El diario de unos niños durante la guerra, en «El gran cuaderno», novela de Agota Kristof

Dos niños, o uno desdoblado, escriben en un cuaderno sus vivencias durante un período de guerra. Sin padres que los eduquen, ellos mismos aprenden y elaboran su propia ética.


Escrito en presente y en primera persona del plural, a modo de diario, como lo haría un niño, con frases cortas y vocabulario sencillo, sin concesiones literarias. A pesar de ello, no es una lectura agradable por su crueldad. Ya se sabe, los niños pueden llegar a ser un compendio de maldades, de ahí la necesidad de la educación, de alguna educación.

Lo que más me ha gustado del libro ha sido la parte en la que los niños detallan el estilo en el que van a escribir y que parece, más bien, una declaración de principios de la autora, Agota Kristof:

"Para decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.
Por ejemplo, está prohibido escribir: «la abuela se parece a una bruja». Pero sí está permitido escribir: «la gente llama a la abuela “la Bruja”».
Está prohibido escribir: «el pueblo es bonito», porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas.
Del mismo modo, si escribimos: «el ordenanza es bueno», no es verdad, porque el ordenanza puede ser capaz de cometer maldades que nosotros ignoramos. Escribimos, sencillamente: «el ordenanza nos ha dado unas mantas».
Escribiremos: «comemos muchas nueces», y no: «nos gustan las nueces», porque la palabra «gustar» no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. «Nos gustan las nueces» y «nos gusta nuestra madre» no puede querer decir lo mismo. La primera fórmula designa un gusto agradable en la boca, y la segunda, un sentimiento.
Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos."

En resumen, viene a decir que la narración debe soportarse en sí misma sin aditamentos emocionales o literarios que puedan generar ambigüedad. Es como decir que el texto no debe ser literario. De hecho, encontré que la propia autora confirmaba lo anterior en una entrevista que concedió en 2006, con 71 años, en la que decía que «No me interesa la literatura».

¿Lo que menos me ha gustado? Que algunos de los 52 cortos capítulos en los que está dividido el libro me han parecido inverosímiles ya que presentan escenas imposibles para niños, de realización o de pensamiento, al menos desde mi punto de vista.

A pesar de su crueldad y del estilo cuasi infantil, la narración consigue atraer al lector, que desea conocer cómo termina esa pareja de niños abandonados a su suerte.

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