Debe ser que estoy en un momento de baja forma literaria, porque mientras leía La buena reputación, junto con el pudor antes citado, o justamente por él, no dejaba de preguntarme por qué el autor quiso que el narrador dijera esto, o que se extendiera con eso otro, o que apareciera aquel personaje justo en este momento, o... Supongo que es querer saber el origen de la chispa de la creatividad, por si pudiera aprovecharlo. Pero, en fin, más conviene que deje de mirarme a mí mismo y hable del libro que he leído, aunque, ¿no he dicho ya muchas veces, quizás demasiadas, que leer una buena novela es como mirarse en un espejo para verse a uno mismo? De ahí que opine que, cuanto mejor es una novela, más bruñido será el espejo y mejor nos reflejará, es decir, nos veremos; por ello, cada libro suele decir cosas diferentes para cada uno de sus lectores. Y dale, que continúo sin hablar del libro. No me extrañaría que el sufrido lector ya hubiera abandonado la lectura de esta sesuda reseña.
La buena reputación es una extensa novela que narra la historia de tres generaciones de una misma familia. Lo hace desde el punto de vista de cinco de los protagonistas. A lo largo de sus más de seiscientas páginas, mezcladas con una aparente cotidianidad, se suceden vilezas no menores por mucho que ocurran dentro del ámbito doméstico, pero también actos anónimos de generosidad.
Los personajes, lejos de caracterizaciones tópicas, presentan unos comportamientos muy reales en cuanto a su ambivalencia: no hay buenos buenísimos ni malos malísimos; hay buenos que algunas veces se comportan mal, malos que a veces obran bien, y viceversa. Eso sí, no hay grandes intrigas que esperen hasta el final para ser descubiertas.
Hay buena narración, bien escrita, con suaves altibajos de tensión. De ahí, que haya anotado una buena cantidad de frases, de las que aquí dejo una muestra:
- Su matrimonio había llegado a ese estado en el que las adversidades no unen sino que distancian aún más.
- Tenía todo un aire incongruente, con cosas demasiado nuevas junto a cosas demasiado viejas, con cosas fuera de sitio y sitios sin nada.
- El problema era que en su rostro habían empezado a asomar los rasgos de una anciana. Como si la lozanía y la belleza fueran una capa de maquillaje que hubiera empezado a borrarse.
- Mercedes comentó que había moscas, pero sorprendentemente lo comentó como quien da una buena noticia.
- ¿A todo el mundo le ocurría que, en un momento dado, empezaba a tener mucho menos futuro que pasado y que, por eso mismo, las decisiones que pudiera adoptar adquirían la trascendencia de lo definitivo?
- En su rostro se había instalado el rictus de quien está siempre listo para replicar a alguna ofensa real o imaginaria, un rictus semejante al que Miriam había identificado en las personas que preferían ser respetadas a ser queridas.
- Miriam pensó que, en su familia, los grandes reproches se escondían detrás de los pequeños y que, en todo caso, siempre se expresaban por gestos.
- ¡Qué difícil era tratar con gente que se atribuía supuestos sacrificios y que, desde esa posición de víctima, se sentía legitimada para juzgar sin ser juzgada!
- El mundo a veces se le presentaba sencillo, ligero, armonioso, como un juego que se atuviera a unas reglas claras y precisas, y entonces todo cobraba un sentido especial y se incorporaba a una escala más amable, en la que lo arduo se volvía llevadero y lo llevadero gustoso.
- Ya no importaba tanto lo que había ocurrido como lo que habría tenido que ocurrir, y por esa sima entre lo real y lo ideal se despeñaba sin remedio la figura de Ramiro, que concentraba todas las culpas y responsabilidades.
- El lamento por su infortunio empezaba muy sutilmente a velar su sensación de culpa. Ésta, que hasta ese momento le había correspondido en exclusiva, buscaba ahora otros dueños: el destino en general, el propio contrabandista.
Muy buenas frases. Gracias por escogerlas y compartirlas,Javier. Me has despertado la curiosidad por leer el libro.
ResponderEliminarGracias por pasarte por aquí y comentar.
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