Mi delito: no terminar «El proceso», una novela de Franz Kafka

Empiezo a preocuparme: otro libro que abandono, y este es de Franz Kafka. Siento que estoy cometiendo un delito, aunque, a diferencia del protagonista de este relato, yo sí sé cuál sería: incapacidad para apreciar la calidad de una obra maestra de uno de los autores más influyentes de la literatura universal. Menos mal que después de perpetrar el delito me ha consolado saber que se trata de una novela que Kafka dejó inconclusa.


Abandoné la lectura de «El proceso» porque no me llevaba a ningún sitio. De tanto deambular por pasillos angustiosos y malolientes y encontrarme con personajes a los que no encontraba sentido, terminé por aburrirme. De nuevo se confirma que no soy un lector aficionado a obras tan simbólicas que parecen del género fantástico, alejadas de la realidad a la que pretenden representar.

Nada de lo dicho contradice que me haya deslumbrado la prosa de Kafka, sobre todo su capacidad para generar sensaciones negativas en el lector a base de frases sin artificios retóricos, pero muy efectivas. Como ejemplo, estos tres fragmentos:


  • En ese instante le asustó tanto una llamada de la habitación contigua que mordió el cristal del vaso.
  • —¿Malas noticias? —preguntó el subdirector sin pensar, no para saber algo, sino simplemente para apartar a K del teléfono.
  • ¡Qué rostros los que le rodeaban! Pequeños ojos negros se movían inquietos, las mejillas colgaban como las de los borrachos, las largas barbas eran ralas y estaban tiesas, si se las cogía era como si se cogiesen garras y no barbas.

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