Abandoné la lectura de «El proceso» porque no me llevaba a ningún sitio. De tanto deambular por pasillos angustiosos y malolientes y encontrarme con personajes a los que no encontraba sentido, terminé por aburrirme. De nuevo se confirma que no soy un lector aficionado a obras tan simbólicas que parecen del género fantástico, alejadas de la realidad a la que pretenden representar.
Nada de lo dicho contradice que me haya deslumbrado la prosa de Kafka, sobre todo su capacidad para generar sensaciones negativas en el lector a base de frases sin artificios retóricos, pero muy efectivas. Como ejemplo, estos tres fragmentos:
- En ese instante le asustó tanto una llamada de la habitación contigua que mordió el cristal del vaso.
- —¿Malas noticias? —preguntó el subdirector sin pensar, no para saber algo, sino simplemente para apartar a K del teléfono.
- ¡Qué rostros los que le rodeaban! Pequeños ojos negros se movían inquietos, las mejillas colgaban como las de los borrachos, las largas barbas eran ralas y estaban tiesas, si se las cogía era como si se cogiesen garras y no barbas.
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