Ando preguntando a mis conocidos de qué va «Pedro Páramo», la novela emblemática de Juan Rulfo. Más bien, cuál es el sentido, el mensaje, más allá de alabar su original estructura; más allá de considerarla obra maestra porque sea difícil de leer (ay del Ulises de Joyce, cuándo me atreveré).
Ya avisó el autor de que era necesaria más de una lectura para entender esta obra. Yo lo he hecho, la he leído tres veces seguidas, la última en orden cronológico, gracias a la secuencia que encontré aquí: https://clarturosoria.blogspot.com/2016/01/pedro-paramo.html.
Pues bien, a pesar de todas estas consultas y ayudas sigo sin encontrar el mensaje, lo que quería decir su autor. Es bien claro que es una novela en la que se mezcla el mundo real y el fantasmal y que está bien escrita, originalmente tramada y con recursos estilísticos magistralmente aplicados. Pero, ¿es suficiente con esto y debería olvidarme de buscar el dichoso sentido a todo lo que leo? Puede ser.
Dicho lo anterior, como es imposible calmar la mente, durante los días que han transcurrido desde que comencé a redactar este comentario hasta que estoy finalizándolo, ha querido colárseme una idea que, aunque no me convence del todo, la menciono aquí: la inutilidad y hasta la inconveniencia de las ilusiones, estas que hoy en día se nos dice que sin ellas la vida carece de sentido. Alguien desilusionado es alguien, digamos, muerto en vida. Pero, como ilusión es sinónimo de engaño, ¿debe entenderse que preferible vivir engañado?
No abundo más en cuestiones filosóficos que, lo reconozco, me superan, y termino transcribiendo aquí algunos fragmentos que he anotado. Después de releerlos para elegirlos, llego a la conclusión de que es un sinsentido buscar un sentido a esta obra ya que basta con leer algunas de estas metáforas y comparaciones para justificar la lectura de una novela como esta:
• Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos.
• Como que se van las voces. Como que se pierde su ruido. Como que se ahogan. Ya nadie dice nada. Es el sueño.
• No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera.
• El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso. Estuvo un rato allí desfigurada, sin dar ninguna luz, y después fue a esconderse detrás de los cerros.
• Nunca quiso revivir ese recuerdo porque le traía otros, como si rompiera un costal repleto y luego quisiera contener el grano.
• Había estrellas fugaces. Caían como si el cielo estuviera lloviznando lumbre.
• Llegó hasta el río y allí se entretuvo mirando en los remansos el reflejo de las estrellas que se estaban cayendo del cielo.
• En el comienzo del amanecer, el día va dándose vuelta, a pausas; casi se oyen los goznes de la tierra que giran enmohecidos; la vibración de esta tierra vieja que vuelca su oscuridad.
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