El regreso de «El amante», novela de Marguerite Duras, por Soledad Blanco

Marguerite Duras reaparece en este blog (aquí antes), en esta ocasión de la pluma de Soledad Blanco, demostración de la riqueza y capacidad evocadora de esta novela.


Una historia que según su autora es autobiográfica. Para nosotros, los lectores, es una invención que puede ser real o no, qué importa. La autora escribió y nosotros leemos, recorremos Saigón y otros lugares y gozamos con ello.

Saigón. Una joven de quince años en Saigón, en torno a 1930. Una muchachita atractiva pasea sola por la capital francesa de Vietnam. Lleva un sombrero de hombre, unos zapatos de lamé dorados. Ambos objetos son portados con ignorante e innata seducción por la joven. Los franceses con su colonialismo están ahí y aún tardarán más de dos décadas en marcharse. En Saigón hay una gran población china. Y la joven de los zapatos de lamé conocerá a un hombre chino con el que tendrá una relación apasionada. Y ahí comienza un relato autobiográfico brincando del pretérito al presente y a zancadas hacia el futuro, todo mezclado como mezclada se impregna la vida cuando la recuerdas.

La madre de la joven seductora sonríe, no siempre sonríe, pero ahora sí sonríe al que un día aportará dinero -piensa ella, sabe ella- en parte merced al sombrero y a los zapatos de lamé, en parte a la gran pasión que ambos sienten. El hombre chino de la limusina negra sentirá una pasión por la niña blanca, una pasión que ya no podrá abandonar nunca. Y ella, la joven, sentirá un amor que percibirá acodada en la barandilla del transatlántico que la saca de Saigón hacia Francia, lo sentirá a través de los mares, del Golfo de Bengala, del Mar Arábigo, del Índico, del Mar Rojo, del canal de Suez, del Mediterráneo. Los mares separadores, los mares finitos en el infinito ir y venir de las olas. Dice la joven, cuando ya no lo es, que los aviones nos han robado el tiempo de pasar el tiempo navegando en los grandes paquebotes de un punto a otro del planeta.

La madre de la seductora joven sonríe, sin embargo, los hermanos de la niña no sonríen al amante, no sonríen ni hablan al amante porque no es blanco, es chino, ella misma le traiciona con sus silencios en la mesa de los restaurantes chinos a los que el amante de la limusina negra les invita continuamente. Pobre muchacho rico chino. Por supuesto que él sabe que es chino y ella es blanca, colores imposibles para sus familias y para ellos mismos. Desprecio dual, son las reglas de la xenofobia, el desprecio cromático ambivalente. No obstante, esta no es una historia de xenofobia, es una historia de pasiones y sucesos múltiples relacionados o no entre sí. La joven nos habla veladamente de lo que siente, tal como se habla uno a sí mismo. Nos relata sus tristezas; no sabemos si ama a la madre, a los hermanos. No sabemos, debemos imaginar, podemos equivocarnos, da igual, la historia que leemos no es cierta ni incierta, es una invención.  La joven blanca también nos habla de lo que piensan de ellos sus allegados. La mirada del otro, siempre tan sorprendente, como si nosotros no supiéramos. Nosotros sabemos algunas cosas, otras las inventamos. Así es la literatura.

El Mekong salvaje, las selvas ignotas, los colores del cielo y las lluvias en el trópico, también estos adjetivos intangibles nos transportan a Indochina.

He aquí algunos párrafos de esta historia:
  • «Mis hermanos nunca le dirigirán la palabra. Es como si no fuera visible para ellos, como si careciera de la densidad suficiente para ser percibido, visto, oído por ellos. Eso ocurre porque está rendido a mis pies.»
  • «Por la noche vamos a cenar por la ciudad. Me ducha, me lava, me enjuaga, adora, me maquilla y me viste. Me adora. Soy la preferida de su vida.»
  • «Pertenecemos a esa sociedad que ha reducido a mi madre a la desesperación. A causa de lo que se le ha hecho a mi madre, tan amable, tan confiada, odiamos la vida, nos odiamos.»


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