparentar una secuencia temporal, ayudada por la fecha que se indica al comienzo de cada relato.
El pobre, mi ordenador, ya tiene 6 años y empieza a fallar.
Son fallos que se pueden perdonar. Que si tarda mucho en arrancar. Que si no puedo actualizar el sistema operativo porque el hardware es insuficiente. Que si abro más de tres ventanas más vale que me lo tome con calma y mire si tengo alguna partida pendiente en el Scrabble. Que si, de repente, se bloquea mientras estoy escribiendo el capítulo más interesante de mi novela.
En los dos últimos años habré leído cientos de consejos dirigidos a aspirantes a escritor. Consejos para escribir mejor, para no dejar de escribir, para hacer antes de escribir, para hacer después; consejos para vivir mejor como escritores, para escribir una novela y para escribir cuentos, para publicar con una editorial y para autopublicarse; consejos para darse a conocer en las redes sociales y en los blogs, como este.
Con El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, inicio una de las secciones del blog: las reseñas de los libros que vaya leyendo. Me gustaría saber volcar en el papel qué he aprendido con su lectura, cómo me han hecho cambiar, como persona o como escritor, alejándome en lo posible de las reseñas al uso en las que se ofrece una sinopsis argumental o se hace un análisis pormenorizado de los personajes. Por eso, pretendo que los comentarios sean breves pero intensos.
Inicio mi blog sobre novela y tecnología, o tecnología y novela, con un ejemplo reciente de la dificultad de entendimiento entre dichas materias, que me recuerda mucho la incomprensión entre un cristiano con un musulmán o un seguidor del Real Madrid con uno del Barcelona o un intelectual de derechas con uno de izquierdas o, llegado el caso, un admirador de Bob Dylan y otro de Justin Bieber.