Las interminables peripecias de Rufo en «El rey recibe», una novela de Eduardo Mendoza

Por mucho que aprecie a los clásicos y a otros autores consagrados, por no decir confiables, ya estaba necesitando leer la obra de algún escritor vivo. Y lo he hecho con Eduardo Mendoza y su novela «El rey recibe». Después de leerla, me he enterado de que se trata del primer título de la futura trilogía «Las tres leyes del movimiento»; quizá por ello el final me ha defraudado y de ahí que, a pesar de que Eduardo Mendoza sea un autor que sigo, no creo que continúe con «El negociado del yin y el yang», el siguiente título de la serie.


La historia de Rufo, un periodista bisoño, está narrada en un tono informal y algo irónico, pero correcto. Sin metáforas, estilo con poca literaliedad, enfocado en la historia y no en los personajes. Novela sin capítulos como tales, con fragmentos en cursiva intercalados en el texto que simulan cambios de escena, sorprende por la habilidad de Eduardo Mendoza para escribir diálogos a tres a partir de una conversación trivial.

Terminada la lectura, la sensación que persiste es la de haber visto una película de aventuras en la que se suceden las peripecias del protagonista, entre imprevistas e inverosímiles, casi esperpénticas, que invitan a la sonrisa, pero que se desvanecen cuando se enciende la luz de la sala.

Finalizo con unos pocos fragmentos:

  • Como no daba muestras de aspirar a nada ni de querer arrebatarle el puesto a nadie, pronto me fue perdonado el doble pecado original: haber entrado por enchufe y estar mejor preparado que el resto del personal.
  • Por este motivo me esforzaba por no tomar al pie de la letra los argumentos del príncipe y por considerar sus palabras como eslabones de una conversación entre amigos, en el curso de la cual se habla con seriedad de cosas triviales y con trivialidad de cosas serias, sin otro objetivo que mantener vivo el fuego de la cordialidad y prolongar el tiempo de la compañía.
  • [Los adornos navideños] Olvidados durante once meses, su reaparición, aparte de recordar la opaca fugacidad de nuestras respectivas existencias, generaba en cada uno de nosotros la incómoda sensación de estar cumpliendo un rito tan aburrido y superfluo como inexcusable.
  • De cerca, las cualidades y el encanto se teñían de vulgaridad.
  • No muy inteligente, carente de formación y criada en el seno de una familia conservadora sin otro objetivo que encontrar un marido adecuado, en cuanto se hubo casado ya no supo qué hacer con sus cualidades ni, de hecho, con su persona.
  • A diferencia de Europa, donde las cosas son como son desde el origen de los tiempos, los Estados Unidos llevan mal la pobreza, porque hacer fortuna está en el origen de su existencia.
  • El cielo era de un azul trasparente; en cambio las noches parecían más negras, como si el frío encogiera la luz de las farolas.

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