tag:blogger.com,1999:blog-89450650995757093222024-03-13T13:55:59.242+01:00Javier PeñasBlog de novela y tecnología. Reseñas de libros.Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.comBlogger219125tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-30090400588802619172024-01-22T19:45:00.009+01:002024-01-22T20:47:50.408+01:00«La conquista de la felicidad», una interesante propuesta de Olga Bertomeu<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZP6hVy3KwHSas0x-6SIY_fMQyKUDOlIlUHtyzrwjstaRQCHZDPKKnhoF-cQ9fn20c1nhpI7DfkhzexzMnvhkXQgSlN4jVMCgw-0WesQm6pLaC4j5lalnmJEBDe9TSf1nv4Hr6Zgm0MCvP4ajq27IU8EHOcO9w6TUjrQqvu8ppurbIIASC8r-nawH5TCs/s932/226-La-conquista-de-la-felicidad-Olga-Bertomeu.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="932" data-original-width="613" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZP6hVy3KwHSas0x-6SIY_fMQyKUDOlIlUHtyzrwjstaRQCHZDPKKnhoF-cQ9fn20c1nhpI7DfkhzexzMnvhkXQgSlN4jVMCgw-0WesQm6pLaC4j5lalnmJEBDe9TSf1nv4Hr6Zgm0MCvP4ajq27IU8EHOcO9w6TUjrQqvu8ppurbIIASC8r-nawH5TCs/w420-h640/226-La-conquista-de-la-felicidad-Olga-Bertomeu.jpg" width="420" /></a></div><span style="font-size: large;"><br /></span><p></p><p><span style="font-size: large;">Al ver este libro en una librería de viejo de Torrevieja (España) me acordé del ensayo homónimo de Bertrand Russell, que tantas veces leí y regalé. Y pensé que su contenido se parecería al tener el mismo título. Me equivoqué.<span></span></span></p><a name='more'></a><p></p><p><span style="font-size: large;">Diría que el título no tiene casi nada que ver con el contenido: un repaso a la vida de la especie humana, especialmente la sexual, identificando los aspectos que impiden su felicidad.</span></p><p><span style="font-size: large;">A pesar del título, tengo que decir que me ha gustado, no solo por su fondo (mezcla de psicología y biología) como, sobre todo, por la forma cariñosa con que la autora recorre la vida de un ser humano desde su concepción hasta su muerte, sin eludir ningún aspecto, por obsceno, antiestético o mal visto que parezca. Y justamente por este motivo encuentro la mejor enseñanza de esta obra: la necesidad de querernos a nosotros mismos. De hecho, en algunos momentos el cariño con el que repasa algunos episodios de la vida es tan estremecedor que ha llegado a emocionarme.</span></p><p><span style="font-size: large;">Especial énfasis pone la autora en considerar a la relación de pareja como el antídoto del sinsentido de la vida. El amor hacia la otra persona es lo mejor y, al final, lo único que realmente no solo hace llevadera la existencia vital sino que la transforma en placentera.</span></p><p><span style="font-size: large;">Aunque me ha parecido muy interesante el capítulo V "¡Ya somos adultos!", prefiero mencionar aquí un párrafo del capítulo II “¿Ese candidato a ser humano? Ser niño, mucho más que un proyecto de hombre”, que me ha parecido muy acertado, por mucho que lo que trate sea obvio y conocido:</span></p><p><i><span style="font-size: medium;">Cuando el pequeño acepta y adopta las normas morales de los padres y de su grupo social, no hace otra cosa que alimentar la estima de su propia identidad. El proceso madurativo de cada persona se caracteriza por el aprendizaje de llegar a ser uno mismo, pero uno más entre iguales; de lograr ser diferente y único a pesar de las similitudes, y, sin embargo, sentirse plenamente identificado con su grupo en lo esencial. Este es un delicado equilibrio que hay que enseñar y que aprender a guardar.</span></i></p><p><span style="font-size: large;">Efectivamente, es crucial el equilibrio entre estas dos necesidades: la de ser distintos de los demás y, a la vez, la de identificarse con ellos. Un peso excesivo de una necesidad respecto de la otra deviene en situaciones de sufrimiento para la persona. No obstante, hoy en día creo que son generalizadas las situaciones en las que se pretende ser igual a los demás sin preocuparnos de diferenciarnos, como fomenta la sociedad de consumo. </span><span style="font-size: x-large;">Es verdad, es difícil, pero tal vez sea suficiente con intentar conseguir ese equilibrio, en la seguridad de que nunca se conseguirá.</span></p><div><br /></div>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-15864988660487126092023-09-17T20:45:00.009+02:002023-09-17T20:45:00.155+02:00Los polémicos «Diez negritos», de Agatha Christie<p><span style="font-size: x-large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgssGTRPvLDXd44XGnLV8Tg8VM1Tz-Cpx8a5pSuJ_FfLJ0sraJbkAmmbgpbVY8S-UWIl1Root5-ZOxJ-TSpG9FlsCUS9CAmm8N5f83cxKCN8MLXVDUNylEYi7uK6ZN79BEYt68A77zU3CcrclqcUp1qJgmrQli55IolKSejflu_J-dvJHuETb6pkhBv6_A/s1632/225-Diez-negritos-Agatha-Christie.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1632" data-original-width="1200" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgssGTRPvLDXd44XGnLV8Tg8VM1Tz-Cpx8a5pSuJ_FfLJ0sraJbkAmmbgpbVY8S-UWIl1Root5-ZOxJ-TSpG9FlsCUS9CAmm8N5f83cxKCN8MLXVDUNylEYi7uK6ZN79BEYt68A77zU3CcrclqcUp1qJgmrQli55IolKSejflu_J-dvJHuETb6pkhBv6_A/w470-h640/225-Diez-negritos-Agatha-Christie.jpg" width="470" /></a></span></div><span style="font-size: x-large;"><br />La vida es tramposa. Crees que las cosas son de una forma y, más tarde que temprano, cuando llevas vivida buena parte de ella, te da un bofetón y te descoloca. Como les sucede a los personajes de esta novela. Cada uno de los diez personajes ha vivido bajo una conciencia inconsciente de sus actos hasta que, por sorpresa, tienen que afrontarlos, es verdad que en contra de su voluntad.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Agatha Christie nos presenta una típica historia en la que se trata de descubrir al asesino de entre diez personas. Lo hace de un modo hábil, en un formato original y nos reserva una sorpresa al final como para que reconozcamos que no hemos acertado en nuestra predicción de cuál era el asesino. De lectura fácil, sin saltos temporales y sin aparentes pretensiones más allá del entretenimiento, permite que el lector reflexione y saque sus propias conclusiones, como las que expresé al inicio de esta breve reseña.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Aunque no es una novela que despunte por su calidad literaria, en mi opinión, sí he anotado algunos fragmentos que me han llamado la atención como, por ejemplo, los siguientes:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;"><i>La joven se volvió a Italia para tostarse al sol, comulgar con la naturaleza y los aldeanos. Más tarde se dijo que había proseguido su viaje hasta Siria, con la intención de tostarse bajo un sol más ardiente todavía y comulgar con la naturaleza y los beduinos.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>En medicina, por lo general, era la fe la que curaba.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>¿Dónde había visto esa cara de rana, con ese cuello de tortuga, esa espalda encorvada y esos ojillos claros y maliciosos?</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Miró a su alrededor y alargando el cuello como una tortuga enfadada [...].</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Se parecía a un pajarillo que acabara de estrellarse contra un cristal y que una mano humana hubiera recogido.</i></span></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-47984447926516229202023-08-23T20:45:00.008+02:002023-08-23T20:45:00.180+02:00«Cumbres borrascosas», de Emily Brontë, mucho más que una novela romántica<p><span style="font-size: x-large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRhjLJusdvNdCOF-vZe3mf5BcIFhH7S-MbqHo2Mvz6WA0MPWPi77YLEWlkfKKXrfdweqnl75_gmsc0KDt2E_D9gvX8gmqLT95XiiOGaT8Dpk_tLTU9FGhooZTUZq5chUBCmpP8e6J8NZMbY2T-as4hXCCIVFqBRgr3iAKgNzlmTVE8xCC7rT3eUB7vnXo/s1037/224-Cumbres-borrascosas-Emily-Bronte.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1037" data-original-width="768" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRhjLJusdvNdCOF-vZe3mf5BcIFhH7S-MbqHo2Mvz6WA0MPWPi77YLEWlkfKKXrfdweqnl75_gmsc0KDt2E_D9gvX8gmqLT95XiiOGaT8Dpk_tLTU9FGhooZTUZq5chUBCmpP8e6J8NZMbY2T-as4hXCCIVFqBRgr3iAKgNzlmTVE8xCC7rT3eUB7vnXo/w474-h640/224-Cumbres-borrascosas-Emily-Bronte.jpg" width="474" /></a></span></div><span style="font-size: x-large;"><br />No debería haber leído el apéndice de esta novela sin haber escrito antes este artículo; apéndice que incluye una reseña biográfica escrita por Charlotte Brontë, la hermana de la autora. Antes de leerlo tenía una idea de lo que quería decir aquí, pero tras los comentarios de las hermanas Brontë he decidido matizarla.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">La autora, Ellis Bell, más conocida por su seudónimo Emily Brontë, narra una historia de amores imposibles en la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Ese es el contexto, casi la excusa para reflejar las pasiones contenidas y, sin embargo, incontenibles de sus protagonistas y, detrás de ellas, una crítica social al conservadurismo de aquella época.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">El libro se empieza a leer con el interés de una novela romántica, pero al poco tiempo seduce por la calidad del texto, todo él aderezado de certeras metáforas, hipérboles y personificaciones de la naturaleza, sin que falte un delicado tono irónico. Gracias a ello, la narración, a pesar de ser larga, se hace amena y se completa en menos tiempo del esperado.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Finalizo con unos pocos fragmentos de los muchos que he anotado:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;"><i>Tenía las facciones menudas, la tez muy blanca, dorados bucles que pendían sobre su delicada garganta, y unos ojos que hubieran sido irresistibles de haber ofrecido una expresión agradable</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[...] se volvió hacia mí con la airada expresión de un avaro a quien alguien pretendiera ayudarle a contar su oro.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>¿Ves esas arrugas que tienes entre los ojos y esas espesas cejas que siempre se contraen en lugar de arquearse, y esos dos negros demonios que jamás abren francamente sus ventanas, sino que centellean bajo ellas corridas, como si fueran espías de Satanás?</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Parecía tan incapaz de irse como lo sería un gato para dejar un ratón medio muerto o un pájaro a medio comer.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Cuanto más se retuercen los gusanos, más ganas me dan de aplastarlos. Lo llevo en la sangre, y cuanto más los veo sufrir, con más fuerza los aplasto.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Daba la impresión de que ya no miraba los objetos que tenía alrededor; sus ojos parecían perderse siempre a lo lejos, más allá de la lejanía, en un punto que podría decirse fuera de este mundo.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Hace falta más sangre fría para ir arrancando los nervios con pinzas al rojo vivo que para golpearle a uno en la cabeza.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Poco quedaba de aquel carácter de niño difícil que se queja y molesta a los demás en demanda de mimos; ahora era más bien el egoísmo taciturno de un enfermo crónico, que rechaza todo consuelo y tiende a mirar como un insulto el alegre optimismo de los demás.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Aplazamos la excursión hasta la tarde, una dorada tarde de agosto, en la cual cada ráfaga de brisa llegada de las colinas venía tan cargada de vida que daba la impresión de poder reanimar a cualquiera que la aspirase, aunque se tratara de un moribundo.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Pero por ahora sería como pedirle a un hombre que se encuentra luchando contra la corriente que descanse en el momento en que sus brazos están a punto de tocar la orilla.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[Comentario que hace Charlotte respecto de su hermana Emily con ocasión de su muerte, en el apéndice]: Nunca he presenciado nada igual; claro que, en realidad, nunca he conocido a nadie que la igualara en nada. Era única, más fuerte que un hombre, más inocente que un niño. Lo malo es que, aunque llena de compasión por los demás, no tenía piedad consigo misma. El espíritu era implacable con la carne; exigía a las manos temblorosas, a las piernas débiles y a los ojos fatigados lo mismo que si desbordaran salud. Era tan doloroso estar a su lado y verlo sin atreverse a protestar que no puede expresarse con palabras.</i></span></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-39210571305952843592023-08-16T21:45:00.005+02:002023-08-16T21:45:00.130+02:00Tristeza y enfado con la «España partida en dos», un ensayo de Julián Casanova<p><span style="font-size: x-large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEghbHy0NbZo15lKt9RxT3CX3_LWn3o5QAYoXFzEdxGcs0DutiVB0nOPSXWIRoUJvKtrUxwIV2lwmbMB0bshRzKlaWtr7517Rgw-dPpc8RAwUbFvfOFdO5xRPm82KRRR87GEZQUHQq8uwW-NiikpZL7K8WfjsIOGJGMW8ixvZCyHKvz9gTeT-Wfuf3FMFgg/s1057/223-espana-partida-en-dos-julian-casanova.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1057" data-original-width="796" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEghbHy0NbZo15lKt9RxT3CX3_LWn3o5QAYoXFzEdxGcs0DutiVB0nOPSXWIRoUJvKtrUxwIV2lwmbMB0bshRzKlaWtr7517Rgw-dPpc8RAwUbFvfOFdO5xRPm82KRRR87GEZQUHQq8uwW-NiikpZL7K8WfjsIOGJGMW8ixvZCyHKvz9gTeT-Wfuf3FMFgg/w482-h640/223-espana-partida-en-dos-julian-casanova.jpg" width="482" /></a></span></div><span style="font-size: x-large;"><br />Leer este libro me ha entristecido y hasta me ha enfadado. Cómo no hacerlo al confirmar con datos objetivos que un grupo de españoles doblegó por la fuerza el legítimo orden constitucional de la Segunda República española. Cómo no hacerlo al confirmar que Francia, Reino Unido y Estados Unidos miraron para otro lado con su pacto de no intervención cuando la Alemania prenazi y la Italia prefascista suministraban gran cantidad de armamento, aviones y soldados a los golpistas. Cómo no hacerlo al confirmar que durante diez años después de acabada la Guerra Civil el franquismo masacró sistemáticamente a los que se atrevían a defender el régimen legítimo de la República o a los que no coincidieran con el pensamiento oficial. Cómo no hacerlo al confirmar que la Iglesia católica felicitó, encumbró y se benefició de los cuarenta años de dictadura que siguieron a la guerra. Y, por último, cómo no hacerlo al confirmar que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los países democráticos europeos reconocieron al único régimen dictatorial de Europa, junto con el portugués, y abandonaron el recuerdo de la democrática, pero ya muerta, República española.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Todo lo anterior, lo conocía de otras lecturas, pero en ninguna otra lo he visto expresado de una forma tan clara y rigurosa, a la vez que amena, como en este ensayo del historiador Julián Casanova.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Aún hoy, más de medio siglo después de muerto el golpista y dictador Francisco Franco, entristece y hasta enfada que sigan estando presentes muchos símbolos y, lo que es peor, comportamientos aprendidos durante aquella época nefasta de nuestra historia reciente.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Finalizo con unos pocos fragmentos que he anotado:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;">[En la Segunda República] [...] <i>había una España muy católica, otra no tanto y otra muy anticatólica.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>La sublevación militar de julio de 1936 obligó a la República, un régimen democrático y constitucional, a combatir en una guerra que ella no inició. Lo que siguió a ese golpe militar, además, fue el estallido de una revolución social que el Estado republicano, al perder una buena parte de su fuerza y soberanía, tampoco pudo impedir. Un proceso revolucionario iniciado de forma súbita, violenta, dirigido a destruir las posiciones de los grupos privilegiados, de la Iglesia, del Ejército, de los ricos, pero también de las autoridades republicanas que querían mantener la legalidad.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Los militares sublevados tenían muy claro lo que querían destruir y no sabían bien qué es lo que querían construir a cambio.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Lo dijo uno de los dirigentes falangistas de segunda fila, José Luna, jefe provincial de Cáceres y capitán de Infantería: la Falange había pasado de tener «un cuerpo minúsculo con una gran cabeza a un cuerpo monstruoso sin cabeza»</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Cuando empezó la Guerra Civil española, los países democráticos estaban intentando a toda costa «apaciguar» a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La República se encontró, por lo tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situación internacional tan favorable a sus intereses.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Y el panorama internacional, de nuevo, tampoco dejó espacio para las negociaciones. De esa forma, la guerra acabó con la aplastante victoria de un bando sobre otro, una victoria asociada desde ese momento a los asesinatos y atrocidades que se extendían entonces por casi todos los países de Europa.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Las dictaduras dominadas por gobiernos autoritarios de un solo hombre y de un único partido estaban sustituyendo entonces a las democracias en muchos países europeos y, si se exceptúa el caso ruso, todas esas dictaduras salían de las ideas de orden y autoridad de la extrema derecha. Seis de las democracias más sólidas del continente fueron invadidas por los nazis al año siguiente de acabar la Guerra Civil. España no era, en consecuencia, una excepción ni el único país donde el discurso del orden y del nacionalismo extremo se imponían al de la democracia y de la revolución. La victoria de Franco fue también una victoria de Hitler y de Mussolini. Y la derrota de la República fue asimismo una derrota para las democracias.</i></span></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-2239211360714108222023-08-11T19:45:00.034+02:002023-08-11T19:45:00.141+02:00«El peligro de estar cuerda», el presuntamente contradictorio título del libro de Rosa Montero<p><span style="font-size: x-large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRryHLB5OgVSOus7PjkaWzXSzpLWxdp-FRTtmfDGnVMq1dd5p1ohSTLSk12qJJ3H9Ng4D_B2IqYrxFOqlQ-nRSAUeN9kI_VLTVDOatPkh4kWez0uvE5xoEDzSnY4xq1ZB6uOig4oIVLDMF3sDtRytRGwbfn-3JphB9H2oseeDWnhUaCgrhPBcYNL-3Uq8/s1598/222-El-peligro-de-estar-cuerda-rosa-montero.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1598" data-original-width="1184" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRryHLB5OgVSOus7PjkaWzXSzpLWxdp-FRTtmfDGnVMq1dd5p1ohSTLSk12qJJ3H9Ng4D_B2IqYrxFOqlQ-nRSAUeN9kI_VLTVDOatPkh4kWez0uvE5xoEDzSnY4xq1ZB6uOig4oIVLDMF3sDtRytRGwbfn-3JphB9H2oseeDWnhUaCgrhPBcYNL-3Uq8/w474-h640/222-El-peligro-de-estar-cuerda-rosa-montero.jpg" width="474" /></a></span></div><span style="font-size: x-large;"><br />Tras unas pocas páginas empecé a creer que solamente se trataría de un libro que intentaba hacernos creer que los escritores son poco menos que una clase especial de personas que se caracterizaban por el hecho de que ser enfermos mentales y, por tanto, más que envidia deberíamos tenerles lástima. Hacen algo, escribir, que la mayor parte de los humanos somos incapaces de hacer, al menos con su habilidad; pero debemos consolarnos porque es una de las muchas consecuencias de su enfermedad, la mejor y más llamativa; otras como su propensión al suicidio o su imposibilidad de llevar una vida normal no pueden considerarse muy positivas. Es como si nos dijeran que el precio que tienen que pagar los escritores, y los creativos en general, por ser envidiados sería el de su precaria salud mental. Me ha recordado a la pena que pretenden darnos algunos poderosos (políticos, empresarios, etc.) por la vida estresada que llevan para procurarnos bienestar. ¿Queda claro que no me considero escritor a pesar de haber escrito dos novelas, más de cien cuentos y doscientos artículos de este blog?<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">En esa creencia estaba cuando me percaté de que el libro era mucho más: conforme avanzaba en su lectura se iba convirtiendo en un intento de Rosa Montero por hacer ver al lector lo que ella había aprendido a lo largo de su vida, su sabiduría vital, lo valioso, digamos; valioso no en el sentido de que nos dé consejos para vivir mejor, como si de un libro de autoayuda se tratara, sino que nos muestra hechos reales y profundos solo aprendidos tras reflexionar y no dejarse engañar por las apariencias. Tanto es así que en muchas ocasiones no oculta una visión desecantada de la vida, y del ser humano en particular; una visión que solo puede ser comprendida en su totalidad por una persona que haya vivido un buen número de años. Sin embargo, a pesar de ello, ella quiere que veamos que sigue adelante, por mucho que no sepa por qué lo hace.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">En los fragmentos que siguen, una pequeña muestra de los muchos que he anotado, puede comprobarse la «sabiduría vital» que he mencionado:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;"><i>Siento que aquellas Rosas del ayer son de algún modo distintas a mí, de la misma manera que la vieja que hoy me ha secuestrado tampoco soy del todo yo.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Quiero decir que, emocionalmente infantiles como todos somos, tendemos a creer que el valor artístico termina por reconocerse antes o después, quizá póstumamente, pero de manera indefectible, porque necesitamos aferrarnos a certidumbres de orden. Pero la vida es el desorden puro, el caos más insensato; y estoy convencida de que hay por ahí otros Cervantes y otros Shakespeares olvidados (y unas cuantas mujeres entre ellos) que jamás serán rescatados de la desmemoria. En resumen: que nada ni nadie nos puede asegurar, de manera objetiva y mensurable, si nuestra obra es buena, regular o malísima.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>No descubro nada cuando digo que, al enamorarnos locamente de alguien, no estamos viendo la realidad de ese alguien, sino que lo utilizamos como percha para depositar sobre él o sobre ella el ectoplasma del amante ideal.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Por eso el apasionado típico repite una y otra vez el mismo esquema: arroja sobre el primero que le viene a mano su modelo de adoración ideal y lo sostiene pedaleando con la imaginación a toda marcha durante algunos meses, hasta que la realidad va desgastando y pudriendo el espejismo. Momento en el cual apagamos el reflector con el que proyectábamos sobre el otro o la otra la diapositiva del amado perfecto y nos vamos con la música a otra parte, es decir, con el ansia de intensidad intacta y el mono de la abstinencia aullando en la barriga, a la búsqueda de otro maniquí de carne y hueso sobre el que inventarnos al hombre o la mujer soñados.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>La existencia es una discoteca barata vista a la luz del día.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Los humanos somos una pura narración, somos palabras en busca de sentido.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Somos todos novelistas, escritores de un único libro, el de nuestra existencia.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>La inmensa mayoría de los suicidas no quieren morir.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Escucha: si alguna vez sientes que avanza el amok, si la lava se acerca con su aliento de fuego, piensa que este que ahora eres no eres tú. Que tus pensamientos están momentáneamente desconectados; que tu juicio es tan poco juicioso como el de quien se ha tomado una dosis de ácido lisérgico. ¿No es absurdo y penoso que alguien, en una subida de LSD, crea ser Superman y se arroje por una ventana? Pues el suicida desesperado juzga su situación de la misma tóxica y confundida manera. Aguanta. Aguanta hasta que baje el nivel del alucinógeno. Aguanta hasta que cambie la situación, porque inevitablemente cambiará. Aguanta siquiera un día más. Sé tu propio policía, saca la pistola y ordena: sal de ahí. Y saldrás.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Tu cuerpo es una Troya asediada que al final, lo sabes con plena certidumbre, acabará cayendo. Lo único que te falta por conocer es cuál será el caballo. Pueden fallarte las rodillas, la columna, las caderas, terminar sentado en una silla; pueden darte mareos y acabar incapaz de mantenerte derecho; puedes perder la capacidad respiratoria y tener que llevar oxígeno, la cardiaca y no poder casi moverte, la mental y convertirte en una especie de monstruoso bebé deteriorado. La carne es capaz de traicionarte de muchas maneras.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Nadie recuerda ya a los millones y millones de individuos que nos precedieron, esa inmensa legión de existencias minúsculas. Si afinas mucho el oído quizá puedas escuchar el rumor de sus pasos sobre la Tierra, el ritmo de sus pies bailando el Gran Baile. La vida es un sueño diminuto, un espejismo de luz en una eternidad de oscuridades. Y eso es nada, y es todo.</i></span></li></ul><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Y también del carácter «no normal» de los escritores:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;"><i>La existencia es un caos y uno de los servicios que prestamos los novelistas (una de las razones primeras por las que me lees, por las que yo leo) es dar una apariencia de causalidad y de sentido a una realidad que es solo furia y ruido.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Las novelas son una pequeña isla de significado en el mar del desorden.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Ya hemos visto [en los escritores] unos cuantos de esos elementos esenciales: la mayor disociación y la conciencia clara de la multiplicidad; la obsesión con el paso del tiempo y con la muerte; el contacto temprano con la decadencia y con la pérdida; la dualidad defensiva frente al trauma, con un yo que sufre y otro yo que sabe todo y no siente nada; la necesidad, sin embargo, de haber sido alguna vez lo suficientemente amado; la madurez precoz del niño entomólogo y, como consecuencia, una infancia demasiado adulta; la inmadurez, por el contrario, del adulto (una inmadurez fisiológica, química, cerebral); las posibles desconexiones momentáneas; la sensación de impostura, también en los afectos, porque el entomólogo, ya está dicho, no siente; la imaginación frondosa y paralela, a ratos fatigosa y dolorosa; la tendencia a una hipersensibilidad emocional y sensorial; y, sin duda, una mayor predisposición a los trastornos psíquicos.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Para bailar bien, para hacer bien el amor y para escribir bien hay que anestesiar al yo controlador.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Escribir es un milagro poderoso que, paradójicamente, nace de la impotencia, y que permite a quien está preso de sí mismo (de su cabeza fallida, de su neurosis, de un mundo irreal) construirse una existencia lo suficientemente válida.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[Los escritores] Somos yonquis de la intensidad para intentar no ver las cuencas vacías de la calavera.</i></span></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-40253099282165969342023-08-05T20:45:00.017+02:002023-08-05T20:45:00.132+02:00«La metamorfosis y otros relatos» de Franz Kafka<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhY_X1Eksdqa1Ghkvn6R4wI1KLKGSO-3YREXsvqTqYDmL1HveU_Si_V54QA8ouG_y8tERU02qxJmZFOvVjPyt_yN4LJ_UqsObcOpaTOPahoWciAiBANA9WQt406qkuW0S9g3Hu4pYEMrMnvOP2EKHs8F7L0oD9sab7nDOyeqVTnV0wCIDNlFEX2QyNY50/s703/221-La-metamorfosis-y-otros-relatos-franz-kafka.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="703" data-original-width="547" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhY_X1Eksdqa1Ghkvn6R4wI1KLKGSO-3YREXsvqTqYDmL1HveU_Si_V54QA8ouG_y8tERU02qxJmZFOvVjPyt_yN4LJ_UqsObcOpaTOPahoWciAiBANA9WQt406qkuW0S9g3Hu4pYEMrMnvOP2EKHs8F7L0oD9sab7nDOyeqVTnV0wCIDNlFEX2QyNY50/w498-h640/221-La-metamorfosis-y-otros-relatos-franz-kafka.jpg" width="498" /></a></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><span style="font-size: x-large;">No estoy seguro si es la tercera o la cuarta lectura que hago de «La metamorfosis». En esta ocasión lo he hecho no tanto por este cuento como por el resto de relatos que componen este volumen. En total han sido 18 historias, algunas muy cortas. Prácticamente en todas, Kafka recurre al absurdo, entendiendo como tal una situación imposible que transcurre en un ambiente real: una cucaracha pensante, un ayunador (alguien que compite por ser el que más tiempo aguanta el ayuno), un chimpancé que habla, etc.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Reconozco que no soy el más indicado para enjuiciar esta obra ya que mi tendencia a la racionalidad me impide apreciar en toda su riqueza las metáforas y alegorías que despliega Kafka. Sí reconozco, en cambio, la calidad de su escritura por mucho que las historias en sí no consigan interesarme ni, menos, emocionarme; hecho que me frustra, ya que este autor y su obra son reconocidos como una de las cumbres de la literatura universal. Lo sé, una lástima.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Como no tengo mucho más que decir, finalizo con unos pocos fragmentos que he anotado:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;"><i>Y aún estaba ocupado en llevar a cabo tan difícil operación, sin tiempo para pensar en otra cosa, cuando oyó una exclamación del gerente que sonó como el aullido del viento, y le vio, junto a la puerta, taparse la boca con la mano y retroceder lentamente, como empujado por una fuerza invisible.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Con la libertad, dicho sea de paso, uno se engaña a menudo entre los hombres, ya que si el sentimiento de libertad es uno de los más sublimes, igualmente sublimes son los correspondientes engaños.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>La vida es increíblemente corta. Ahora, al recordarla, la veo tan apretada que, por ejemplo, casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más próximo sin temer (y descontando, por supuesto, la posibilidad de una desgracia) que ni el espacio de una vida normal y sin contratiempos baste para empezar siquiera semejante viaje.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Me sirven una copa de ron; el anciano me palmotea la espalda, como si el ofrecimiento de su preciado licor le diera derecho automáticamente a esta familiaridad. Niego con la cabeza; para la limitada mentalidad del anciano, debo de estar enfermo: es la única explicación posible a mi negativa.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Es fácil escribir recetas, pero entenderse con la gente es difícil.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Pero mientras cierro el maletín y extiendo el brazo hacia mi abrigo, la familia se reúne; el padre olfatea la copa de ron que tiene en la mano; la madre, evidentemente decepcionada conmigo, se muerde llorosa los labios, y la hermana agita un pañuelo manchado de sangre; me siento, en cierto modo, dispuesto a admitir que tal vez el joven esté enfermo.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>La señora Wese, en medio de una muchedumbre, se acerca corriendo, con el rostro desencajado por el terror. El abrigo de piel se abre; la mujer se arroja sobre Wese, a quien ese cuerpo envuelto en un camisón pertenecía; el abrigo de pieles que cubre al matrimonio, como el césped de una tumba, pertenece a la multitud.</i></span></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-18139818929002090792023-06-14T20:45:00.025+02:002023-08-04T14:38:00.932+02:00Carson McCullers en todo su esplendor, en «Reflejos en un ojo dorado»<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjsKK-dzz7PQ4JRawJKUNY-MdjMS4KZGgx7MWzN0F3ueVrjSYhKTGp93h0NSQQkS_kSiUTJdAegtCu_K8pVSrnf0EViU8Ubz_potfNXtKnOHa4sHN_ofj8ZU4ai9yaIG-T01VeBU53AQr1HJ2bDmqKvFIILuFLHEEkZXBgQ4wNZknZIR2s_gQfyEfor/s994/220-Reflejos-en-un-ojo-dorado-Carson-McCullers.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="994" data-original-width="788" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjsKK-dzz7PQ4JRawJKUNY-MdjMS4KZGgx7MWzN0F3ueVrjSYhKTGp93h0NSQQkS_kSiUTJdAegtCu_K8pVSrnf0EViU8Ubz_potfNXtKnOHa4sHN_ofj8ZU4ai9yaIG-T01VeBU53AQr1HJ2bDmqKvFIILuFLHEEkZXBgQ4wNZknZIR2s_gQfyEfor/w508-h640/220-Reflejos-en-un-ojo-dorado-Carson-McCullers.jpg" width="508" /></a></span></div><span><div class="separator" style="clear: both; font-size: x-large; text-align: center;"><br /></div><span style="font-size: x-large;">Una buena novela se caracteriza, entre otros aspectos, porque cada lector reconoce en ella algún tema que le atañe, de forma que los significados de la obra son tantos, como mínimo, como el número de lectores. Es como si el libro fuera un espejo que refleja al lector, no su piel y aspecto externo, si no su interior, su alma, ese yo que intenta ocultar a los demás y, sobre todo, a sí mismo.<span><a name='more'></a></span></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Y <i>Reflejos en un ojo dorado</i> lo consigue. No importa que esté ambientada en una base militar donde parece que rigieran las estrictas normas castrenses. Tras ellas fluye el magma de las emociones humanas, imparables, que terminan por encontrar una salida por la que rebajar la tensión existencial. Es más, cuanto más se demore ese desahogo más violenta será la erupción. Es fácil reconocer en esta obra la incomunicación y la soledad que conducen a los personajes a una explosión emocional devastadora.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">La autora consigue mostrarnos la tensión interna mediante, al menos, tres artefactos narrativos que consiguen resaltarla por contraste:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: x-large;">Unas descripciones minuciosas que dan vida a los escenarios y personajes de la historia. Sus palabras pintan imágenes vívidas en la mente del lector, permitiéndole sumergirse por completo en el mundo que crea. Por ejemplo, en una escena del libro, se describe el paisaje de un campo de entrenamiento militar: «El sol caía sobre la planicie desolada, bañando las tiendas militares en un resplandor dorado y difuso. Los soldados marchaban en formación, levantando nubes de polvo con cada paso».</span></li><li><span style="font-size: x-large;">Unos monólogos internos que permiten conocer los dilemas y conflictos de los protagonistas. Por ejemplo, en un pasaje del libro, uno de los personajes, el Mayor Penderton, reflexiona sobre su vida y sus deseos no cumplidos: «¿Cuándo fue la última vez que me sentí verdaderamente vivo? ¿Qué he hecho con mi juventud, mis sueños y mis pasiones?».</span></li><li><span style="font-size: x-large;">Un ritmo narrativo lento y contemplativo con frases cuidadosamente construidas, con un énfasis en la musicalidad y el ritmo, como para dar tiempo al lector e invitarle a reflexionar. Por ejemplo: «El viento susurraba entre los árboles, como un suspiro que busca consuelo en la noche. El tiempo se deslizaba lentamente, como una sombra alargada que se arrastra sobre el suelo».</span></li></ul><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Transcribo aquí unos pocos fragmentos más, de los muchos que me han interesado de esta obra:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><i><span style="font-size: large;">Un puesto militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Pueden ocurrir algunas cosas, pero se repiten una y otra vez. El plano mismo de un campamento contribuye a esa monotonía: los enormes barracones de cemento, la hilera de casas de los oficiales —pulcras y construidas una exactamente igual a la otra— el gimnasio, la capilla, el campo de golf, las piscinas… todo esbozado ciñéndose a un patrón más bien rígido. Pero quizá la mayor causa del tedio de un puesto militar sea el aislamiento y un exceso de ocio y seguridad, ya que si un hombre entra en el ejército sólo se espera de él que siga los talones que le preceden.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Sexualmente, el capitán se encontraba en un punto de delicado equilibrio entre los elementos masculinos y femeninos, con las susceptibilidades de ambos sexos y ninguna de sus fuerzas activas.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">En sus ojos, que tenían una singular mezcla de tonos castaños y ambarinos, había una expresión muda que suele encontrarse en los ojos de los animales.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Hay en el Sur un fuerte donde, hace pocos años, se cometió un asesinato. Los participantes en esta tragedia fueron: dos oficiales, un soldado, dos mujeres, un filipino y un caballo.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Es decir, que por razones de rectitud moral consideras preferible que una clavija cuadrada se quede dando vueltas y más vueltas a un orificio circular a que encuentre y encaje en otro cuadrado que le vaya bien, aunque no sea de reglamento.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Aquella dosis le producía una sensación única y voluptuosa; era como si un gran pájaro negro se posara sobre su pecho, mirándole con ojos feroces y dorados, y le envolviera luego suavemente en sus alas oscuras.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">[...] tenía la penosa tendencia de enamorarse de los amantes de su mujer.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">[...] con secreta y profunda nostalgia pensó en los barracones, y trató de representar en su mente las filas ordenadas de los camastros, los suelos vacíos, las ventanas sin cortinas.</span></i></li></ul><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Termino con una pregunta: ¿A qué creeis que hace referencia el título «Reflejos en un ojo dorado»? Solo he encontrado un fragmento en el que se menciona algo así: Uno de los personajes, mientras mira ensimismado las llamas de una hoguera, dice: «Un pavo real de una especie de verde fantasmal. Con un inmenso ojo dorado. Y en el ojo, reflejos de algo delicado y…». Demasiado simbólico/metafórico para mí.</span></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-91218828201758359002023-05-24T13:45:00.020+02:002023-08-04T14:37:25.450+02:00Una mina epigramática en «El retrato de Dorian Gray», la novela de Oscar Wilde<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwRLmcw4wS3QvVV95yJKEDQvHnVYCH8UkLmbhXkEcvW1lq_IR6v1rnCi7f-0nK0m3sP1cro1FXdsIFFIOaTUzPo-848kayssvuPvv6SJQRddt1nG2aPDm0O5aLQ5ebA71h9Y5ybceNrr-LFR1RBBE4S9d2cGJxSzS9_AThH2QnytLe8X9mr4gb6S80/s1713/219-El-retrato-de-Dorian-Gray-Oscar-Wilde.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1713" data-original-width="1272" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwRLmcw4wS3QvVV95yJKEDQvHnVYCH8UkLmbhXkEcvW1lq_IR6v1rnCi7f-0nK0m3sP1cro1FXdsIFFIOaTUzPo-848kayssvuPvv6SJQRddt1nG2aPDm0O5aLQ5ebA71h9Y5ybceNrr-LFR1RBBE4S9d2cGJxSzS9_AThH2QnytLe8X9mr4gb6S80/w476-h640/219-El-retrato-de-Dorian-Gray-Oscar-Wilde.jpeg" width="476" /></a></span></div><span><br /><span style="font-size: x-large;">No resulta fácil hablar de un clásico, como lo es este, que todo el mundo conoce, y del que no falta casi nada por decir. Por ello, no voy a comentar el argumento ni los personajes ni los temas que aborda esta novela, por muy sobresalientes que sean. Entonces, ¿queda algo por mencionar? Desde luego, al menos lo que para mí ha resultado más sorprendente: la habilidad epigramática de Oscar Wilde.</span><span style="font-size: x-large;"><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">¿<i>Epigra... qué</i>? No te preocupes, hace unas pocas semanas yo tampoco sabía que se denomina</span><span style="font-size: large;"> </span><span style="font-size: x-large;">«</span><span style="font-size: x-large;">epigrama</span><span style="font-size: x-large;">»</span><span style="font-size: x-large;"> a una «frase breve e ingeniosa, frecuentemente satírica» (del DLE), del estilo: «La única manera de librarse de una tentación es caer en ella». En la novela, construida con poco más de cuatro personajes principales, hay uno cuyas intervenciones a través de los diálogos son una mina epigramática: Lord Henry Wotton. Este, que sospecho que es el <i>alter ego</i> del autor, es un aristócrata hedonista y cínico que tiene una gran influencia sobre Dorian Gray, el protagonista. Con su perspicacia y su elocuencia, Lord Henry introduce a Dorian en un mundo de placeres inmorales y filosofías decadentes. Y todo ello lo consigue mediante frases dichas con un convencimiento que Dorian no es capaz de rebatir, cargadas de ironía pero también, en muchos casos, de sabiduría, como en la mencionada anteriormente y en las que siguen:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: medium;"><i>No existen libros morales o inmorales. Los libros están bien escritos o mal escritos. Nada más.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Y es una tontería, porque sólo hay una cosa en el mundo peor que lograr que la gente hable de uno, y es que la gente no hable de uno.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Es mejor no distinguimos de nuestros prójimos. En este mundo, el feo y el estúpido se llevan la mejor parte. Pueden quedarse sentados a sus anchas, contemplando el espectáculo. Aun cuando no conozcan la victoria, al menos se libran de conocer la derrota.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Con un traje y una corbata blanca, como tú me dijiste una vez, cualquiera, hasta un corredor de bolsa, puede hacerse pasar por un ser civilizado.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Elijo a los amigos por su buen aspecto, a los conocidos por su buen carácter y a los enemigos por su buen intelecto.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Me gustan más las personas que los principios, y lo que más me gusta del mundo son las personas sin principios.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Aquellos que son fieles conocen sólo el lado trivial del amor; son los infieles los que conocen las grandes tragedias amorosas.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>El pecado es el único elemento de color que nos queda en la vida moderna.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Los hombres jóvenes quieren ser fieles y no lo son; los hombres viejos quieren ser infieles y no pueden. Es lo único que se puede decir.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>En estos tiempos, la mayor parte de la gente muere de una especie de epidemia de sentido común, y descubren cuando ya es demasiado tarde que lo único de lo que no se arrepiente uno es de sus errores.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Siempre se retrasaba por principio, siendo su principio que la puntualidad es la ladrona del tiempo.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Hoy en día, la gente sabe el precio de todo, y no conocen el valor de nada.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Hay muchas cosas que tiraríamos a la basura si no temiéramos que alguien pudiera cogerlas.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>La separación del espíritu y la materia es un misterio y la unión del espíritu y la materia también es un misterio.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>La experiencia no tiene ningún valor ético. Es simplemente el nombre que damos a nuestros errores.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Tenía esa aversión a que le observaran propia de los genios al final de su vida, y que las personas corrientes tienen siempre.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Los niños empiezan amando a sus padres; al crecer los juzgan; en algunos casos los perdonan.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Cuando estamos contentos siempre somos buenos, pero cuando somos buenos no siempre estamos contentos.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Ser bueno es estar en armonía con uno mismo. La discordia es verse obligado a estar en armonía con los demás.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Sólo hay dos tipos de individuos que resultan verdaderamente fascinantes: aquellos que lo saben absolutamente todo y aquellos que no saben absolutamente nada.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Siempre hay algo ridículo en los sentimientos de aquellos a quienes hemos dejado de amar.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Uno debería absorber el color de la vida, pero sin recordar los detalles. Los detalles son siempre vulgares.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>El único encanto del pasado es que sea el pasado.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>El pasado siempre se puede aniquilar. El remordimiento, la negación y el olvido sirven para hacerlo. Pero el futuro es inevitable.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>La sociedad, al menos la sociedad civilizada, nunca está dispuesta a creer nada en detrimento de quienes son tan ricos como fascinantes.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Se levantan temprano porque tienen mucho que hacer, y se acuestan temprano, porque no tienen nada en que pensar.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Cada hombre vive su propia vida y paga un precio por vivirla. Lo que es una lástima es tener que pagar tantas veces por una sola culpa. Pagar una y otra vez. En sus tratos con el hombre, el Destino nunca da por terminadas las negociaciones.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Siempre que se produce un buen efecto se crea uno un enemigo. Para ser popular hay que ser mediocre.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>La vida es un caos, pero en la imaginación hay algo terriblemente lógico.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>La civilización no es en absoluto fácil de conseguir. Sólo hay dos maneras de poder alcanzarla. Una es ser culto, y la otra es ser un corrompido. Las gentes del campo no tienen ninguna de las dos oportunidades, y se estancan.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Por supuesto que la vida de casado es simple costumbre, una mala costumbre. Pero uno se arrepiente de perder incluso las malas costumbres. Son una parte fundamental de nuestra personalidad.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>No era lo bastante inteligente para tener enemigos.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Los libros que el mundo considera inmorales son libros que muestran al mundo su propia vergüenza.</i></span></li></ul><p></p><p><span style="font-size: large;">Por supuesto, la novela deslumbra por otros muchos aspectos y no es el menor las maravillosas descripciones ambientales, como las siguientes:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><i><span style="font-size: medium;">La puesta de sol había triturado las ventanas de enfrente, llenándolas de un escarlata dorado. Los cristales brillantes parecían placas de metal al rojo. El cielo los cubría como una rosa marchita.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">El anochecer oscureció la habitación. Silenciosamente y con pies plateados, fueron entrando las sombras del jardín.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Raso y perforado por una estrella solitaria, un cielo verde cobrizo iluminaba los ventanales.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">El viento se había llevado la niebla y el cielo parecía una monstruosa cola de pavo real, estrellada con miríadas de ojos dorados.</span></i></li></ul><p></p><p><span style="font-size: large;">Por último, y en abierta contradicción con la manifiesta intención inicial de este artículo, no me resisto a dejar constancia de una interpretación moderna que cabe hacer de esta obra: la insistencia por mostrar en las redes sociales, pero también fuera de ellas, solo una imagen idílica de nosotros mismos, ¿no se corresponde con el deseo del protagonista de permanecer eternamente joven, dejando que su retrato oculte sus miserias?</span></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-60044856336623412382023-04-13T18:45:00.007+02:002023-04-14T07:33:20.035+02:00«Cómo no hacer nada», un ensayo de Jenny Odell sobre la economía de la atención<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiBIMqoEqVEUJ48ej8detZj76tzpjnbk-ur9zpdsHokxKwhNvGM0D8Kj9_j1bKDaCGPcB1rfBraToZvUQ0ryt7L8EJIiLppe70ZFZB9LYS3Qre2DY1kzq5ekcGxEThXeCiWKSCkgRUgjtcWvf7T7lbQ0L6zs6SBG3ANPx-w6v-LCdnT_4jWOHSWNNQ/s2170/218-Como-no-hacer-nada-Jenny-Odell.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2170" data-original-width="1738" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiBIMqoEqVEUJ48ej8detZj76tzpjnbk-ur9zpdsHokxKwhNvGM0D8Kj9_j1bKDaCGPcB1rfBraToZvUQ0ryt7L8EJIiLppe70ZFZB9LYS3Qre2DY1kzq5ekcGxEThXeCiWKSCkgRUgjtcWvf7T7lbQ0L6zs6SBG3ANPx-w6v-LCdnT_4jWOHSWNNQ/w512-h640/218-Como-no-hacer-nada-Jenny-Odell.jpg" width="512" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br />Comencé a leer este ensayo atraído por su título. Acostumbrado a una vida, no solo la profesional, enfocada a la productividad, me intrigó saber cómo proponía la autora vivir sin hacer nada. Me equivoqué.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: large;">El libro trata, en esencia, de los peligros de la economía de la atención. Desde luego, el tema me interesó, como demuestra que terminé de leerlo, a pesar de no ser lo que esperaba: un tratado sobre dicha economía y sus antídotos: el ascetismo, la frugalidad y temas aledaños.</span></p><p><span style="font-size: large;">Ya que he leído esta obra, comentaré algo de la economía de la atención, de la que no había oído hablar. Según la autora, las empresas, especialmente las tecnológicas, buscan obsesivamente atraer la atención de los usuarios, que se encuentran inmersos en un mundo lleno de información y distracciones. Todo ello con la finalidad última de ofrecerle publicidad de productos y servicios que puedan terminar comprando. A poco que lo pensemos nos daremos cuenta de que es así y no solo en las omnipresentes redes sociales, sino en muchas otras actividades como, por ejemplo, este blog: escribo en él porque busco tu atención para que lo leas.</span></p><p><span style="font-size: large;">Ser conscientes de la economía de la atención, en mi opinión, no implica abandonar este mundo y convertirse en ermitaño. Basta con no dejarse manipular por ella y hasta aprovecharse en la medida de lo posible. Al fin y al cabo, los peligros de la economía de la atención, que los tiene, no son peores, por ejemplo, que el tráfico. No creo que la solución para evitar los accidentes de tráfico sea prohibir la conducción de los vehículos. De hecho, ¿hay alguna actividad humana que no conlleve algún tipo de riesgo? Desde luego que no; pues la economía de la atención tampoco.</span></p><p><span style="font-size: large;">Lo que sí es peligroso de dicha economía es la inconsciencia de gran parte de la gente sobre su existencia, empezando por mí mismo. Y lo es porque nos hace fácilmente manipulables al creer que son nuestras las decisiones que tomamos, cuando han sido fundamentalmente condicionadas por la publicidad consumida gracias a la economía de la atención.</span></p><p><span style="font-size: large;">En fin, si te interesa saber más sobre la economía de la atención, este libro puede interesarte, pero si pretendes saber cómo vivir ocioso, entonces, probablemente haya otras obras más idóneas.</span></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-15277190843738164582023-03-25T18:45:00.012+01:002023-03-25T18:45:00.195+01:00«Una historia ridícula» que no es tal, de Luis Landero<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg4ZPa19CnS6wOmN62uInLvhDNm1pAip1jMgwl7dbIYiGcskunghpVmeE9WREKu7I-VBnTLqJLCeRZWCJXU2kLGi3XdYqHXfv97cPHz4_QBZeTSxEqwv8pS0rT-Bn2DkxhFshJOi611j50AwmuxQAXs8-mKu8LnM8gHSlST_-1E4LdtU14NToi1wzXL/s2360/217-Una-historia-ridicula-Luis-Landero.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2360" data-original-width="1710" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg4ZPa19CnS6wOmN62uInLvhDNm1pAip1jMgwl7dbIYiGcskunghpVmeE9WREKu7I-VBnTLqJLCeRZWCJXU2kLGi3XdYqHXfv97cPHz4_QBZeTSxEqwv8pS0rT-Bn2DkxhFshJOi611j50AwmuxQAXs8-mKu8LnM8gHSlST_-1E4LdtU14NToi1wzXL/w464-h640/217-Una-historia-ridicula-Luis-Landero.jpg" width="464" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br />Alguien muy cerebral, como podríamos serlo cualquiera de nosotros. Alguien que arrastra un cierto complejo de inferioridad, algo nada infrecuente. Sin embargo, según avanza la lectura nos vamos dando cuenta de que ese alguien, el protagonista, se desliza por el camino de la psicopatía al desear no solo la muerte de los enemigos, sino también de los que quiere. Hasta llega a creerse con un poder sobrenatural para conseguir sus fines. Sin embargo, el autor lo narra de una forma tan natural que es imposible sentirse ajeno a tales pensamientos.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: large;">Una idea de lo que nos espera la anticipa el mismo título, que parece avisarnos de que no perdamos el tiempo leyendo la historia ridícula que narra esta obra. Obviamente, no lo es. Bajo la apariencia de un simple entretenimiento, una historia de amor no correspondido, se diseccionan aspectos de la personalidad humana y de la sociedad que suelen pasar desapercibidos.</span></p><p><span style="font-size: large;">Un narrador en primera persona que se dirije al lector, en ocasiones de modo desafiante, aunque terminamos tolerándolo porque comprendemos que es, lo que se denomina en técnica narrativa, un narrador defectuoso que distorsiona la realidad. Pero, ¿no lo hacemos todos nosotros, «amañar» la realidad, en mayor o menor medida?</span></p><p><span style="font-size: large;">Aunque, en mi opinión, el texto no tiene pretensiones de «alta literatura», he anotado algunos fragmentos que me han parecido reseñables:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: medium;"><i>Uno de los mayores logros de mi vida ha sido aprender a despreciar a los demás.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Pues bien, así las cosas, de pronto llegó el otro, el amor loco, el sublime, el bárbaro, el doliente, el absoluto, el súbito, el despótico, y todos los vocablos de ese corte que se le quieran añadir, el que es a la vez cielo e infierno, premio y castigo, el que te aniña y a la vez te consume, y en un momento revolucionó toda mi vida, me convirtió en su esclavo, y me enajenó, falseando por completo mi manera de ser.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>De aquí se deduce que, en toda reunión, por debajo de los temas que se exponen y discuten, discurre torrencialmente otro, que es el más importante de todos: quién manda allí. En el fondo, de eso es de lo que se habla, y eso es lo que allí se dirime.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Yo tengo para mí que, cuando en un corro coloquial se crea un silencio incómodo, casi siempre suele romperlo el más tonto de todos, o el que tiene complejo de intruso.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Además de los pies, se me desparrama también el pensamiento. Y el pensamiento, si uno no lo controla, se echa al monte, como quien dice, se pone bravo y traspasa todos los límites, rompe todas las reglas, crea todo tipo de disparates y de monstruos. Si una hiena o un tigre pudieran pensar, ni remotamente sus pensamientos se atreverían a tanto como los nuestros cuando dejamos la mente a su libre albedrío.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Él era así, jocoso y trivial. Quizá por eso no resultaba fácil despreciarlo. Era como darle patadas a una cosa blanda, o intentar derribar un tentetieso. Siempre condescendiente, olímpico, invencible.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>No hay mejor sedante contra los sobresaltos y la angustia que la costumbre, además de ser el mejor sucedáneo del amor.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Pues bien, la frase de que el arte y la religión son la misma cosa es precisamente de Kandinsky. A mí me parece que eso es solo palabrería, pero suena bien, es una de esas frases contundentes que siempre tienen razón, de puro imprecisas o absurdas, y que no hay forma de contradecir. Además, la palabra misterio pone enseguida de acuerdo a todo el mundo.</i></span></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-13772558466592240242023-02-10T08:45:00.001+01:002023-02-10T10:10:04.923+01:00La memoria de «Los años», el libro de Annie Ernaux<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvimw57JCG0Z8XWnoef7RjbiFPkvUDLrGhD9mnz3g5cVoc-MH1kDMIpWET7aXfmOQvEnyMFue7JCSQSfH4S-QkFjbkDeNLUzUyZV_KcSxbO5ve4KNQ2glqNsUEuunwsp4bOYmr7clp3AWCQdUnOP5lXAaT6ojggBltnzADh_v0RbM8E4010tsmQ2s4/s1200/216-Los-a%C3%B1os-Annie-Ernoux.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="800" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhvimw57JCG0Z8XWnoef7RjbiFPkvUDLrGhD9mnz3g5cVoc-MH1kDMIpWET7aXfmOQvEnyMFue7JCSQSfH4S-QkFjbkDeNLUzUyZV_KcSxbO5ve4KNQ2glqNsUEuunwsp4bOYmr7clp3AWCQdUnOP5lXAaT6ojggBltnzADh_v0RbM8E4010tsmQ2s4/w426-h640/216-Los-a%C3%B1os-Annie-Ernoux.jpg" width="426" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br />Me gustan los libros que van de menos a más, como me ha pasado con este. El arranque, con la vida social y personal de la autora en la Francia de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, me resultaba algo distante, ajeno. Conforme la autora/narradora ampliaba su visión, sentimientos y emociones comenzaron a resultarme familiares. Porque sí, este es un libro, no una novela, autobiográfico, pero intencionadamente despersonalizado. Lo es porque la narradora, trasunto de la autora, nunca habla en primera persona del singular: o lo hace en primera persona del plural cuando narra los sucesos sociales en Francia, o en tercera persona del singular para referirse a la persona que aparece en las fotografías y vídeos que se comentan a lo largo del texto. Gracias a este doble enfoque puede profundizar hasta lo más íntimo de su ser, emocional y hasta físicamente.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: large;">La combinación de ambas voces consigue distanciar los sucesos de la autora y hasta de la narradora, aunque es fácil comprobar en Wikipedia, por ejemplo, que los acontecimientos coinciden con los hitos en la vida de la Annie Ernaux. Gracias a este «artificio» el libro cuasiautobiográfico y cuasihistórico se convierte en una cuasinovela. Un artificio magistral que, para mí, es lo más interesante del libro; artificio que la autora, al final de la obra, lo justifica así:</span></p><p><i><span style="font-size: medium;">«Será un relato resbaladizo, en un imperfecto continuo, absoluto, devorador del presente progresivamente hasta la última imagen de una vida. Un flujo suspendido, no obstante, a intervalos regulares por fotos y secuencias de películas que captarán las formas corporales y las posiciones sociales sucesivas de su ser (constituyendo congelaciones de memoria y a la vez informes sobre la evolución de su existencia, lo que la ha hecho singular, no por la naturaleza de los elementos de su vida, externos, como la trayectoria social o el oficio, o internos, como los pensamientos y las aspiraciones, el deseo de escribir, sino por su combinación, única en cada uno de nosotros). A este «siempre otra» de las fotos corresponderá, especularmente, el «ella» de la escritura. Ningún «yo» en lo que ella ve como una suerte de autobiografía impersonal (pero desde el «nosotros») como si, a su vez, ella hiciera el relato de los días de antes.»</span></i></p><p><span style="font-size: large;">Hasta aquí mi opinión. Lo que sigue es lo que me ha respondido uno de los motores de inteligencia artificial, tan de actualidad, al preguntarle por esta obra:</span></p><p><span style="font-size: medium;"><i>«Los años» es un libro autoficcional escrito por la autora francesa Annie Ernaux que abarca los cambios sociales y culturales que tuvieron lugar en Francia desde la década de 1940 hasta la década de 1980. En lugar de centrarse en eventos históricos específicos, Ernaux utiliza su propia vida y la de su familia como un microcosmos para explorar los cambios en la sociedad francesa.</i></span></p><p><span style="font-size: medium;"><i>A través de la narrativa, Ernaux muestra cómo la vida de las mujeres, especialmente de las de su clase social y educación, se vio profundamente afectada por las transformaciones políticas y sociales. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la Revolución Sexual y la liberación de la mujer, la autora describe sus experiencias y las de su entorno en detalle y con un tono poético y reflexivo.</i></span></p><p><span style="font-size: medium;"><i>Además de explorar temas sociales y políticos, «Los años» también es una reflexión sobre la memoria y el paso del tiempo. Ernaux examina cómo las experiencias y las emociones se van desvaneciendo con el tiempo y cómo la nostalgia juega un papel en la construcción de nuestra identidad personal y colectiva.</i></span></p><p><span style="font-size: medium;"><i>En resumen, «Los años» es un libro fascinante e impactante que ofrece una visión única de la sociedad francesa a lo largo de cuatro décadas. Es una obra poética, honesta y profundamente reflexiva que se ha convertido en un clásico de la literatura francesa contemporánea.</i></span></p><p><span style="font-size: large;">Fin de la transcripción de la respuesta del robot de inteligencia emocional. No está mal, me parece a mí, para ser un resumen de alguien, un robot, que no ha leído el libro.</span></p><p><span style="font-size: large;">Acabo con unos pocos fragmentos que he anotado mientras leía:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: medium;"><i>Como el deseo sexual, la memoria no se detiene nunca. Empareja a muertos y vivos, a seres reales e imaginarios, el sueño y la historia.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>En las conversaciones en torno a una mesa familiar seremos tan solo un nombre, cada vez más sin rostro, hasta desaparecer en la masa anónima de una generación remota.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Algo había desaparecido con los abuelos fallecidos que habían vivido las dos guerras, los hijos que crecen, la reconstrucción concluida de las ciudades, el progreso y los muebles a plazos.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>A causa de esa sensación de desenfreno nos encontrábamos, después de un baile lento, en una litera o en la playa frente a un sexo de hombre (antes nunca visto, solo en foto y poco) y con la boca llena de esperma por habernos negado a abrirnos de piernas, al recordar in extremis el calendario Ogino.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>La euforia del transistor era de una especie desconocida, la de poder estar solo sin estarlo, disponer a nuestro antojo del ruido y de la diversidad del mundo.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>No se imaginaban que a los chicos sentados junto a ellas en los bancos del aula les daban pánico sus cuerpos. Que, si contestaban a sus preguntas más inocentes con monosílabos, no era por desprecio sino por miedo a las complicaciones de sus vientres-trampa, así que preferían hacerse pajas por la noche.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>En medio de la repleción que llenaba de gozo los rostros de la nueva familia y el canturreo del niño que quería levantarse de la siesta, nos invadía una fugaz impresión de provisionalidad. Nos sorprendíamos de encontrarnos aquí, de haber obtenido lo que habíamos deseado, un hombre, un niño, un piso.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Como la lista de cosas que comprar, de las cazuelas a las sábanas, había establecido en otro tiempo la unión en la duración, la de las cosas que repartirse materializaba ahora la ruptura.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Había tantos hombres y ahora tantas mujeres que pedían limosna que acabábamos pensando que se trataba de un nuevo oficio.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Y al mirar, al escuchar a los hijos convertidos en adultos, nos preguntábamos qué nos unía, ni la sangre ni los genes, solo el presente de miles de días juntos, de palabras y gestos, de comidas, de trayectos en coche, de cantidad de experiencias comunes sin rastro consciente.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Después de muchos años goza del cómodo sueldo de catedrática, así que les paga a todos un fin de semana en la playa porque quiere seguir siendo la proveedora de la felicidad material de sus hijos, compensar su eventual dolor de vivir, del que se siente responsable por el hecho de haberlos traído al mundo.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>En Internet bastaba con poner una palabra clave pare ver cómo desfilaban miles de «sitios», proponiendo en desorden trozos de frases y fragmentos de textos que nos arrastraban hacia otros en un juego de pistas excitante, un hallazgo relanzado hasta el infinito de lo que no estábamos buscando.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>El tiempo comercial violaba cada vez más el tiempo del calendario. Ya es Navidad, suspiraba la gente ante la aparición en tromba, el día siguiente a Todos los Santos, de los juguetes y los bombones en las grandes superficies, amedrentados ante la imposibilidad de escapar durante semanas al acoso de la fiesta mayor que obliga a pensar el propio ser, la soledad y el poder adquisitivo en función de la sociedad, como si la vida entera desembocara en el día de Nochebuena. Con tal espectáculo daban ganas de dormirse a finales de noviembre y despertarse a principios del año siguiente. Entrábamos en el peor periodo de deseo y aborrecimiento de las cosas, en el apogeo del gesto consumidor, que sin embargo acometíamos, entre el calor, la espera en las cajas y la aversión, como un sacrificio, un deber de gasto en ofrenda a no se sabe qué dios para no se sabe qué salvación, resignándonos a «hacer algo para Navidad», prever la decoración del abeto y el menú de la cena.</i></span></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-35588816221961164262023-01-11T14:45:00.008+01:002023-01-11T14:45:00.151+01:00«Martutene», la novela total de Ramón Saizarbitoria<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjy92xJs3WxTNUTw_vsB_Lh_NJw2SRthl4SOeVjNvgC6ST7hXZ5AIvDXLo34yjBH29oZOvij-DwUDNjM9WDfJ6KFndcddl2PqbYyrNwxXUy4FsQ10AAm4pfPWIyjtoOY7s49dNB9NGNG-mSBMTGy65b1iEbTbGkSAjQ_6kh2LwwPjmk8Zg091vdoNQZ/s1388/215-Martutene-Ramon-Saizarbitoria.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1388" data-original-width="1115" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjy92xJs3WxTNUTw_vsB_Lh_NJw2SRthl4SOeVjNvgC6ST7hXZ5AIvDXLo34yjBH29oZOvij-DwUDNjM9WDfJ6KFndcddl2PqbYyrNwxXUy4FsQ10AAm4pfPWIyjtoOY7s49dNB9NGNG-mSBMTGy65b1iEbTbGkSAjQ_6kh2LwwPjmk8Zg091vdoNQZ/w514-h640/215-Martutene-Ramon-Saizarbitoria.jpg" width="514" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br />Soy consciente de que no todos los libros son buenos para todo el mundo; es más, no sería de extrañar que las obras más afamadas por la crítica sufran del rechazo popular. De ahí que, en esta ocasión, me dirija a dos posibles, pero muy diferentes tipos de lectores:</span><p></p><p><span style="font-size: large;">¿Por qué te recomiendo esta novela? Por alguna o varias de las siguientes razones:</span></p><ul><li><span style="font-size: large;">Porque consigue reflejar con detalle los pormenores psicológicos de cada uno de los personajes.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque narra en presente, algo que convierte al lector en espectador de los sucesos; narración que es mucho más compleja que la tradicional en pasado. Es más, incluso cuando narra sucesos del pasado lo hace en presente sin que por ello se pierda el lector.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque cada uno de los personajes está magistralmente diseñado.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque el desarrollo de la trama es consecuente con la forma de ser de los personajes.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque, como sucede con las grandes obras, pide una lectura sosegada que permita disfrutar de una prosa bien construida.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque no abusa de metáforas u otros recursos literarios como método de realce, sino que apuesta su éxito a la descripción casi forense de los acontecimientos.</span></li><li><span style="font-size: large;">Por el cabal conocimiento del oficio de escritor, como lo demuestra al definirlo el mismo narrador como: "Trabajar lo más íntimo de uno mismo, cocinar las propias entrañas aderezándolas quizá, porque la convención lo exige, con historias que nacen de su imaginación o que recoge aquí y allá, para ofrecérselas a un público renuente que se acerca a veces y que, tras husmear, como perro que olisquea la basura, esa materia de dolor, vuelve a su camino, indiferente."</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque no desdeña descripciones casi escatológicas.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque te gusta la obra del escritor Max Frisch.</span></li></ul><div><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: large;">¿Por qué no te recomiendo esta novela? Por alguno o varios de los siguientes motivos:</span></div><ul><li><span style="font-size: large;">Porque la lectura de sus casi ochocientas páginas ocupa más tiempo del que estás dispuesto a dedicar a un libro, por mucho que se trate de una obra excelente.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque la minuciosidad en el análisis del comportamiento de los personajes con frecuencia crea subtramas que pueden llegar a distraer de la trama principal.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque la única intriga que se da es, en apariencia, poco relevante para que un lector aguante un texto tan largo.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque la problemática vasca, política, social y hasta psicológica, con estar bien traída, o bien ya estás saturado de ella o bien no te interesa.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque no desdeña descripciones casi escatológicas.</span></li><li><span style="font-size: large;">Porque no te gusta la obra del escritor Max Frisch.</span></li></ul><div><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: large;">Finalizo con unos pocos fragmentos de los muchos que he anotado:</span></div><ul><li><i><span style="font-size: medium;">De niña odiaba aquellas canciones. Ahora daría cualquier cosa por poder cantarlas a su lado.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Martin dice que los viejos miran la televisión como antaño miraban el fuego: para pensar en sus cosas.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Coge el agua directamente del grifo para enjuagarse en un gesto muy juvenil, le parece, y al agacharse se sujeta los pechos con el antebrazo para que no cuelguen.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Ha advertido tarde que, en los tiempos que corren, la negativa a mantener el semblante del supuesto saber, un semblante que a él le parece ridículo, supone arriesgarse a no ser tomado en serio.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Con el tiempo ha constatado que el instinto está muy sobrevalorado y que la experiencia, aparte de ser un procedimiento de adquisición de saber que requiere demasiado tiempo, tampoco sirve siempre.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">También tiene la sensación de que los coches aceleran la marcha cuando divisan a un peatón cruzando incorrectamente.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Le fastidia que sea tan digno porque, a fin de cuentas, le toca a él cargar con el coste de tanta integridad, ya que lleva un buen dinero gastado en el negocio.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Permanecen así un rato los dos callados, en el extremo de la barra, ahora repleta de gente, hasta que el camarero, retirando la taza de café llena con naturalidad, les pregunta si quieren algo más, una forma de decirles que por qué no dejan sitio libre.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Es digno de ser destacado el coqueto detalle de hacerse el viejo para que la joven americana le diga que no aparenta su edad.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">¿Qué te parece?, pregunta, exagerando como siempre el tono de broma para ocultar que habla completamente en serio [...].</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Ya ha tenido otras veces la impresión de que es más fácil confiar intimidades a un extranjero. En parte porque nos importa menos lo que pueda pensar o el uso que haga de lo que le decimos. Pero también porque la gente se siente protegida por la coartada de las limitaciones de comunicación: incluso confía en que el extranjero no le entienda del todo o en que las inconveniencias cuelen como defectos de expresión o como errores interpretativos. Algo parecido a lo que ocurre de madrugada con una copa en la mano y varias dentro el cuerpo.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Los mitos son mentira, qué duda cabe, pero lo que hace especiales a los vascos es la capacidad, la voluntad de hacer verosímiles los suyos.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Curiosamente, tanto oro no empaña su imagen de austeridad porque las joyas en ella no parecen adornos. Son necesarios signos de estatus, nada más.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Siempre le ha llamado la atención la naturalidad con que se mueven desnudas las mujeres una vez que lo han hecho la primera vez.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">No recuerda quién dijo que el problema es que para escribir hay que dejar de pensar, y que es muy reconfortante pensar y muy penoso escribir.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Un beso fugaz en el que ha tenido tiempo de sentir sus mejillas heladas, y le parece percibir que ha estado en contacto con la muerte.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Las lenguas son vehículos funcionales. Se dice que una lengua no desaparece porque quienes la desconocen no la aprenden sino porque quienes la saben dejan de utilizarla, pero eso es como sostener que una persona no muere mientras muestra signos de actividad cerebral. Todo nace y todo muere. Existen cinco mil lenguas en el mundo de las que anualmente morirán veinticinco, y el mundo seguirá girando sin que ningún ser humano vaya a enmudecer por ello.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">En alguna medida le tienta el deseo de ser sincero al menos con ella, pero no puede. Su soberbia está a la altura de su cobardía.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">El teléfono suena incesantemente, implacablemente, interminablemente, y se interrumpe abruptamente entre dos tonos: clic. [...] No hay sonido más irritante que el de un teléfono que no hay que descolgar.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Julia se deja vencer por un viejo sentimiento de hastío y repulsión largo tiempo reprimido, sabiendo que hace mal pero dispuesta a disfrutar del placer de abandonarse a él.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Siempre he pensado que lo más grande y lo más miserable a la vez del ser humano es su capacidad de adaptación.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Se quita el sujetador y las bragas. Se acerca al espejo. Se sujeta los pechos con la mano y el antebrazo izquierdo y con la derecha se peina el vello púbico hacia arriba. Tendría que cortárselo.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Era tan absurdo estar esperando la muerte, tan natural desearla.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Resulta difícil saber si sonríe o si simplemente no le caben las fundas en la boca.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Seguramente por eso, porque no trabaja, no se cree con derecho a disfrutar del ocio.</span></i></li><li><i><span style="font-size: medium;">Quizá la necesidad de escribir no sea más que un síntoma de su infelicidad. Puede que escriba porque no es feliz o para saber por qué no lo es, y si lo fuera no necesitaría hacerlo.</span></i></li></ul>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-8374313500270281702022-11-02T20:45:00.002+01:002022-11-02T20:45:00.137+01:00«Amistad de sardinas», un cuento de Javier Peñas<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkdGzcUWg5ooPbelkrzIZF2yTO0T7nTIri5QHPQ8BOlxoBggpkjiqHbWeT7AX8Ixqw5ujLPh-ZZN1di6vyqIWpv8I0eOolzULTtB_XUysiwg5sdA5J6QwkaRc9ihj1zR36l-zclO6uIEzP0UxtMtaIE0XrC9jIJg2GzUsoORYqZpc4v16DLuzhispW/s1920/man-gd59c6431f_1920.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1280" data-original-width="1920" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhkdGzcUWg5ooPbelkrzIZF2yTO0T7nTIri5QHPQ8BOlxoBggpkjiqHbWeT7AX8Ixqw5ujLPh-ZZN1di6vyqIWpv8I0eOolzULTtB_XUysiwg5sdA5J6QwkaRc9ihj1zR36l-zclO6uIEzP0UxtMtaIE0XrC9jIJg2GzUsoORYqZpc4v16DLuzhispW/w640-h426/man-gd59c6431f_1920.jpg" title="Imagen de <a href="https://pixabay.com/es/users/kvnsbl-3290960/?utm_source=link-attribution&amp;utm_medium=referral&amp;utm_campaign=image&amp;utm_content=7520571">Kevin Seibel</a> en <a href="https://pixabay.com/es//?utm_source=link-attribution&amp;utm_medium=referral&amp;utm_campaign=image&amp;utm_content=7520571">Pixabay</a>" width="640" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br />—Ya vale —le dije a Julien.</span><p></p><p><span style="font-size: large;">—¿Qué pasa, Pierre, tanto te importa despeinarte un poco?</span></p><p><span style="font-size: large;">—Levanta el pie del acelerador, por favor.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Tranquilo, que controlo.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Vas a matarnos; ya verás.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Vosotros dos —dijo Julien mientras miraba por el retrovisor—, ¿vais bien ahí de-trás, no decís nada a este de mi derecha?</span></p><p><span style="font-size: large;">Marcel y Lucas sonrieron sin contestar.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Si lo llego a saber os dejo en París mamando letras y me largo yo solo —continuó Julien.</span></p><p><span style="font-size: large;">Unos minutos después, Lucas leyó en voz alta el titular de uno de los periódicos que acababa de comprar:</span></p><p><span style="font-size: large;">—Jacques Chirac, candidato del RPR, obtuvo el 52,6% de los votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas ayer domingo. Lionel Jospen se quedó cerca, con un 47,4%.</span></p><p><span style="font-size: large;">El ronroneo del motor del coche fue el único que pareció atender al comentario de Lucas. Mientras lamentaba de nuevo que me hubieran convencido para venir a esta isla perdida y dejar a medias mis estudios de filología inglesa en París, el descapotable de-rrapó en la gravilla acumulada en una de las curvas. Julien frenó hasta detenerse en un ensanche de tierra del arcén. El polvo levantado se mezcló con la cálida brisa que subía por el acantilado sobre el que se recortaba la carretera. Se bajó del auto y se aproximó al borde del precipicio. El sol se ponía sobre el Mediterráneo.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Ha merecido la pena llegar hasta aquí, ¿verdad? —dijo Julien después de unos minutos en silencio.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Ya lo creo —contestó Marcel, mientras nos acercábamos despacio a él. Julien te-nía razón. Los tonos rojos y violáceos cubrían buena parte de la sábana de agua que se extendía a nuestros pies. El sol, aun en los últimos estertores del día, recortaba unas nu-bes de cartulina con precisión de cirujano. Sin olas ni los graznidos de las gaviotas, solo escuchaba mi respiración.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Sabía que os iba a gustar —insistió Julien.</span></p><p><span style="font-size: large;">Permanecimos allí diez, quince, veinte minutos, no recuerdo bien, hasta que desapa-reció la última brizna de luz.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Tengo hambre, podríamos ir a cenar ya —dije después de rumiar varias frases, impaciente por abandonar aquel lugar de excesiva belleza.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Solo piensas en comer, Pierre —dijo Julien sin dejar de mirar el horizonte.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Tiene razón —dijo Lucas—; dentro de poco será de noche y esta carretera se las trae.</span></p><p><span style="font-size: large;">Julien dejó pasar unos segundos y continuó.</span></p><p><span style="font-size: large;">—De acuerdo, vamos a tomar algo; además, no podemos tardar mucho en abrir el restaurante.</span></p><p><span style="font-size: large;">Marcel fue el primero que se giró para regresar al coche, al mismo tiempo que otro vehículo pasó muy cerca de él. Dio un paso hacia atrás, resbaló y perdió el equilibrio. Antes de que reaccionáramos los demás, Julien se había lanzado hacia él. Marcel cayó de lado, justo al borde del precipicio, gracias a que Julien consiguió alcanzarle y aga-rrarle una pierna. Lucas y yo quedamos inmóviles; Lucas parecía incrédulo; yo no, me atormentaba por no haber actuado antes que Julien. Después del bloqueo inicial, nos acercamos a Marcel y Julien. Se levantaron juntos sin nuestra ayuda y, a continuación, se abrazaron. Trastabillando y apoyándose mutuamente llegaron hasta el descapotable.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Venga, no ha pasado nada —dijo Julien, a la vez que se chupaba la sangre que le brotaba de una mano.</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Te duele? —le preguntó Marcel.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Conduzco yo; vosotros sentaos detrás —dije.</span></p><p><span style="font-size: large;">«Qué habría sucedido si Marcel se hubiera despeñado», pensaba mientras conducía, «si se hubiera destrozado su cuerpo tras golpearse una y otra vez durante la caída. Los demás, vivos, como si nunca hubiera existido el otro, Marcel, el muerto; tristes, pero aliviados». El silencio, reforzado por el rumor continuo del motor, nos acompañó duran-te buena parte del recorrido. Conduje con precaución respetando todas las señales de tráfico y, en especial, procuré no pisar la raya continua de la carretera. Solo respetando las normas se podía conseguir que un grupo de personas o hasta una sociedad entera pu-diesen convivir en armonía. Aunque fuera solo por comodidad. No me importa decir que las respeto para despreocuparme. Para eso había servido la educación que recibí, lo que aprendí en París durante todos estos años: potitos con forma de libros. Vosotros compor-taos con mansedumbre y seréis felices. Una mierda. Feliz era Julien. Él no pensaba, casi ni siquiera hablaba. Él actuaba. Los demás lo sabíamos y lo seguíamos. ¿No estáis hartos de tanta palabrería seudofilosófica? —no dejaba de decirnos, y continuaba— yo sí. Ya somos mayorcitos. ¿Qué preferís un título universitario para entrar en el paro o ser due-ños de vuestra vida? Era una pregunta tramposa, pero a Marcel y a Lucas parecía darles igual. Los ojos fijos en el líder. Yo dejaba correr pensamientos como estos, conduciendo por zigzagueantes carreteras, de vuelta al restaurante, con el brazo izquierdo apoyado sobre la portezuela y con el cristal bajado. Una gozada, la verdad.</span></p><p><span style="font-size: large;">Miré al retrovisor para dirigirme a Julien y a Marcel:</span></p><p><span style="font-size: large;">—Hoy quedaos en el banquillo; Lucas y yo nos encargamos de todo.</span></p><p><span style="font-size: large;">—De eso nada —dijo Julien, y continuó—; a que no Marcel.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Ni hablar, yo estoy bien.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Yo me quedo en la cocina mientras Pierre atiende a los clientes —intervino Lu-cas.</span></p><p><span style="font-size: large;">—No y basta —cortó Julien.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Vale, no insisto.</span></p><p><span style="font-size: large;"><br /></span></p><p><span style="font-size: large;">Aquella noche hubo poca clientela, a pesar de lo cual el local se llenó del habitual olor de sardina a la plancha mezclada con vino. Poco antes de cerrar, desde la mirilla de la puerta del habitáculo que hacía las veces de oficina, yo no dejaba de mirar a Marcel, que descansaba apoyado sobre el borde del mostrador que daba a la cocina; mientras tanto, Lucas colocaba las cacerolas y guardaba los restos de comida precocinada en el frigorífico. Julien, sentado con una joven en una de las mesas, la hablaba al oído mien-tras ella sonreía. En cuanto él apoyó su brazo sobre el hombro de la mujer, Marcel se irguió y volvió a la cocina. Regresó al poco tiempo con la cazadora puesta, cruzó el sa-lón y salió del restaurante sin despedirse.</span></p><p><span style="font-size: large;">Para entonces, hacía ya cuatro meses que alquilamos aquel pequeño establecimiento en Calvi. La primera vez que entró Julien, a pesar de que la techumbre estaba medio caída y olía a pescado podrido, abrió los ojos y soltó su famoso perfect. Tras llenarse el aire con esta palabra, había que pensarse mucho qué decir a continuación porque sabía-mos que era casi imposible hacerle cambiar de opinión. Él sería el relaciones públicas, el que sentaría los clientes y tomaría nota de las comandas. Como me negué a sudar en la cocina, fueron Marcel y Lucas los que tuvieron que ponerse el gorro de cocinero a pesar de que nunca antes habían probado, ni menos cocinado, la más simple ratatuille; lo que no impidió que se organizaran tan bien que no recuerdo que ningún cliente se hubiera quejado alguna vez. A mí, si quería estar con ellos no me quedaba más remedio que ocuparme de lo demás, del papeleo, las provisiones y todo ese rollo. Marcel como jefe de cocina y Julien como director, el local funcionaba como un reloj, la verdad, sin una palabra más alta que otra, muchas veces solo con miradas; por eso me sorprendió que aquella noche Julien siguiera susurrando a su chica mientras Marcel salía del restau-rante. Apagué la luz de la oficina, me despedí con un chau que me sonó más alto de lo normal e intenté alcanzar a Marcel. Me lo encontré a dos manzanas, fumándose un piti-llo con la mirada dirigida a un fondo con luces rutilantes sobre un mar.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Qué ganas tenía de respirar aire puro —le dije.</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Sabías que Julien ya conocía a Chloé cuando llegamos a Calvi?</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Quién, la que estaba con él en el restaurante? —Marcel afirmó con la cabeza—. ¿Estás seguro? Nunca nos habló de ella en París.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Me lo dijo ella misma. Hace unos días. Chloé esperaba en una mesa a que volvie-ra Julien, que había ido a la peluquería a recortarse algo la melena. El salón estaba vacío y yo no tenía nada pendiente que hacer en la cocina. A ella no le importó que me senta-ra. Nos dio tiempo a bebernos dos copas de vino Ajaccio. Ella fue la que lo convenció para que alquilara este local.</span></p><p><span style="font-size: large;">Marcel pisó la colilla del cigarrillo; el humo del tabaco se desvaneció y ocupó su lugar la humedad salada que exhalaba el mar. A izquierda y derecha, bancos alineados y separados unos pocos metros entre sí. Todos vacíos. Los días empezaban a acortarse y por las noches la brisa era lo bastante fuerte como para convencer a la gente de que se quedara en su casa para ver el último capítulo clonado de Gran Hermano. Julien nos había mentido y yo me alegraba, la verdad, no sé muy bien por qué.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Bueno, no es tan importante, Marcel. Todos decimos mentirijillas.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Esto no es una mentira cualquiera, Pierre. Nos ha traicionado por esa mujer.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Tampoco es para tanto. Quiso matar dos pájaros de un tiro y a nosotros nos vino bien. Míralo así.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Si lo hubiera sabido cuando aún estábamos en París no habría dejado la carrera para venirnos hasta el culo del mundo.</span></p><p><span style="font-size: large;">Noté que le temblaba la voz y no continué. Al poco rato, Marcel encendió otro piti-llo.</span></p><p><span style="font-size: large;">—O sea, que te habrías quedado allí aplaudiendo a Chirac mientras se cargaba todo lo hecho por Mitterrand —dije, en un intento por sacar a Marcel de su ensimismamiento.</span></p><p><span style="font-size: large;">—No me digas que tú todavía crees en el rollo ese de la derecha y la izquierda. —Sabía hacerme dudar y no me apetecía continuar por ese camino.</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Quieres que hable con Julien? —pregunté por decir algo.</span></p><p><span style="font-size: large;">—No, ni se te ocurra.</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Estás pensando en regresar al continente?</span></p><p><span style="font-size: large;">—Pienso en todo y no pienso en nada.</span></p><p><span style="font-size: large;">El silencio me hacía creer que oía el oleaje.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Venga, vamos a dormir. Seguro que mañana te levantas de mejor ánimo —dije.</span></p><p><span style="font-size: large;">Pasaron tres semanas con las rutinas habituales. Solo Lucas parecía más hablador que de costumbre. En una de sus charlas, me dijo que notaba raro a Marcel, que un par de veces le había sorprendido removiendo un guiso cuando este ya se había pegado, apa-rentemente insensible al olor a quemado.</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Sabes qué es lo que le puede pasar? —me preguntó Lucas.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Ni idea —respondí.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Le pregunté una vez y me dijo que estaba un poco cansado, nada más. Se me ocu-rrió decirle que lo que necesitaba era una tía maciza que le contentara y me llamó ma-chista.</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Tú sabías que Chloé y Julien se conocían desde antes de que viniéramos aquí? —pregunté.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Ni idea.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Podía haber venido él solo y no insistirnos tanto, ¿no te parece? —continué por ver cómo reaccionada Lucas.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Bueno, él no insistió mucho; el que sí lo hizo fue Marcel, ¿recuerdas la cara que puso cuando dijo Julien que quería irse de París?</span></p><p><span style="font-size: large;">—No me acuerdo.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Pues yo sí, mira. —Lucas se sujetó los párpados con las manos y abrió la boca de-jando caer la mandíbula.</span></p><p><span style="font-size: large;">Esa misma noche, Marcel avisó de que le apetecía escaparse unos días para dar una vuelta solo por Cerdeña. Que si las iglesias de allí eran mucho más monumentales que las de Córcega, que si el gusto italiano por la vida. En fin, que quería irse. Julien le ha-bló de irnos los cuatro y cerrar el restaurante unos días, pero él se apresuró a decir que ni hablar, que necesitaba airearse un poco, que volvería pronto con ganas renovadas. No insistimos mucho, la verdad, para hacerle cambiar de opinión ya que, estaba seguro, yo no debía ser el único que notaba la tensión que vibraba en los silencios de Marcel.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Tengo el billete para mañana y salgo temprano; nos vemos a la vuelta —dijo por fin Marcel, sin darnos tiempo a despedirnos.</span></p><p><span style="font-size: large;">Durante el día siguiente no llegaron noticias de Marcel; tampoco las esperábamos, la verdad. Éramos solo tres para atender el restaurante y, a pesar del poco público que teníamos, nos costó aplacar la impaciencia de algunos clientes. Julien lucía un semblan-te nada amigable, muy extraño en él, que yo atribuía al exceso de trabajo por la ausencia de Marcel. Terminamos el día sin ganas de hablar y nos encaminamos hacia nuestras respectivas habitaciones.</span></p><p><span style="font-size: large;">A eso de las tres de la mañana, llamaron a mi puerta. Era Julien.</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Qué pasa?</span></p><p><span style="font-size: large;">—Me han telefoneado los padres de Chloé. No ha vuelto a casa esta noche.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Se habrá entretenido con alguna amiga.</span></p><p><span style="font-size: large;">—Anoche quedamos en el restaurante, a eso de las once, y no apareció.</span></p><p><span style="font-size: large;">—¿Quieres que vayamos a buscarla?</span></p><p><span style="font-size: large;">—Le ha pasado algo, lo sé —dijo mirándome a los ojos. Vi en ellos un brillo dife-rente al habitual. ¿Sería posible que el líder se pusiera a llorar?</span></p><p><span style="font-size: large;">Por la mañana denunciamos la desaparición de Chloé. Cada día que pasaba sin tener noticias de la muchacha, Julien era menos Julien; una pena, la verdad. De Marcel tam-poco volvimos a saber nada más.</span></p><div><div style="text-align: justify;"><div style="text-align: center;"><div><span style="font-size: x-large;">FIN</span></div></div><script type="text/javascript">
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Atrévete a comentarlo más abajo o en tus redes sociales.</span></i></div></div>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-82197942220204212202022-08-11T11:45:00.051+02:002022-08-12T13:26:12.036+02:00Descubriendo a Mario Benedetti gracias a «La tregua», su novela corta<p><span style="font-size: x-large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEioXRqUjxhdUCicOqFuH9qUhghbp-brzt3MeLlSvVXLpEZtHGcCfqwb06YtfWnkqcMrji_kKHagXsZvMwfHi5uSdwcbDgGbXDMrJMB0w8ZbNXkm_8NtPKWE9HkGWM7ksaZUo8AXcn5Odxd5XmlfPLEY-lKaDmtj_GbDgOHGRGAhwopYVcG5-qWYnMTC/s751/213-la-tregua-mario-benedetti.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="751" data-original-width="600" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEioXRqUjxhdUCicOqFuH9qUhghbp-brzt3MeLlSvVXLpEZtHGcCfqwb06YtfWnkqcMrji_kKHagXsZvMwfHi5uSdwcbDgGbXDMrJMB0w8ZbNXkm_8NtPKWE9HkGWM7ksaZUo8AXcn5Odxd5XmlfPLEY-lKaDmtj_GbDgOHGRGAhwopYVcG5-qWYnMTC/w512-h640/213-la-tregua-mario-benedetti.jpg" width="512" /></a></div><br /><span style="font-size: large;">Tenía ganas de leer una novela que no rezumara lirismo. Una que se leyera por la historia, sin que por ello olvidara una escritura solvente. Esta novela corta de Mario Benedetti lo ha conseguido.</span><p></p><span style="font-size: large;"><span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: large;">Escrita en formato de diario y, por tanto, en primera persona, consigue introducir al lector en un pasado muy presente, en el sentido de que el pasado de cada entrada del diario se refiere a lo acontecido el mismo día en que es escrita.</span></p><p><span style="font-size: large;">Confieso que recelaba de este formato, pero el autor consiguió desde el comienzo transmitirme la humanidad del protagonista, narrador y redactor del diario a lo largo de un año; año en el que ve cómo, en el declive de su vida, un acontecimiento le aporta un sentido inesperado.</span></p><p><span style="font-size: large;">A lo largo de las páginas, trufadas con las peripecias del protagonista, aparecen pequeños fragmentos de sabiduría, de filosofía basada en la experiencia, que nos reconcilian con el ser humano que somos al comprobar que nosotros, también, participamos de dichos conocimientos, aunque en la vorágine de la vida diaria los mantengamos tan ocultos que llegamos a creer que no los tenemos.</span></p><p><span style="font-size: large;">Ya antes de empezar la lectura, me gustó la intriga que introduce el título, «La tregua», dando por hecho que tenía que ver con el tema de la obra. Solo al final, y porque el autor da la pista, lo pude descubrir. Te propongo que, si lo encuentras, lo indiques en los comentarios.</span></p><p><span style="font-size: large;">Una novela corta cuya agradable lectura no va en detrimento, si no al contrario, del poder revelador que, seguramente, pretendía el autor.</span></p><p><span style="font-size: large;">Dejo una pequeña muestra de fragmentos que he anotado:</span></p><p></p><ul><li><span style="font-size: medium;"><i>Blanca tiene por lo menos algo de común conmigo: también es una triste con vocación de alegre.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Pero está la otra ciudad, [...] la de los jubilados y pelmas varios, en fin, que creen ganarse el cielo dándoles migas a las palomas de la plaza.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Hay una especie de reflejo automático en eso de hablar de la muerte y mirar en seguida el reloj.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Sé que tenía ojos verdes, pero no puedo sentirme frente a su mirada.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Si alguna vez me suicido, será en domingo. Es el día más desalentador, el más insulso. Quisiera quedarme en la cama hasta tarde, por lo menos hasta las nueve o las diez, pero a las seis y media me despierto solo y ya no puedo pegar los ojos. A veces pienso qué haré cuando toda mi vida sea domingo. Quién sabe, a lo mejor me acostumbro a despertarme a las diez.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Cuando el tipo reía, era como para ponerse a reflexionar sobre las imprevistas variantes de la imbecilidad humana.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Una de las cosas más agradables de la vida: ver cómo se filtra el sol entre las hojas.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Mi libertad es otro nombre de mi inercia.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Tenemos que apurarnos hacia el encuentro, porque en nuestro caso el futuro es un inevitable desencuentro.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Cuando alguien se siente brillantemente desgraciado, entonces sí vale la pena llorar con acompañamiento de temblores, convulsiones, y, sobre todo, con público. Pero, cuando además de desgraciado, uno se siente opaco, cuando no queda sitio para la rebeldía, el sacrificio o la heroicidad, entonces hay que llorar sin ruido, porque nadie puede ayudar y porque uno tiene conciencia de que eso pasa y al final se retoma el equilibrio, la normalidad.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Cuando se está en el foco mismo de la vida, es imposible reflexionar.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>En las oficinas no hay amigos; hay tipos que se ven todos los días, que rabian juntos o separados, que hacen chistes y se los festejan, que se intercambian sus quejas y se transmiten sus rencores, que murmuran del Directorio en general y adulan a cada director en particular. Esto se llama convivencia, pero sólo por espejismo la convivencia puede llegar a parecerse a la amistad.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Nunca había sido tan plenamente feliz como en ese momento, pero tenía la hiriente sensación de que nunca más volvería a serlo, por lo menos en ese grado, con esa intensidad. La cumbre es así, claro que es así. Además estoy seguro de que la cumbre es sólo un segundo, un breve segundo, un destello instantáneo, y no hay derecho a prórrogas.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Veo ese mar implacable y desolado, tan orgulloso de su espuma y de su coraje, apenas mancillado por gaviotas ingenuas, casi irreales, y de inmediato me refugio en una irresponsable admiración.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Al que llora todos los días, ¿qué le queda por hacer cuando le toque un gran dolor, un dolor para el cual sean necesarias las máximas defensas? Siempre puede matarse, pero eso, después de todo, no deja de ser una pobre solución. Quiero decir que es más bien imposible vivir en crisis permanente, fabricándose una impresionabilidad que lo sumerja a uno (una especie de baño diario) en pequeñas agonías.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Durante varios lustros hemos sido serenos, objetivos, pero la objetividad es inofensiva, no sirve para cambiar el mundo, ni siquiera para cambiar un país de bolsillo como éste. Hace falta pasión, y pasión gritada, o pensada a los gritos, o escrita a los gritos. Hay que gritarle en el oído a la gente, ya que su aparente sordera es una especie de autodefensa, de cobarde y malsana autodefensa. Hay que lograr que se despierte en los demás la vergüenza de sí mismos, que se sustituya en ellos la autodefensa por el autoasco.</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>¿Por qué será que lo verdadero es siempre un poco cursi?</i></span></li><li><span style="font-size: medium;"><i>Los pensamientos sirven para edificar lo digno sin excusa, lo estoico sin claudicación, el equilibrio sin reservas, pero las excusas, las claudicaciones, las reservas, están agazapadas en la realidad, y cuando allí llegamos, nos desarman, nos aflojan.</i></span></li></ul>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-48089267748405904792022-06-19T19:45:00.012+02:002022-06-20T06:52:59.694+02:00Frustrado con el «Libro de Manuel», una novela de Julio Cortázar<p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhLEdZ92UkV6HMHe2TUd65D_GWXx7O36RrUViw1karwwQDVdbbp-uy0To1qDgp-WhieQof3mJMk8DrlGQQp-bRYJ_dfW-macH-XZPjdEyr0DfkZNzcnF0XV_BR34TLQVaVg3F1pVmb6xL3E6Yy6X0i-pqkoXqwldxopoQjO8HArorcIXEj70mWYRvKB/s2146/212-Libro-de-Manuel-Julio-Cortazar.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2146" data-original-width="1684" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhLEdZ92UkV6HMHe2TUd65D_GWXx7O36RrUViw1karwwQDVdbbp-uy0To1qDgp-WhieQof3mJMk8DrlGQQp-bRYJ_dfW-macH-XZPjdEyr0DfkZNzcnF0XV_BR34TLQVaVg3F1pVmb6xL3E6Yy6X0i-pqkoXqwldxopoQjO8HArorcIXEj70mWYRvKB/w502-h640/212-Libro-de-Manuel-Julio-Cortazar.jpg" width="502" /></a></div><br /><div style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">Julio Cortázar es uno de mis escritores preferidos (mejor que «favoritos», ¿verdad?). Después de leer su cuento «El perseguidor», incluido en su libro de relatos <i>Las armas secretas</i>, me propuse leer la totalidad de su obra. De hecho, es el autor con más reseñas en este blog: <i><a href="http://www.javierpenas.com/2019/08/todos-los-fuegos-el-fuego-julio-cortazar.html">Todos los fuegos el fuego</a>, <a href="http://www.javierpenas.com/2021/10/deshoras-julio-cortazar.html">Deshoras</a>, <a href="http://www.javierpenas.com/2018/10/la-otra-orilla-julio-cortazar.html">La otra orilla</a>, <a href="http://www.javierpenas.com/2018/09/alguien-que-anda-por-ahi-julio-cortazar.html">Alguien que anda por ahí</a>, <a href="http://www.javierpenas.com/2020/10/queremos-tanto-glenda-julio-cortazar.html">Queremos tanto a Glenda</a>, <a href="http://www.javierpenas.com/2019/03/final-del-juego-julio-cortazar.html">Final del juego</a> y <a href="http://www.javierpenas.com/2020/04/octaedro-julio-cortazar.html">Octaedro</a></i>. Aunque sin comentarios en el blog, también leí <i>Bestiario</i> y <i>Las armas secretas</i>. Incluso me atreví con <i>Rayuela</i>, su novela más celebrada.<span><a name='more'></a></span>No recomendaría todos los relatos, pero una gran mayoría conseguía deslumbrarme tanto como para convencerme de que no perdiera el tiempo escribiendo. Con las novelas no tengo la misma opinión. Me costó terminar <i>Rayuela</i> y, <i>Libro de Manuel</i>, motivo de este artículo, he tenido que abandonarlo. Todo me confirma en mi idea de que Julio Cortázar fue uno de los escritores de cuentos más geniales de todos los tiempos... pero no de novelas, al menos para mí. A las novelas parece que les falta intriga, una motivación que haga que un lector quiera continuar leyendo más allá de doscientas páginas. Confieso que en <i>Libro de Manuel</i> en algunos momentos he llegado a pensar que el autor, conscientemente, ponía a prueba la paciencia del lector al narrar de una forma que, en mi opinión, rozaba lo absurdo. Cuando me sucedía algo así me decía que no continuara, ya que debería ser intención de Cortázar el crear una confusión así. Sin embargo, pasadas unas cien páginas en las que no veía el sentido ni el argumento de la historia, por mucho que sabía que se trataba de un ejercicio de literatura experimental, por mucho que algunas frases rezumaban la maestría de Julio Cortázar, por respeto a mí mismo, por respeto a mi tiempo, por mucho que me pese, he decidido abandonar la lectura de este libro.</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><br />Dejo un fragmento que, curiosamente, ahonda en la idea de confusión que he mencionado antes:</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-size: large;">«Polaquita, la confusión es un término relativo —le hice notar—, entenderemos o no entenderemos, pero lo que vos llamas confusión no es responsable de ninguna de las dos cosas. Sólo de nosotros, me parece, depende entender, y para eso no basta medir la realidad en términos de confusión o de orden. Hacen falta otras potencias, otras opciones como dicen ahora, otras mediaciones como archidicen ahora. Cuando se habla de confusión, lo que casi siempre hay es confusos; a veces basta un amor, una decisión, una hora fuera del reloj para que de golpe el azar y la voluntad fijen los cristales del calidoscopio.»</span></div><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-35145875847649210372022-06-10T13:45:00.005+02:002022-06-10T13:45:00.153+02:00De nuevo Gabriel García Márquez, esta vez con «El amor en los tiempos del cólera»<p><span style="font-size: x-large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJc6IfZj2o-XSlr_lOHtcE535lTnXrAKPWcFtOlAPrS41KRxH0NtqhbM0AjFDEh3eo0EkfFQxZwEvVt8g8odCf2VJuzUvvB9FdVN86lC6fcyWE0yILyeNn5zLbsEvWoBsKbie6eWsRbZTk-N6-_crL7UX8PyxSP3Ksl4OlDz6PzkIUrmcG3dHlJGcu/s2091/211-El-amor-en-los-tiempos-del-colera-gabriel-garcia-marquez.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2091" data-original-width="1679" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjJc6IfZj2o-XSlr_lOHtcE535lTnXrAKPWcFtOlAPrS41KRxH0NtqhbM0AjFDEh3eo0EkfFQxZwEvVt8g8odCf2VJuzUvvB9FdVN86lC6fcyWE0yILyeNn5zLbsEvWoBsKbie6eWsRbZTk-N6-_crL7UX8PyxSP3Ksl4OlDz6PzkIUrmcG3dHlJGcu/w514-h640/211-El-amor-en-los-tiempos-del-colera-gabriel-garcia-marquez.jpg" width="514" /></a></span></div><span style="font-size: x-large;"><br />Cada vez que termino una novela me pregunto si el autor siguió un esquema previo o se dejó llevar. En esta ocasión, y sin tener ningún fundamento objetivo, me he convencido de que García Márquez fue arrastrado por su imaginación para llevarle a uno de los finales posibles sin que él lo tuviera decidido al comenzar a escribir. Me atrevo a hacer esta suposición porque los protagonistas, o aparentes protagonistas, de la primera parte de la novela no son los auténticos protagonistas del resto del relato. Puedo estar equivocado, nunca llegaré a saberlo, lo sé, pero ¿esta convicción resta valor a la obra? Sí y no. Sí lo hace si se entiende esta novela como una narración improvisada en lugar de algo meditado y con una intención previa; no lo hace si vemos la novela como un producto gozoso del placer escritor de una imaginación tan exuberante como la del autor.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Otra muestra más de la forma de narrar «sin mapa» es lo que yo llamo escritura arbórea: a partir de un personaje cuenta la historia de sus padres, después la historia de estos y así sucesivamente, dedicando un gran número de páginas a minirelatos que embellecen la escritura, pero que no aportan nada sustancial a la trama y, más bien, nos apartan de ella, dejando claro que, para el autor, importa más el camino que el destino (perdón por la reiterada aliteración, creo que se me ha pegado algo del estilo de García Márquez).</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Como en el resto de obras que he leído de este autor, en esta hace gala de un sutil y constante sentido del humor, como en la graciosísima descripción del pene en el primer encuentro sexual de Fermina Daza con su marido, el doctor Juvenal Urbino, gracias a los comentarios de ella y al esfuerzo pedagógico de él. No falta, tampoco la utilización constante del olor (almendras amargas, pestilencia del barrio de los esclavos, ciénagas, letrinas desbordadas, pescado frito, tierna vaharada de mierda, cuervos perfumados, el olor a viejo...); ni, como ya anticipé, una continua, buscada y acertada utilización fonética como en «las casas escasas estaban escondidas» o en «primero pelado como un melón y luego más peludo que un león».</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Termino por mencionar los dos aspectos que menos me han gustado:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: x-large;">La utilización de un narrador en primera persona del plural hace creer al lector que aquel participará de alguna manera en la trama, situación que no se produce o yo no la he encontrado.</span></li><li><span style="font-size: x-large;">Una cierta complacencia con el machismo imperante en la época de la narración, como en la burda alabanza de una violación cuando se le hace decir a una mujer que está buscando a su violador porque lo ama.</span></li></ul><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Sin duda, como el resto de la obra de Gabriel García Márquez, esta es una novela para disfrutar de la belleza de cada una de sus frases, por su deslumbrante visualidad, más que por el interés de la historia contada, cuyo final se presume muy pronto.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Por fin, algunos de los muchos fragmentos que he anotado:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;">Estaba desnudo por completo, tieso y torcido, con los ojos abiertos y el cuerpo azul, y como cincuenta años más viejo que la noche anterior.</span></li><li><span style="font-size: large;">A pesar de sus años, que no eran menos de cuarenta, seguía siendo una mulata altiva, con los ojos dorados y crueles, y el cabello ajustado a la forma del cráneo como un casco de algodón de hierro.</span></li><li><span style="font-size: large;">En verano, un polvo invisible, áspero como de tiza al rojo vivo, se metía hasta por los resquicios más protegidos de la imaginación, alborotado por unos vientos locos que desentechaban casas y se llevaban a los niños por los aires.</span></li><li><span style="font-size: large;">Por eso no lo trataba como a un anciano difícil sino como a un niño senil, y aquel engaño fue providencial para ambos porque los puso a salvo de la compasión.</span></li><li><span style="font-size: large;">Otra cosa bien distinta habría sido la vida para ambos, de haber sabido a tiempo que era más fácil sortear las grandes catástrofes matrimoniales que las miserias minúsculas de cada día. Pero si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.</span></li><li><span style="font-size: large;">Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir.</span></li><li><span style="font-size: large;">Le parecía tan bella, tan seductora, tan distinta de la gente común, que no entendía por qué nadie se trastornaba como él con las castañuelas de sus tacones en los adoquines de la calle, ni se le desordenaba el corazón con el aire de los suspiros de sus volantes, ni se volvía loco de amor todo el mundo con los vientos de su trenza, el vuelo de sus manos, el oro de su risa.</span></li><li><span style="font-size: large;">Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.</span></li><li><span style="font-size: large;">Ambos miraron entonces a Fermina, y vieron su magnífico perfil de oropéndola más afilado que nunca contra el incendio del atardecer.</span></li><li><span style="font-size: large;">Él la soltó de pronto y dio el salto en el vacío: se humedeció en la lengua la yema del cordial y le tocó apenas el pezón desprevenido y ella sintió una descarga de muerte, como si le hubiera tocado un nervio vivo.</span></li><li><span style="font-size: large;">Nadie sabía nada, en una ciudad donde todo se sabía, y donde muchas cosas se sabían inclusive antes de que ocurrieran.</span></li><li><span style="font-size: large;">Parecía de un sexo más definido que el del resto de los humanos.</span></li><li><span style="font-size: large;">Sentía la forma del hígado con tal nitidez, que podía decir su tamaño sin tocárselo. Sentía el gruñido de gato dormido de sus riñones, sentía el brillo tornasolado de su vesícula, sentía el zumbido de la sangre en sus arterias.</span></li><li><span style="font-size: large;">Sin darse cuenta, empezaba a diferir sus problemas con la esperanza de que los resolviera la muerte.</span></li><li><span style="font-size: large;">Entonces él extendió los dedos helados en la oscuridad, buscó a tientas la otra mano en la oscuridad, y la encontró esperándolo. Ambos fueron bastante lúcidos para darse cuenta, en un mismo instante fugaz, de que ninguna de las dos era la mano que habían imaginado antes de tocarse, sino dos manos de huesos viejos. Pero en el instante siguiente ya lo eran.</span></li><li><span style="font-size: large;">Cuando terminó de desahogarse, alguien había apagado la luna.</span></li><li><span style="font-size: large;">Era evidente que todo era de primer uso y acabado de comprar a propósito para el viaje, salvo el cinturón de cuero marrón, muy usado, que Fermina Daza notó al primer golpe de vista como una mosca en la sopa.</span></li><li><span style="font-size: large;">Pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.</span></li></ul>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-73246165163574272142022-05-27T09:45:00.010+02:002022-05-27T13:32:13.702+02:00Inmerso en las «Meditaciones» de Marco Aurelio<p><span style="font-size: x-large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-SevKommLBTacLz6H6wfM0pzid46TBMTYPZru8J1GHdq6JtFHSQ16y4jYgsjje5BIVo1NckO29JpfS7_JJ7rCrl1Ud6kNCFqNPKG0rcopRDD1NU-Gk6I6E6fX8N0jAgMEkLc0_59oaOFGumuS3_2JBuN3xx66ovkmPehT2_o0shMWrDw00AhKS5gN/s1423/210-Meditaciones-Marco-Aurelio.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1423" data-original-width="1000" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh-SevKommLBTacLz6H6wfM0pzid46TBMTYPZru8J1GHdq6JtFHSQ16y4jYgsjje5BIVo1NckO29JpfS7_JJ7rCrl1Ud6kNCFqNPKG0rcopRDD1NU-Gk6I6E6fX8N0jAgMEkLc0_59oaOFGumuS3_2JBuN3xx66ovkmPehT2_o0shMWrDw00AhKS5gN/w450-h640/210-Meditaciones-Marco-Aurelio.jpg" width="450" /></a></span></div><span style="font-size: x-large;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div>Me maravilla cómo, dos mil años después de que fueran escritas, pueda yo estar leyendo estas meditaciones o reflexiones o consejos de un emperador romano que, además de ser un gran aficionado a la lectura y de tener que gobernar el mayor imperio de la época, no dejó nunca de guerrear contra los bárbaros que no dejaban de poner a prueba las fronteras; una dicotomía pensador/guerrero que cuesta desprenderse de ella mientras se lee este libro.<span><a name='more'></a></span></div><div><br /></div><div>Marco Aurelio (121-180 d. C.) es considerado el último de los grandes estoicos, tras Séneca y Epícteto. En la actualidad, este movimiento filosófico ha resurgido con fuerza como contrapunto a la sociedad actual basada en el consumo, la productividad y la competencia. Situación que ha propiciado mi reciente interés por el estoicismo, pero aún más, por los estoicos hasta el punto de que este sea el segundo artículo que publico sobre esta materia: <a href="http://www.javierpenas.com/2020/05/como-ser-un-estoico-massimo-pigliucci.html">Massimo Pigliucci nos enseña en su libro «Cómo ser un estoico»</a>.</div><div><br /></div><div>Un pequeño preámbulo: la filosofía estoica estructura su edificio conceptual en torno a tres cuerpos:</div><div><ul style="text-align: left;"><li>La Lógica, que es el ámbito de la Retórica y de la Dialéctica</li><li>La Física, que se constituye en torno a dos principios: uno paciente o pasivo, sería la materia inanimada; y otro activo o agente representado en su escalón más alto por Dios, generador a su vez de los elementos animados y de la materia inanimada.</li><li>La Ética, que es la parte más práctica y la que más me interesa: comienza donde acaba la Física. Ser y formar parte de la razón universal implica un actuar de acuerdo con ella; para conseguirlo está la virtud, que consiste en actuar en armonía con la Naturaleza y con la causa última, Dios.</li></ul></div><div>A su vez, cada persona queda estructurada en otras tres partes (¿preferencia por lo tripartito?): la inteligencia, el cuerpo y el alma, siendo esta última sobre la que la voluntad tiene influencia.</div><div><br /></div><div>Sobre estos andamiajes teóricos, Marco Aurelio hilvana una larga lista de pensamientos a medio camino entre recomendaciones para el lector y reflexiones para él mismo. En el fondo, la idea que subyace es la siguiente: dado que todos nos vamos a morir, no tiene sentido que nos angustiemos por el presente. Para qué afanarnos en conseguir tal puesto o tal conocimiento o tal riqueza: al final, lo que deba ser será. Hagamos lo que nos corresponda según nuestra responsabilidad social, pero comprendiendo, casi compadeciendo, a aquellos que se empeñan e ir contra su situación, es decir contra la naturaleza. En el fondo, en mi opinión, es una filosofía profundamente conservadora, ya que pretende que todos y cada uno aceptemos nuestra situación para evitar angustiarnos, en especial cuando se aproxima la muerte. De hecho, si tuviera que resumir este libro en una sola frase, sería esta: Un manual de autoayuda para el buen morir.</div><div><br /></div><div>Me parece extremadamente difícil cambiar la forma de ser de uno mismo o aún de comportarse gracias a la lectura de obras, por muy sabias y hasta convincentes que puedan parecernos. Sí es posible que limen aspectos mediante el procedimiento de dejar posos que, al cabo de días, reflotan y completan alguna visión o sensación que nos acontezca. Y eso es lo que me ha pasado con estas meditaciones de Marco Aurelio.</div><div><br /></div><div>Termino con unos cuantos fragmentos que he anotado y que, no dudo, se añadirán a mi propia filosofía vital:</div></span><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;">El hombre que se desvive por la gloria póstuma no se imagina que cada uno de los que se han acordado de él morirá también muy pronto; luego, a su vez, morirá el que le ha sucedido, hasta extinguirse todo su recuerdo en un avance progresivo a través de objetos que se encienden y se apagan. Mas suponte que son incluso inmortales los que de ti se acordarán, e inmortal también tu recuerdo. ¿En qué te afecta esto? Y no quiero decir que nada en absoluto le afecta al muerto, sino que al vivo, ¿qué le importa el elogio?</span></li><li><span style="font-size: large;">Una sola cosa merece aquí la pena: pasar la vida en compañía de la verdad y de la justicia, benévolo con los mentirosos y con los injustos.</span></li><li><span style="font-size: large;">Acostúmbrate a no estar distraído a lo que dice otro, e incluso, en la medida de tus posibilidades, adéntrate en el alma del que habla.</span></li><li><span style="font-size: large;">La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías.</span></li><li><span style="font-size: large;">Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y, en cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.</span></li><li><span style="font-size: large;">A ningún hombre puede acontecer algo que no sea accidente humano, ni a un buey algo que no sea propio del buey, ni a una viña algo que no sea propio de la viña, ni a una piedra lo que no sea propio de la piedra. Luego si a cada uno le acontece lo que es habitual y natural, ¿por qué vas a molestarte? Porque nada insoportable te aportó la naturaleza común.</span></li><li><span style="font-size: large;">Si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna, sino el juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio, de ti depende.</span></li><li><span style="font-size: large;">Amargo es el pepino. Tíralo. Hay zarzas en el camino. Desvíate. ¿Basta eso? No añadas: «¿Por qué sucede eso en el mundo?». Porque serás ridiculizado por el hombre que estudia la naturaleza, como también lo serías por el carpintero y el zapatero si les condenaras por el hecho de que en sus talleres ves virutas y recortes de los materiales que trabajan.</span></li><li><span style="font-size: large;">Pues la destrucción de la inteligencia es una peste mucho mayor que una infección y alteración semejante de este aire que está esparcido en torno nuestro.</span></li><li><span style="font-size: large;">Todo es lo mismo; habitual por la experiencia, efímero por el tiempo y ruin por su materia. Todo ahora acontece como en tiempo de aquellos a quienes ya sepultamos.</span></li><li><span style="font-size: large;">Éste les pide: «¿Cómo conseguiré acostarme con aquélla?» Tú: «¿Cómo dejar de desear acostarme con aquélla?» Otro: «¿Cómo me puedo librar de ese individuo?» Tú: «¿Cómo no desear librarme de él?» Otro: «¿Cómo no perder mi hijito?» Tú: «¿Cómo no sentir miedo de perderlo?» En suma, cambia tus súplicas en este sentido y observa los resultados.</span></li><li><span style="font-size: large;">¡Cuán grosero y falso es el que dice: «He preferido comportarme honradamente contigo»! ¿Qué haces, hombre? No debe decirse de antemano eso.</span></li><li><span style="font-size: large;">El que no admite que el malvado cometa faltas, se asemeja al que no acepta que la higuera lleve leche en los higos, que los recién nacidos lloren, que el caballo relinche y cuantas otras cosas son inevitables.</span></li><li><span style="font-size: large;">Que dentro de no mucho tiempo nadie serás en ninguna parte, ni tampoco verás ninguna de esas cosas que ahora estás viendo, ni ninguna de esas personas que en la actualidad viven. Porque todas las cosas han nacido para transformarse, alterarse y destruirse, a fin de que nazcan otras a continuación.</span></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-8890726936059369932022-03-23T19:45:00.001+01:002022-04-18T21:34:30.307+02:00«El corazón helado», la larga y, aún así, excelente novela de Almudena Grandes<div data-en-clipboard="true" data-pm-slice="1 1 []"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEjnS6f_ZsjALz_k3SVE3qYT7jNv67TZdVVaRhYX4DOWh_9ghZC8KlnZVZPzby4EewZtus8ZATAhTruKf4O8VoNwIR8TU1npbAy4YUNcRzeJ3LWUo0L7452R077PMU88EDJibyE2uybJRsPcEmmx6UAzurvE1eAavG1NGxXxvqfykpV5pRnvW3SuMcLY=s828" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="font-size: large;"><img border="0" data-original-height="828" data-original-width="552" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEjnS6f_ZsjALz_k3SVE3qYT7jNv67TZdVVaRhYX4DOWh_9ghZC8KlnZVZPzby4EewZtus8ZATAhTruKf4O8VoNwIR8TU1npbAy4YUNcRzeJ3LWUo0L7452R077PMU88EDJibyE2uybJRsPcEmmx6UAzurvE1eAavG1NGxXxvqfykpV5pRnvW3SuMcLY=s16000" /></span></a></div><span style="font-size: large;"><br />Y lo acabé. Son casi mil páginas; mil páginas llenas de buena literatura, pero son muchas páginas para un solo libro. ¿Un solo libro? Puede ser, pero con varias historias, algunas tan desarrolladas que por sí mismas merecerían un volumen para cada una. Esa variedad y profundidad obliga a una miríada de personajes y de tiempos narrativos que, en mi opinión, debilitan el interés del lector, pero no llegan a anularlo gracias a la minuciosa y visual prosa de Almudena Grandes. De hecho, estoy seguro de que de en ningún otro libro he anotado tantos fragmentos como en este; en muchos de esos retazos es apabullante la belleza y maestría de su factura.</span></div><div><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: large;">El estilo de la autora demuestra un control absoluto de la técnica narrativa:</span></div><ul><li><span style="font-size: large;">en las repeticiones, por ejemplo. Recurre a ellas con frecuencia y se preocupa de hacérselas evidentes al lector, que las recibe, no como torpezas sino como muestras de un estilo preocupado por el ritmo. Un ejemplo: he llegado a contar las treinta y tres veces que se repiten «las caderas de la protagonista» como «eje sobre el que gira el mundo» . Así mismo, son recurrentes las enumeraciones que se repiten, tal cual, unos cuantos párrafos más adelante.</span></li><li><span style="font-size: large;">en la narración en primera persona para uno de los dos protagonistas y en tercera persona para el otro, de forma que se van alternando. Gracias a ello, el lector no se pierde en ningún momento. Cada uno de los protagonistas, aunque se relacionan entre sí casi desde el comienzo, sirven como referente de sus respetivas familias.</span></li><li><span style="font-size: large;">en las continuas antítesis para reflejar sentimientos o emociones, como cuando dice que «el verbo creer es el más ancho, el más estrecho de todos los verbos.»</span></li><li><span style="font-size: large;">en la necesidad de explicar lo que sucede en más de una y dos formas diferentes, como si quisiera asegurarse de que el lector entiende bien lo que quiere decir. Para ello recurre con frecuencia a comparaciones y metáforas que confirman la portentosa imaginación de la autora.</span></li><li><span style="font-size: large;">en la utilización de diversas formas narrativas, como en los párrafos exentos de signos de puntuación a lo largo de varias páginas, o en la lectura de una carta intercalada con pensamientos, lectura que repite en tres ocasiones, añadiendo pequeños matices cada vez.</span></li><li><span style="font-size: large;">en la facilidad para mezclar los versos de un poeta con el propio discurrir de la trama; como en los de Miguel Hernández engarzados con los pensamientos del protagonista: «Hablé y hablé durante mucho tiempo, todo el que hizo falta para escarbar la tierra con los dientes, para apartar la tierra parte a parte, para minar la tierra hasta encontrar a Teresa González Puerto, y besarla en su noble calavera, y desamordazarla, y regresarla desde el fondo del hoyo en el que su hijo la había enterrado.»</span></li></ul><div><span style="font-size: large;">Y sin embargo, este estilo puede ser su mayor debilidad ya que necesariamente deriva en una ralentización de la historia y en aumento de la extensión de la obra que, según qué lectores, puede que no sea de su agrado. De alguna forma, me recuerda a <i>En busca del tiempo perdido</i>, de Marcel Proust, una novela que se suele amar o detestar.</span></div><div><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: large;">Mencionaré también que novelas como esta, que parten de la Guerra Civil Española o de su posguerra, me suelen provocar rabia e impotencia; rabia contra aquellos desalmados que destrozaron el proyecto de una España moderna, culta y a la vanguardia europea de libertades y derechos; e impotencia porque ya no se pueda hacer nada por remediar las consecuencias de aquello, agrandadas por la desmemoria de muchos, aun hoy, que consigue ocultar todo el terror y sufrimiento que provocó la dictadura franquista.</span></div><div><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div><span style="font-size: large;">Termino con una pequeñísima muestra de fragmentos que he anotado y que por sí mismos ameritan la lectura de esta grandiosa, en más de un sentido, novela de Almudena Grandes:</span></div><ul><li><span style="font-size: large;"><i>A principios de marzo el sol sabe engañar, fingirse más maduro, más caliente en las últimas mañanas del invierno, cuando el cielo parece una fotografía de sí mismo, un azul tan intenso como si un niño pequeño lo hubiera retocado con un lápiz de cera, el cielo ideal, limpio, profundo, transparente, las montañas al fondo, los picos aún enjoyados de nieve y algunas nubes pálidas deshilachándose muy despacio, para afirmar con su indolencia la perfección de un espejismo de la primavera.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Lisette era pequeña y concentrada, azucarada y brillante, densa y los ojos rasgados, maquillados con sabiduría, los labios gruesos, rojizos, un cuerpo compacto, menudo y esbelto, con las curvas justas, muy acentuadas, y la piel lujosa, mullida, del color que tienen los caramelos de café con leche.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Mi interés, casi mi obsesión, por recordar datos sueltos, imágenes, palabras, acordes discordantes en la melodiosa figura del hombre que yo había conocido, sometía mi memoria a una tensión extrema de resultados engañosos, desleales con la realidad, a base de forzar interpretaciones complejas de los hechos más simples.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Raquel no entendió el sentido de esas palabras, pero adivinó que el repentino interés de su abuela por arrastrarles a la terraza más cercana no pretendía otra cosa que reemplazar aquellos puntos suspensivos con un punto y final.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Su abuelo sonreía como un niño pequeño, como un adolescente feliz, como un estudiante fervoroso, un soldado valiente, un fugitivo con suerte, un abogado tranquilo, un luchador resignado y un madrileño lejos de Madrid, como todos los hombres que había sido, como todos los que volvió a ser en ese instante, apenas un segundo, el tiempo suficiente para pensar que tal vez hubiera llegado el momento de firmar la paz consigo mismo.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Mi corazón volvió a desbocarse cuando entré en un gran recibidor cuadrado y vi, al fondo, un salón descomunal, y mucho más lejos aún, una terraza que parecía precipitarse en el aire, como si estuviera a punto de echarse a volar sobre el cielo de la ciudad.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Cuando sonreía, tu padre parecía un sol de esos que pintan los niños pequeños, un globo amarillo, coloreado hasta romper el papel y lleno de rayos.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Fernando no sabía estarse quieto, no había querido, no había podido aprender a dejar pasar las horas, los días, las semanas, en los niveles de actividad sostenida, rutinaria, que para los demás definían la madurez y para él no eran más que otro nombre de la inactividad.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Había paciencia en la mirada de su prima, paciencia y no resignación, paciencia y no humillación, paciencia y una serenidad fácil, cómoda, casi ecuánime, hasta insensible y por eso despiadada.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Preferían morir a vivir en España, ellos, que eran España.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[…] en ese instante, María Muñoz descubrió que la indignación era anaranjada, fría y caliente a la vez, dulce mientras trepaba por la garganta, seca al estallar contra el paladar […]</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[…] caía una nieve tan espesa que se podían contar los copos.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[…] ella me respondió con una mirada casi asustada, capaz de abarcar de un golpe su asombro y mi desamparo.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Mi corazón trepó hasta mi boca con la pericia de una mascota bien entrenada y el impacto fue tan violento que ni siquiera me fijé en que no estaba sola.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Mi padre era atractivo, rico, poderoso e inculto, como suelen ser incultos los hombres ricos y poderosos, no porque no sepan muchas cosas, que él sí las sabía, sino porque se comportan como si todo lo que ignoran no existiera, como si no sirviera para nada, como si careciera completamente de importancia.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[…] abrió los ojos, que relucían como dos espejos de agua en el incendio arrebatado y adorable de su cara […]</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[…] se parecían tanto como dos barras de pan cocidas en el mismo horno, una con mucha levadura, la otra sin ella.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[…] la guerra le había despojado con sus dedos sencillos, despiadados, de su cómodo abrigo de cinismo.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>[…] —preguntó Ignacio a su vez, mientras sus venas se llenaban de escarcha—.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Así pude distinguir con precisión el color del pánico, y medir en mi propio estómago el volumen de la cantidad de nada que cabe en el vacío.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>No podía reprocharle su crueldad sin humillarme, y por eso, y porque estaba probando el sabor de la cólera, dije lo que no debería haber dicho nunca, lo que nunca había querido pensar, lo que no me había atrevido a escuchar ni siquiera de mí mismo.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>España no era un país, sino […] un grano rebelde que, sin picar mucho, tampoco deja nunca de resultar molesto.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Desea el hombre una cosa, parece un mundo, luego que la consigue, tan sólo es humo, unos versos tan simples, tan complejos, tan elegantes, tan exactos, tan rotundos, tan pequeños y tan universales a la vez en aquella voz astillada, aguda y ronca, fina como el cristal, como una aguja gozosa, un arma transparente.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Entre quedarse con algo y quedarse sin nada, todo el mundo prefiere quedarse con algo. Eso no es elegir, es más bien no elegir, porque la nada no puede compararse excepto consigo misma.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>El sol caía sobre nosotros como si pretendiera aplastarnos contra las aceras […]</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Ahora ya lo sabía todo, a un lado y al otro de aquellos ojos que me quemaban, que me dolían, y que deberían ser capaces de curarme.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Una maleta cerrada puede llegar a ser un objeto tan triste como un sueño cumplido, desprovisto de las ilimitadas esperanzas que caben en ella cuando aún permanece abierta sobre una cama.</i></span></li><li><span style="font-size: large;"><i>Por un instante, creí que me daba miedo, luego pensé que me daba pena, y más tarde que lo mejor sería que me diera igual.</i></span></li></ul><div><span style="font-size: 16px;"><span data-markholder="true"></span></span></div>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-82918822897353502082021-12-03T16:45:00.022+01:002021-12-03T16:45:00.155+01:00Acompañemos a Jonathan Swift en «Los viajes de Gulliver»<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-SrsI49-oxSo/YaUsDlYTfuI/AAAAAAABQV4/ZRteKEedeUIQcqlY0NFtNSLV2zif79QhACLcBGAsYHQ/s2048/208-Los-viajes-de-Gulliver-Jonathan-Swift.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2048" data-original-width="1423" height="640" src="https://1.bp.blogspot.com/-SrsI49-oxSo/YaUsDlYTfuI/AAAAAAABQV4/ZRteKEedeUIQcqlY0NFtNSLV2zif79QhACLcBGAsYHQ/w444-h640/208-Los-viajes-de-Gulliver-Jonathan-Swift.jpg" width="444" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br />En pocos libros hasta ahora he sentido una necesidad tan imperiosa de escribir acerca de él. Es como si hubiera provocado un terremoto en mi cerebro y este necesitara explicarse para evitar males mayores.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: large;">En un primer momento, quizás sugestionado por los comentarios leídos en otras publicaciones, me dio la impresión de que un desesperado Swift arremete contra el género humano, en especial en su cuarto viaje. Pero esta visión simplista, poco a poco fue perdiendo terreno en favor de otra que, tal vez, nazca de mi propio deseo: Swift somete a un profundo autoanálisis al ser humano y a la civilización con el fin de ofrecer una cura de humildad y sentido común al género humano.</span></p><p><span style="font-size: large;">Efectivamente, esta última perspectiva la creí encontrar en los cuatro viajes fundamentales del libro:</span></p><p><span style="font-size: large;">1º. En el viaje a Lilliput, con sus exiguos habitantes, Swift nos fuerza a ver a los demás humanos como seres, en el fondo, insignificantes. Puede interpretarse como un procedimiento para que «los otros» no nos humillen, ya que, viendo a los demás a cierta distancia o, lo que es lo mismo, empequeñeciéndolos, seremos capaces de apreciar las cosas con relatividad, evitando la tentación de crear héroes o personajes que, de alguna manera, ejerzan algún tipo de dictadura moral o física sobre nosotros.</span></p><p><span style="font-size: large;">2º. En Brobdingnag es Gulliver es el que se convierte en insignificante. Es una especie de ducha fría después del anterior viaje. Efectivamente, uno puede haber sentido que los demás son poca cosa después del anterior viaje, pero en éste nos dice: «Cuidado, pero es que tú también eres poca cosa». Viene a ser una especie de terapia de humildad.</span></p><p><span style="font-size: large;">3º. Tras los dos viajes anteriores, en los que el yo y los demás han sufrido un fuerte varapalo, en Laputa le toca el turno a las estructuras sociales, en especial a los políticos. Podemos interpretar que la isla volante donde está la corte representa el alejamiento que la clase política tiene respecto de sus representados, ya que literalmente viene a decir que están en las nubes; situación que la equipara a la de filósofos y científicos. Es un procedimiento para que los de abajo o los de tierra firme reconozcan a quiénes tienen por gobernantes. Nuevamente «rebaja» los humos de la supuesta civilización humana.</span></p><p><span style="font-size: large;">4º. Este es el más desconcertante, para mí, de los cuatro viajes porque de él no es tan inmediata una lectura profunda. Plantea tan crudamente los caracteres humanos que parece imposible que pueda haber una segunda intención aparte de rebajar al mínimo la naturaleza humana y ensalzar la de los caballos. Es obsesiva su reiteración en la suciedad humana y en la limpieza de estos animales. No obstante, me parece entrever que detrás de esta primera impresión tan «clara» hay un mensaje más oculto: la limpieza y racionalidad de los caballos en el país de los houyhnhnms provoca una vida pacífica pero a cambio sin alicientes. Es casi como si dijera que la vida más tranquila es la de los muertos. En definitiva, este viaje final aparece como un desengaño para el lector respecto de las conclusiones sacadas de los anteriores viajes. Me explico. En los viajes anteriores, Swift nos «enseña» a vernos a nosotros mismos y a los demás desde una humildad que nos obligaría a actuar de forma amable y civilizada, precisamente como hacen los houyhnhnms (caballos), que nunca mienten, en contraposición a los yahoo (hombres) que son mentirosos, fanfarrones, etc. Pero si el género humano se comportara de esa forma, <i>in extremis</i>, no dejaría de ser una raza aburrida, en nada diferente a una muerte en vida. Parece decir que la vida nace de la suciedad y de la irracionalidad. Este pensamiento no me resulta muy extraño.</span></p><p><span style="font-size: large;">En definitiva, la obra me transmite un mensaje de escepticismo y resignación, pero a su vez de tolerancia hacia todo lo existente.</span></p><p><span style="font-size: large;">Por último, aun desconociendo la mayoría de las referencias cultas que Swift introduce en el texto, es posible descubrir un continuo y sorprendente sentido del humor, a medio camino del reírse de uno mismo y de la desesperanza por todo.</span></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-15183276661397357672021-10-29T18:45:00.018+02:002021-10-29T18:45:00.137+02:00Cortázar nunca defrauda, tampoco en «Deshoras»<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-ij0X5USqeZA/YXfgyp0CemI/AAAAAAABQUk/G8jfRMYtjHAZd-xQajPpS4DcbtLmyHgywCLcBGAsYHQ/s2048/207-Deshoras-Julio-Cortazar.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2048" data-original-width="1364" height="640" src="https://1.bp.blogspot.com/-ij0X5USqeZA/YXfgyp0CemI/AAAAAAABQUk/G8jfRMYtjHAZd-xQajPpS4DcbtLmyHgywCLcBGAsYHQ/w426-h640/207-Deshoras-Julio-Cortazar.jpg" width="426" /></a></span></div><span><br /><span style="font-size: x-large;">Puede que la trama de algún cuento no te guste o que no la entiendas, pero incluso en esos casos encontrarás frases que te asombran por la altura literaria a la que volaba Julio Cortázar.<span><a name='more'></a></span></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">«Deshoras», el último de los libros de relatos que publicó el autor allá por 1980, cuatro años antes de su muerte, incluye ocho cuentos en los que no encontrarás ningún tema o hilo conductor entre ellos. Pero no hace falta que los haya.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">En esta ocasión, comentaré solo los dos cuentos que más me han deslumbrado:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: x-large;">«Deshoras»: Demostración de la solvencia escritora de Cortázar al cambiar de tercera a primera persona en la misma frase sin que el lector se dé cuenta. En el relato, un escritor recuerda un amor ficcional de niño y así enfrentarse con un presente demasiado prosaico. Un cuento emocionante, tanto que no te extrañará que dé título al libro.</span></li><li><span style="font-size: x-large;">«Diario para un cuento»: Un ejemplo enorme del proceso para crear un cuento, entremezclando escenas del propio cuento con las reflexiones del autor. Te resultará incomprensible cómo Cortázar pudo armar este cuento con tan milimétrica perfección. Extraordionario.</span></li></ul><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Sin embargo, lo principal, al menos para mí, no son las historias en sí, sino los fragmentos en los que Cortázar, aun descontextualizados, exprime la capacidad de la lengua para plasmar visiones, ideas o emociones, como en los casos siguientes:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><i><span style="font-size: large;">[…] una de las gaviotas que pasan como latigazos de sombra frente a mi ventana […].</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Le hizo gracia descubrirse tan hipnotizable, sentir el placer un poco amodorrado de ceder a la imaginación […].</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Si algo había de extraño en ese momento era la falta de extrañeza en un reconocimiento que la llevaba a entrar sin vacilaciones en el jardín.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Pero también el color estaba lleno de silencio, los fondos profundamente negros, la brutalidad de los contrastes que daba a las sombras una calidad de paños fúnebres, de lentas colgaduras de catafalco.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">[…] nunca se le olvidaba que Mario le había conseguido la primera preliminar en el Luna Park en una época en que el ring estaba más lleno de candidatos que un ascensor de ministerio. Lo decía como tapando un agujero, sin convicción.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Nunca supe bien por qué, pero una y otra vez volvía a cosas que otros habían aprendido a olvidar para no arrastrarse en la vida con tanto tiempo sobre los hombros.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Antes de dormirse esa noche, Aníbal sintió que algo le subía a los ojos, que la almohada se le volvía Sara, una necesidad de apretarla en los brazos y llorar con la cara pegada a Sara, al pelo de Sara, queriendo que ella estuviera ahí y le trajera los remedios y mirara el termómetro sentada a los pies de la cama.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">[…] Aníbal aceptaba sin aceptar, algo que debía ser la vida aceptaba por él, un diploma, una hepatitis grave, un viaje al Brasil, un proyecto importante en un estudio con dos o tres socios.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Del anochecer a la noche cerrada, por caminos de palabras que iban y venían, de manos que se encontraban un instante sobre el mantel antes de una risa y otros cigarrillos, quedaría un viaje en taxi, algún lugar que ella o él conocían, una habitación, todo como fundido en una sola imagen instantánea resolviéndose en una blancura de sábanas y la casi inmediata, furiosa convulsión de los cuerpos en un interminable encuentro, en las pausas rotas y rehechas y violadas y cada vez menos creíbles, en cada nueva implosión que los segaba y los sumía y los quemaba hasta el sopor, hasta la última brasa de los cigarrillos del alba.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Desde luego en ninguna de las tres ocasiones hablamos de Anabel, pero no es por eso que ahora quisiera ser Bioy [Casares] sino porque me gustaría tanto poder escribir sobre Anabel como lo hubiera hecho él si la hubiera conocido y si hubiera escrito un cuento sobre ella.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">[…] me acuerdo por puro coágulo de sensaciones […].</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">¿Estoy escribiendo el cuento o siguen los aprontes para probablemente nada? Viejísima, nebulosa madeja con tantas puntas, puedo tirar de cualquiera sin saber lo que va a dar; la de esta mañana tenía un aire cronológico, la primera visita de Anabel. Seguir o no seguir esas hebras: me aburre lo consecutivo pero tampoco me gustan los flashbacks gratuitos que complican tanto cuento y tanta película. Si vienen por su cuenta, de acuerdo; al fin y al cabo quién sabe lo que es realmente el tiempo; pero nunca decidirlos como plan de trabajo.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Qué mal estoy explicando todo esto, también a mí me cansa escribir, echar palabras como perros buscando a Anabel, creyendo por momento que van a traérmela tal como era, tal como éramos many and many years ago.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Anabel fue como la entrada trastornante de una gata siamesa en una sala de computadoras […].</span></i></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-4450066217815894822021-09-17T14:45:00.001+02:002021-09-17T14:45:00.215+02:00Mi dificultad para leer bien «El rey Lear», la obra de teatro de William Shakespeare<p></p><div class="separator" style="clear: both; font-size: x-large; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-U4QBItKgfFE/YURSxJS6VOI/AAAAAAABQS8/GeG0J5-w7Vc6QCESwCYLRActniwblbblgCLcBGAsYHQ/s1429/206-El-rey-Lear-William-Shakespeare.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1429" data-original-width="999" height="640" src="https://1.bp.blogspot.com/-U4QBItKgfFE/YURSxJS6VOI/AAAAAAABQS8/GeG0J5-w7Vc6QCESwCYLRActniwblbblgCLcBGAsYHQ/w448-h640/206-El-rey-Lear-William-Shakespeare.jpg" width="448" /></a></div><br /><span style="font-size: x-large;">Empiezo por la conclusión: en el futuro evitaré leer obras de teatro traducidas al español y escritas originalmente en verso en inglés medieval, aunque su autor sea Shakespeare.</span><a name='more'></a><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Para empezar, en mi opinión, leer teatro y no verlo representado devalúa la fuerza expresiva que pretendía el autor ya que falta la gestualidad y la escenificación, que no pueden incluirse en la versión escrita, que no pasa de ser un seudoguión al que se le añaden unas pequeños incisos.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Que el relato esté versificado tampoco favorece la lectura ya que dificulta el seguimiento de la acción por el efecto literario de la musicalidad del poema. Por contra, si se consigue una versión prosificada se leerá mejor, pero se perderá el efecto expresivo de la rima.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Por último, si la obra está escrita en inglés medieval, aunque se tenga un cierto nivel de inglés actual, será necesario acudir a la lectura de las notas para entender mejor las palabras o expresiones, con la consiguiente interrupción de la suspensión de la incredulidad, necesaria para involucrarse en el relato. La alternativa es leerlo traducido en español moderno, en cuyo caso habrá que rezar para que la traducción sea a la vez fiel y comprensible.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">La versión que he leído está algo prosificada y traducida al español actual con lo que he conseguido seguir la trama, nada compleja, pero en el camino he perdido buena parte de la genialidad de las expresiones tan precisas y, a la vez, tan profundas de Shakespeare. Algo así como si mezcláramos con gaseosa un buen vino: puede que se nos resulte más agradable, pero perderemos todos los matices de aquel.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">Aun así, he extraído algunos fragmentos que, a pesar de la poda de endulzamiento a que se han sometido, consiguen reflejar la sabiduría del autor:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><i><span style="font-size: large;">Tan extraordinaria es la majadería del mundo que cuando caemos en desgracia, a menudo por excesos de comportamiento, echamos la culpa de nuestros desastres al sol, la luna y las estrellas, como si fuéramos villanos por fuerza, idiotas por compulsión celestial, borrachos, mentirosos y adúlteros por una inducida obediencia de influencia planetaria. Como si todo lo que tenemos de malvados, fuera por impulso divino. Admirable evasión del putero, que atribuye sus libidinosas tendencias a un lucero.</span></i></li><li><span style="font-size: large;">Discurso que da el bufón a Lear:</span></li></ul><i><span style="font-size: large;">Ten más de lo que aparentas,</span></i><p></p><p><i><span style="font-size: large;">di menos de lo que sepas, da menos de lo que debas,</span></i></p><p><i><span style="font-size: large;">cabalga siempre que puedas, aprende y no todo creas,</span></i></p><p><i><span style="font-size: large;">guarda más de lo que juegas, deja el frasco y la ramera,</span></i></p><p><i><span style="font-size: large;">echa el pestillo a la puerta y ganarás mucho más</span></i></p><p><i><span style="font-size: large;">que de un golpe de azar.</span></i></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><i><span style="font-size: large;">El gorrión tanto al cuco alimentó que al final la cabeza le arrancó.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Conozco a este tipo de granujas, cuya sinceridad alberga más artificio y más fines corruptos que veinte empalagosos criados extremando el rigor de sus deberes.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Hay en la necesidad un extraño arte que convierte en preciosas a las cosas viles.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">La plaga de este tiempo: locos guiando a ciegos.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Paciencia y pena competían por expresar mejor su gran belleza. </span></i><i><span style="font-size: large;">Como lluvia con sol, así eran sus sonrisas y lágrimas, aun más hermosas.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">En ropas rotas grandes vicios aparecen; en ropajes y túnicas de piel todo se esconde. Baña el pecado con una capa de oro y la lanza mortal de la justicia se quebrará sin ser notada.</span></i></li></ul><p></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-85906193463798764992021-09-01T13:45:00.007+02:002021-09-01T13:45:00.189+02:00Joseph Conrad siempre será uno de los nuestros gracias a su «Lord Jim»<p><span style="font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: large;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-6vjjXvaEqZU/YS9VJeEH30I/AAAAAAABQSc/j3WHknMS_xYLmpaiGHtITS7KJYnJPC1NgCLcBGAsYHQ/s702/205-Lord-Jim-Joseph-Conrad.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="702" data-original-width="552" height="640" src="https://1.bp.blogspot.com/-6vjjXvaEqZU/YS9VJeEH30I/AAAAAAABQSc/j3WHknMS_xYLmpaiGHtITS7KJYnJPC1NgCLcBGAsYHQ/w504-h640/205-Lord-Jim-Joseph-Conrad.jpg" width="504" /></a></span></div><span style="font-size: large;"><br />Comienzo por decir que, aunque he procurado no hacerlo, no me ha quedado más remedio que revelar algunos aspectos del argumento. Además, este artículo lo he redactado en tres momentos diferentes. Prometo que lo hecho así para conseguir que no solo no decaiga sino que se incremente el interés por la lectura de esta novela.<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: large;">Inicio este artículo once días después de iniciar por primera vez la lectura de esta obra —llevo cuatro reinicios—; al fin, cuando voy a comenzar el séptimo capítulo (página 75) he conseguido entender la secuencia narrativa seguida hasta ese momento y hasta quién es el narrador: el capitán Marlow. Sin embargo, durante los tres primeros capítulos, en ningún momento se identifica como tal, ya que narra en tercera persona. En ellos, se dedica a aproximarnos la figura de Jim y del suceso del navío llamado Patna. En el cuarto capítulo hay alguien que habla en primera persona y solo en el sexto se confirma que quien habla es el capitán Marlow.</span></p><p><span style="font-size: large;">Durante los capítulos cuarto a sexto, Marlow va tomando contacto, casi por curiosidad, con el suceso del Patna a través de la investigación que se lleva a cabo. Este acercamiento terminará por hacerle conocer a Jim al final del capítulo sexto. Durante dichos capítulos, además, se introduce a dos personajes esenciales: el señor Jones y el capitán Brierly, conocidos del capitán Marlow.</span></p><p><span style="font-size: large;">......</span></p><p><span style="font-size: large;">Varias horas después de escribir lo que antecede, he acabado de leer los capítulos séptimo y octavo. Y resulta que Marlow no estaba relatando al lector, sino que se encuentra con un grupo de personas a las que les está narrando su conocimiento y entrevista con Jim (página 90).</span></p><p><span style="font-size: large;">He querido hacer el comentario anterior porque he considerado un pequeño triunfo personal llegar a conocer el argumento narrativo, aunque me haya costado mucho tiempo. En el fondo, ese tiempo que le he dedicado no lo considero perdido, sino al revés: solo el conocer las sutilezas que el autor incorpora permite apreciar la auténtica profundidad de la novela (¿suena presuntuoso por mi parte si digo que quizás sea una señal de que cada vez aprecio más la calidad que la cantidad en la lectura, ya que va remitiendo el ansia por leer muchos libros para dejar paso a una lectura más intensa?)</span></p><p><span style="font-size: large;">......</span></p><p><span style="font-size: large;">Desde hace tiempo, no había tardado tanto en leer un libro como me ha pasado con este. Por varios motivos pero, especialmente, porque he preferido reiniciarle cuantas veces he necesitado hasta ver claro el procedimiento narrativo de Conrad; además, solo he retomado la lectura en los comienzos de capítulo, de modo que cuando dejaba un capítulo a medias lo volvía a reiniciar en la siguiente sentada.</span></p><p><span style="font-size: large;">A pesar de todo el tiempo que he necesitado (36 días), no tengo la sensación ni de estar cansado o aburrido de su lectura ni, mucho menos, de haber desaprovechado un tiempo en el que podría haber leído otros libros. Es más, dado el contenido de la novela creo más bien que el procedimiento que he seguido es el más apropiado: es necesario leer, releer, pensar y repensar lo leído para poder profundizar lo suficiente como para apreciar la naturaleza sutil, íntima y profundamente humana de la narración.</span></p><p><span style="font-size: large;">A estas alturas tengo que confesar que no he encontrado la moraleja del libro como no sea la de que nada vale el empeño de la humanidad contra los avatares del azar: no se puede avanzar al nadar si las olas nos empujan en sentido contrario.</span></p><p><span style="font-size: large;">Además de este aspecto, hay dos más que me interesa resaltar del libro: uno es la batalla mental que mantiene Jim por lo antagónico que es lo que él cree que es y lo que realmente es (ha vivido en la idea de que podía hacer grandes cosas, ser un héroe, pero cuando se presenta la ocasión para serlo la desaprovecha —el suceso del Patna—; sólo al final tiene la oportunidad de sentirse héroe, pero fue como consecuencia del azar y a costa de la muerte de otras personas); y otro es el interés del relator, el capitán Marlow, por Jim y, en especial, su encaprichamiento por él porque ve en él a «uno de los nuestros», puesto que Jim, por su forma de ser y de actuar representa el paradigma de una persona honesta y modélica en todos los sentidos. Se trata de un interés que, en algunos casos, raya en lo morboso por lo que insiste en conocer los efectos que todo el suceso del Patna está teniendo sobre Jim. Este interés continuará en conocimiento y terminará en cariño, tanto como que el capitán Marlow se sienta como el padre de Jim.</span></p><p><span style="font-size: large;">En cuanto al estilo, aunque comprendo que pueda resultar pesado a otras personas, para mí no lo ha sido: es perfecto. Es el único modo de conseguir que el lector pueda apreciar la riqueza de matices que cabe hasta en la situación más nimia.</span></p><p><span style="font-size: large;">Por último, un aspecto que me parece que subyace en el relato es el respeto por uno mismo. Jim, en efecto, se siente mal porque, tras ver cómo actuó en el suceso del Patna, ya no puede sentir aprecio por sí mismo. Ni siquiera cuando libera a los nativos vuelve a sentirlo: sabe que se lo tienen los demás, pero no a sí mismo.</span></p><p><span style="font-size: large;">Según he ido escribiendo lo anterior, el poso del libro me incitaba a hacer nuevas lecturas del mismo, a apreciar nuevos significados e intenciones en Conrad. Exactamente como pasa cuando se ha leído un buen libro como lo es este.</span></p><p><span style="font-size: large;">Termino transcribiendo unas líneas que aparecen al comienzo del capítulo trece, por lo visionarias que me resultan:</span></p><p><span style="font-size: large;"><i>«Parece mentira la frecuencia con que, en la vida diaria, vamos con los ojos medio cerrados, los oídos como tapiados y adormecido el pensamiento. Acaso es bien que así sea, y tal vez esa mismísima somnolencia o embotamiento es lo que hace que tan soportable y deseada resulte la existencia para una incalculable mayoría de personas. De todas suertes, bien pocos serán entre nosotros los que no hayan pasado nunca por uno de aquellos raros momentos en que despierta el espíritu para ver, oír y entender infinidad de cosas ..., mejor dicho, todas ellas ..., como iluminado por un relámpago ... antes de volver a caer en nuestra grata somnolencia.»</i></span></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-29014010641420370142021-08-06T17:45:00.001+02:002021-09-17T11:01:43.060+02:00De cómo me enamoré de Jorge Amado con «Gabriela, clavo y canela»<div data-mce-style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: medium; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="border: 0px; caret-color: rgb(0, 0, 0); font-family: Cambria, serif; line-height: 1.57143em; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 24px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-QdNkuqJ5tH4/YQ0f5Z49w2I/AAAAAAABQRc/jhR8kHEJFxk3oyNl798qGIrFQjLE8giJQCLcBGAsYHQ/s1642/204-Gabriela-clavo-y-canela-jorge-amado.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1642" data-original-width="1200" height="640" src="https://1.bp.blogspot.com/-QdNkuqJ5tH4/YQ0f5Z49w2I/AAAAAAABQRc/jhR8kHEJFxk3oyNl798qGIrFQjLE8giJQCLcBGAsYHQ/w468-h640/204-Gabriela-clavo-y-canela-jorge-amado.jpg" width="468" /></a></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div>Me siento obligado a avisar de que, en esta ocasión, para decir lo que quiero decir, desvelo algunos aspectos de la trama.<span><a name='more'></a></span></span></div><div data-mce-style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: medium; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="border: 0px; caret-color: rgb(0, 0, 0); font-family: Cambria, serif; line-height: 1.57143em; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 24px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;"><br /></span></div><div data-mce-style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: medium; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="border: 0px; caret-color: rgb(0, 0, 0); font-family: Cambria, serif; line-height: 1.57143em; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 24px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">Además, este comentario tiene dos partes, cada una escrita en dos momentos diferentes.</span></div><div data-mce-style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: medium; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="border: 0px; caret-color: rgb(0, 0, 0); font-family: Cambria, serif; line-height: 1.57143em; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 24px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;"><br clear="none" /></span></div><div data-mce-style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: medium; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="border: 0px; caret-color: rgb(0, 0, 0); font-family: Cambria, serif; line-height: 1.57143em; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 24px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">Y creo que no se me olvida mencionar ningún otro «descargo de responsabilidad».</span></div><div data-mce-style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: medium; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="border: 0px; caret-color: rgb(0, 0, 0); font-family: Cambria, serif; line-height: 1.57143em; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 24px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;"><br clear="none" />He acabado el primer capítulo (sólo tiene cuatro en 500 páginas). En esta ocasión he tenido necesidad de escribir lo que pienso antes de acabar el libro para evitar que se me olvidaran varias ideas que me han surgido mientras lo leía.<br clear="none" /><br clear="none" />La primera es la aparente facilidad de escritura de Amado y la, más fácil aún, lectura; facilidad que no merma, más bien al contrario, su calidad, que aparece en las descripciones de ambientes, de personajes y de la estructura de la novela.<br clear="none" /><br clear="none" />Hasta este momento y, mediante una tranquila y minuciosa presentación, Amado nos despliega lo que parece ser el contexto formal en el que se va a desarrollar el libro: el enfrentamiento entre el coronel Bastos, representante máximo de las fuerzas conservadoras, y Mundinho Falcão, futuro líder de los renovadores. Sin embargo, en la última parte del primer capítulo, el autor introduce a Gabriela, la mujer que da título al libro. Obviamente, supongo que Gabriela, aun no formando parte de la trama formal, dará sentido profundo y emotivo al libro. Pero lo que ahora tengo interés en mencionar es la forma de encadenar el texto para introducir a Gabriela: el árabe Nacib, desde cien páginas antes, está como loco buscando una cocinera para su bar en Ilhéus y justo en la última página del capítulo, en un contexto muy diferente, Gabriela dice que pretende ir a esa ciudad en busca de un trabajo de cocinera. Puede parecer una nimiedad, pero Amado va creando la necesidad a través del texto, algo angustioso, para al final dar una salida resplandeciente.<br clear="none" /><br clear="none" />Y una vez dicho esto, tengo, necesito volver resaltar la belleza del texto gracias a su fluidez, a pesar de que en las cien primeras páginas conoceremos a multitud de personajes cuyos nombres puede que aparezcan una sola vez; una lectura que rebosa vida en todos los personajes, hasta en los menos simpáticos.<br clear="none" /><br clear="none" />Admiración, y un poco de envidia, siento por este extraordinario escritor.</span></div><div data-mce-style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: medium; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="border: 0px; caret-color: rgb(0, 0, 0); font-family: Cambria, serif; line-height: 1.57143em; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 24px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;"><br clear="none" />*********************</span></div><div data-mce-style="margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: medium; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-align: start; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="border: 0px; caret-color: rgb(0, 0, 0); font-family: Cambria, serif; line-height: 1.57143em; margin: 0cm 0cm 0.0001pt; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 24px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;"><br clear="none" />He acabado. No me ha decepcionado Jorge Amado. Desde el título, en verso, ya se aprecia su calidad. Gabriela es una mujer con olor a clavo y color de piel canela. Prácticamente, lo que la define son esos aspectos. El resto de sus circunstancias son ella misma.<br clear="none" /><br clear="none" />Sin embargo, Gabriela no es el personaje principal. O al menos, el que tiene más enjundia. Digamos que ella no tiene conflictos, es como es. Para mí, el auténtico protagonista de la novela es el árabe Nacib, un pequeño empresario de Ilhéus que encuentra a Gabriela, la pierde y, por fin, la reencuentra.<br clear="none" /><br clear="none" />Como dije en la primera parte de este comentario, el libro está repleto de personajes. Algunos de ellos son claves en los momentos que aparecen, pero son secundarios respecto de los ya mencionados.</span></div><div style="border: 0px; color: #383838; font-family: -apple-system, BlinkMacSystemFont, "Segoe UI", Roboto, Oxygen, Ubuntu, Cantarell, "Fira Sans", "Droid Sans", "Helvetica Neue", sans-serif; font-size: 14px; line-height: 1.57143em; margin: 0px; padding: 0px;"><span data-mce-style="font-size: 18px; font-family: Cambria, serif; caret-color: #000000; color: #000000; font-variant-caps: normal; letter-spacing: normal; text-indent: 0px; text-transform: none; white-space: normal; word-spacing: 0px; -webkit-text-stroke-width: 0px;" style="caret-color: rgb(0, 0, 0); color: black; font-family: Cambria, serif; font-size: 18px; line-height: 1.57143em;"><br clear="none" /><span data-mce-style="font-size: 24px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">Para mí, el libro representa una alegoría de la fidelidad. No de la artificial que, aparentemente, se fuerza con papeles oficiales. Amado enfrenta en Nacib dos concepciones vitales: la de Gabriela, enamorada de él, pero libre, y la de lo convencional. El autor sitúa este choque en la época del nacimiento de la civilización en Brasil. Para ambientar la trama, Amado crea toda una ciudad y lo hace tan bien que el lector cree vivir en ella.</span><br clear="none" /><br clear="none" /><span data-mce-style="font-size: 24px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">En esta novela, el ambiente se deja en manos de la lucha por el poder entre los conservadores (Ramiro Bastos y sus coroneles) y los progresistas (Mundinho y sus secuaces). Este ambiente trasciende lo dicho y se presenta en las costumbres sociales: los hombres, especialmente los adinerados, mantienen una moral aceptada e intransigente: se «tiene» una mujer que ha de ser absolutamente fiel y si no lo es se la mata; a la vez, existe una querida a la que se le pone casa; y, por último, están las prostitutas, que son de todos. Y en este ambiente interactúa Nacib, que no es lo suficientemente rico como para tener querida, no está casado y suele alternar con prostitutas, pero un buen día entra en su vida Gabriela. A partir de ese momento, Nacib no deja de pensar en el modo de retenerla dado que cree que no podría vivir sin ella, tanto afectiva como mercantilmente —ella es la cocinera de su bar—. Teme que otro se la lleve porque Gabriela tenía algo especial: su clavo, su fogosidad en la cama.</span><br clear="none" /><br clear="none" /><span data-mce-style="font-size: 24px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">Y se casa con ella. A partir de ahí Gabriela empieza a marchitarse. No obstante, Gabriela ama a Nacib («es tan bueno») a pesar de que se acueste con Tonico; y lo hace por la misma razón que acaricia un gato o se duerme: porque le apetece. Para ella, apetecerle hacer el amor con un «mozo lindo» no impide seguir amando a Nacib. Ella le es fiel, porque quiere. Sin embargo, Nacib no la aprecia de esa forma y cuando se entera la abandona, aunque no la mata, como era costumbre en Ilhéus.</span><br clear="none" /><br clear="none" /><span data-mce-style="font-size: 24px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">No obstante, la trama vuelve a reunir a Gabriela con Nacib, no ya como mujer casada con él sino como empleada, lo que permite que ella siga «con sus chinelas y su rosa en la oreja», feliz de estar con Nacib y de que éste aprecie, al fin, la grandeza de Gabriela, su fidelidad a pesar de sus apetencias sexuales. Y, al final, Nacib es objeto de envidia por todos. Vive feliz, sin tener que estar preocupado por orgullos falsos.</span><br clear="none" /><br clear="none" /><span data-mce-style="font-size: 24px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">Este libro de Amado tiene la gracia genuina de quien cuenta algo disfrutando. El que lo lee recibe parte de ese disfrute. No sólo hay que transmitir algo, hay que hacer que la transmisión en sí sea placentera.</span><br clear="none" /><br clear="none" /><span data-mce-style="font-size: 24px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">Por último, en cuanto a la estructura del libro, me queda por decir que me parece genial la «copia» que hace del <em style="border: 0px; line-height: 1.57143em; margin: 0px; padding: 0px;">Quijote</em>: dos libros; cada uno se divide en dos grandes capítulos, los cuales se desglosan en subcapítulos, cuyos títulos se asemejan bastante a los de la obra cervantina.</span><br clear="none" /><br clear="none" /><span data-mce-style="font-size: 24px;" style="font-size: 24px; line-height: 1.57143em;">En fin, libros como éste no hacen más que profundizar en mi deseo de leer.</span></span></div>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-55814710221548307132021-07-15T15:45:00.017+02:002021-07-15T15:45:00.234+02:00Raquel Albizu deslumbra con los secretos en su novela «El bote de canicas»<p> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-sEShoIWqQ18/YO15EGBJG8I/AAAAAAABQPA/zzwG4pcGLogtte-sAayaVEqQgMRG2Ba4ACLcBGAsYHQ/s1563/203-El-bote-de-canicas-raquel-albizu.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1563" data-original-width="1056" height="640" src="https://1.bp.blogspot.com/-sEShoIWqQ18/YO15EGBJG8I/AAAAAAABQPA/zzwG4pcGLogtte-sAayaVEqQgMRG2Ba4ACLcBGAsYHQ/w432-h640/203-El-bote-de-canicas-raquel-albizu.jpg" width="432" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><p></p><div class="separator" style="clear: both;"><span style="font-size: x-large;">Redonda. Dícese de la obra que es «perfecta, completa y bien lograda». Esta definición que da el Diccionario de la lengua española para la palabra «redonda» es la que mejor se ajusta a esta novela, la primera de Raquel Albizu. Si no fuera así, cómo es posible que:</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: left;"><ul><li><span style="font-size: x-large;">desde el comienzo uno se intrigue por saber qué secretos esconden los protagonistas;</span></li><li><span style="font-size: x-large;">trate con inteligencia temas universales como la envidia, la vergüenza o la crueldad;</span></li><li><span style="font-size: x-large;">se entremezcle la narración del presente con lo sucedido en el pasado sin que el lector se dé cuenta;</span></li><li><span style="font-size: x-large;">se disfrute de una narración clara y eficaz, escasa de rebuscadas e innecesarias metáforas;</span></li><li><span style="font-size: x-large;">se desarrolle la historia en un contexto rico de detalles; y</span></li><li><span style="font-size: x-large;">se trame todo a través de una estructura ligada con el juego de canicas, que da título a la obra.</span></li></ul></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: left;"><span><a name='more'></a></span><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">Pero si la lista anterior no fuera suficiente para recomendar este libro, por considerar que son motivos demasiado «técnicos», quizás habría bastado decir que me ha emocionado, que es lo mejor que se puede decir de una obra; emoción envuelta de indignación en muchas ocasiones porque en la España franquista abundaban sucesos como los que se narran. Algo que esta novela puede ayudar a no olvidar... no vaya a ser que se vuelva a repetir.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: left;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: left;"><span style="font-size: x-large;">Termino con algunos fragmentos que he anotado mientras leía:</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: left;"><ul><li><span style="font-size: large;">Miguel recorría con la mirada los estantes, los repasaba desde abajo hasta arriba con un brillo en los ojos que no procedía de la iluminación de la sala.</span></li><li><span style="font-size: large;">La vio alejarse cabizbaja entre los frutales, como si en lugar de huevos llevara piedras en la cesta. Ni se le ocurrió replicar. Sería por el tono de advertencia, cortante como un filo. O por la arruga de dolor que había fruncido su frente como una herida recién abierta.</span></li><li><span style="font-size: large;">La vergüenza pegada a la piel de su cabeza, blanca como una canica de nata, fría como una bola de nieve.</span></li><li><span style="font-size: large;">El río no había dejado de correr unos metros más abajo, los pájaros no habían dejado de trinar, pero ellos continuaron ajenos a cualquier sonido, atronados sus oídos y sus mentes por la historia de la abuela, de la que ella nunca hablaba.</span></li><li><span style="font-size: large;">«Hay que saber irse», se dijo como con un pensamiento sólido que se personificara a su lado en la habitación.</span></li></ul></div></div><p><br /></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8945065099575709322.post-56631037223561368522021-06-18T14:45:00.088+02:002021-06-20T09:17:11.551+02:00«La ridícula idea de no volver a verte», un libro inclasificable de Rosa Montero<p><span style="font-size: x-large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-Ggrr0qSrwiI/YM7rY9ONO4I/AAAAAAABQMg/fKM0gF4wXyELY6jYkhirPWljWXln3nNQwCLcBGAsYHQ/s1418/202-La-ridicula-idea-de-no-volver-a-verte-Rosa-Montero.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1418" data-original-width="1162" height="640" src="https://1.bp.blogspot.com/-Ggrr0qSrwiI/YM7rY9ONO4I/AAAAAAABQMg/fKM0gF4wXyELY6jYkhirPWljWXln3nNQwCLcBGAsYHQ/w524-h640/202-La-ridicula-idea-de-no-volver-a-verte-Rosa-Montero.jpg" width="524" /></a></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><span style="font-size: x-large;"><br />No suelo atender las palabras dichas a modo de alabanza de alguien que acaba de fallecer ni, menos, las que se dirigen a un muerto, como ignorando que no las va a escuchar: resulta evidente que dichos discursos se dirigen en realidad a los oyentes vivos. Por eso me resultan, en buena medida, impostadas. Marie Curie, en el diario que escribió tras la muerte de su marido, Pierre Curie, y que se incluye al final de este libro, es cierto que parece hablar con su marido, pero, a diferencia de los falsos aduladores, ella lo hace sin la intención de hacer público su doliente monólogo. De alguna forma, me recordó el de Carmen, la protagonista de <i>Cinco horas con Mario</i>, la novela de Delibes, que ya comenté en este blog (<a href="https://www.javierpenas.com/2019/08/cinco-horas-con-mario-miguel-delbes.html">aquí</a>).<span><a name='more'></a></span></span><p></p><p><span style="font-size: x-large;">El paralelismo entre la pérdida de Pierre Curie para Marie Curie y la de Pablo Lizcano para Rosa Montero le sirvió a esta como punto de partida para escribir «La ridícula idea de no volver a verte». La autora no rehúye las similitudes entre los dos sucesos, pero no se explaya en ellas, más bien al contrario: recorre la biografía de Marie Curie desde su infancia hasta su muerte, desde luego, pero aprovecha para ahondar en los que para mí son los dos temas fundamentales de este libro. Por un lado, la muerte y la imposibilidad de llegar a comprenderla. Rosa Montero, en una acertada metáfora, compara la situación en la que estamos los humanos respecto de la tan temida parca con el «escondite inglés», un tradicional juego infantil en el que se ve al contrincante cada vez más cerca, pero no lo vemos moverse. Por el otro, la vindicación de la mujer y su importancia a lo largo de la historia, permanentemente menospreciadas por el hombre.</span></p><p><span style="font-size: x-large;">A lo largo de la obra se palpa tanto la sabiduría y la conciencia vital que posee la autora como su destreza para plasmarlas en un texto en el que el lector las intuye o supone que las irá intuyendo según avance su propia vida. Unas pequeñas muestras:</span></p><p></p><ul style="text-align: left;"><li><span style="font-size: large;"><i>Pero es lógico que nos resistamos al olvido porque ésa es la derrota final frente a nuestra gran enemiga, frente a esa asquerosa muerte que es la destructora de las dulzuras, la separadora de las multitudes, la aniquiladora de los palacios y la constructora de tumbas, como la denominan en Las mil y una noches, que es un libro que sabe mucho sobre el combate desigual de los humanos contra la Parca.</i></span></li><li><i><span style="font-size: large;">Cuando tu independencia te ha costado tantísimo como le costó a Marie, tiendes a convertirte en una gallina clueca que, sentada sobre el pequeño huevo de su libertad, arrea picotazos a cuantos se acercan.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">[...] con los años, tengo la creciente sensación de que hay una continuidad en la mente humana; de que, en efecto, existe un inconsciente colectivo que nos entreteje, como si fuéramos cardúmenes de apretados peces que danzan al unísono sin saberlo. Y las #Coincidencias forman parte de esa danza, de ese todo, de esa música, de esa canción común que no conseguimos terminar de escuchar porque el viento sólo nos trae notas aisladas. Ya sé que no hay rigor científico en lo que digo, pero es un pensamiento consolador, porque coloca la pequeña tragedia de tu vida individual en perspectiva.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Ahora, en cambio, aspiro simple y modestamente a la libertad; si consiguiera ser verdaderamente libre escribiendo, libre del yo consciente, de los mandatos heredados, de la supeditación a la mirada de los otros, de la propia #Ambición, del deseo de elevarme como un águila, de mis miedos y mis dudas y mis deudas y mis mezquindades, entonces lograría descender hasta el fondo de mi inconsciente y quizá pudiera escuchar por un instante la canción colectiva. Porque muy dentro de mí estamos todos. Sólo siendo absolutamente libre se puede bailar bien, se puede hacer bien el amor y se puede escribir bien.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">Por lo general, uno no sabe que es la última vez mientras lo hace. Es el tiempo el que se encarga de despedirnos retrospectivamente de nuestras posibilidades.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">La idea de que somos espíritus atrapados dentro de una envoltura carnal es tan poderosa, tan persuasiva, que tiendes a pensar así aunque no seas creyente.</span></i></li><li><i><span style="font-size: large;">[...] en este mundo complejo y contradictorio todos tenemos algunas muescas en la culata de la conciencia de las que sentirnos algo avergonzados.</span></i></li></ul><p></p><p><span style="font-size: x-large;">Los que menos me han gustado han sido los momentos en los que la autora se dirige a su pareja muerta, por los motivos que expliqué al comienzo. La mayor parte del libro está redactado en primera persona y se dirige a una segunda que parece ser el lector; pero en algunos momentos no es el lector el interpelado sino Pablo Lizcano, la pareja de Rosa Montero. Y lo siento, como dije al comienzo de este artículo, desconfío de las palabras que se dirigen a alguien que no puede escucharlas. ¿Una manía mía? Puede ser. Menos mal que</span><span style="font-size: x-large;"> estos casos son meras anécdotas en un libro que me ha emocionado con frecuencia, un claro indicador de que merece ser recomendado.</span></p>Javier Peñas Fernándezhttp://www.blogger.com/profile/05187073852186861537noreply@blogger.com0