El romanticismo de «Las penas del joven Werther», la novela corta de Johann W. Goethe

Nombrar a Goethe es como nombrar a Cervantes o Shakespeare; alguien que roza la divinidad literaria (sección romántica, en este caso). 


Las penas del joven Werther es el ejemplo perfecto de historia en la que se conoce el final, pero en la que la fuerza de las escenas es tal que nos sentimos obligados a seguir leyendo. Y ello a pesar de ser conscientes de que dicha fuerza se sustenta en el desbordamiento de las emociones humanas, como es típico en una novela del Romanticismo. Una desmesura descriptiva que actualmente quedaría fuera de lo apetecido por la crítica culta, pero que quizás sí sería apreciado por un lector no muy sofisticado, lector que, nos guste o no, es mayoría.

He aquí una pequeña muestra:

  • ¡Tendrías que verla bailar! Pone en ello todo el corazón y toda el alma, todo su cuerpo es pura armonía, tan despreocupada, tan desenvuelta, como si en realidad eso lo fuera todo, como si no pensara en nada, como si no sintiera nada, y en ese momento seguro que todo desaparece para ella.
  • [...]  mi corazón lo mina la fuerza destructora que yace oculta en toda la naturaleza, que no ha creado nada que no aniquile a su vecino ni a sí mismo. ¡Y así ando, dando tumbos, lleno de congoja! El cielo y la tierra y todas las fuerzas en movimiento que me rodean: no veo más que un monstruo devorando eternamente, rumiando eternamente.
  • En ese momento entra la muy honorable señora de S. con su señor marido y la gansa de su hija, muy bien criadita en el nido, con el pecho como una tabla y un delicado corpiño; como de costumbre, nos enseñan al pasar sus aristocráticos ojos y los agujeros de sus narices y, como esta gentuza me repugna de corazón, a punto estaba de despedirme...
  • Lo que yo sé puede saberlo cualquiera: mi corazón sólo me pertenece a mí.
  • A menudo me entran ganas de desgarrarme el pecho, de abrirme el cráneo, al ver lo poco que podemos llegar a ser para los demás. Ay, el amor, la alegría, el calor y la dicha que yo no lleve conmigo, no me los dará el prójimo, y con todo un corazón lleno de felicidad no haré feliz a quien se plante ante mí frío y sin fuerzas.

Además del aspecto estético o hasta de estilo, que esperaba, me ha sorprendido la gran cantidad de sentencias que invitan a reflexionar y que evidencian un conocimiento profundo de la naturaleza humana. En realidad, dicha sabiduría está implícita en todos los humanos, de ahí que conectemos con ella; la gran diferencia está en que solo unos pocos saben expresarlo como lo hacía Goethe. Yo diría que, en este sentido, me ha recordado al gran poeta-filósofo Antonio Machado. ¿Unos cuantos ejemplos? Helos aquí:

  • [...] he vuelto a comprobar que los malentendidos y la pereza ocasionan si cabe más extravíos en el mundo que la astucia y la maldad.
  • Pueden decirse muchas cosas a favor de las reglas, más o menos lo que puede decirse en alabanza de la sociedad burguesa. Quien las observe jamás producirá nada malo o carente de gusto, del mismo modo que quien se deje moldear por las leyes y el bienestar nunca será un vecino insoportable, ni un canalla redomado. Sin embargo, ¡toda norma destruye, se diga lo que se diga, el verdadero sentir de la naturaleza, así como su verdadera expresión!
  • Lo que hace poco te decía de la pintura seguro que puede aplicarse también al arte de la poesía; se trata sólo de reconocer lo excelente y atreverse a expresarlo, y eso, claro está, consiste en decir mucho con poco.
  • Todo en este mundo acaba por ser una bagatela, y un hombre que, por voluntad de otro, sin que sea su propio deseo, su propia necesidad, se mate a trabajar por dinero u honores o lo que sea, será siempre un necio.
  • ¿De qué me sirve ahora ser capaz de repetir como cualquier escolar que la tierra es redonda? El hombre sólo necesita un pequeño terruño para disfrutar en él, y de otro mucho menor para descansar debajo.
  • ¡Oh, el hombre es tan efímero que, incluso allí donde su existencia tiene una certeza indudable, allí donde deja la insustituible y genuina impronta de su presencia, en el recuerdo, en el alma de sus amigos, también ha de apagarse, ha de desaparecer, y demasiado pronto!


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