«Trabajo, consumismo y nuevos pobres», un clarividente ensayo de Zygmunt Bauman




La ética del trabajo y la sociedad de consumo, la evolución de una a otra y las consecuencias sobre los pobres. Este puede ser el resumen de este ensayo de Zygmunt Bauman, alguien que definiré como pensador, a falta de una etiqueta más concreta.


Para empezar, me atrajo el título: Trabajo y consumismo. Quería profundizar en la ética del trabajo, en su origen y en sus consecuencias; ya desde muy joven había asumido dicha ética como algo dado, permanente; sin embargo recientemente he empezado a cuestionármela. Realmente ¿solo trabajando se tiene derecho a la vida? Si la respuesta es afirmativa, significaría que nacemos para trabajar; si la respuesta es negativa, como parece que nos dicta nuestro corazón, no tendría por qué ser un imposible un mundo en el que nadie trabajara. Sin embargo, si fuera así, ¿cómo subsistiríamos? Cada uno tendría que organizar su vida para conseguir alimento (sembrando, cazando) sin contar con los demás. El que no lo hiciera, moriría. Al final, también en este caso, se trabajaría, para uno mismo y no para otro a cambio de un sueldo, es verdad, pero el resultado es el mismo: si se quiere vivir hay que trabajar, esforzarse, o como queramos llamar a esta dedicación de tiempo para conseguir alimento.

El problema, según nos evidencia Zygmunt Bauman, es el grupo de personas, más o menos numeroso, que no trabaja para vivir, porque no pueden o porque no quieren. Hasta bien entrado el siglo XX, la ética del trabajo intentaba convencer de las bondades del trabajo para que los remisos aceptaran los bajísimos salarios existentes. Gracias a ello, quedaba muy poca gente desempleada: los recalcitrantes anti-trabajo, que los pudientes ayudaban mediante limosna a modo de penitencia por sus pecados, de los pudientes se entiende. En aquella época la industria necesitaba mano de obra masiva, pero hoy en día no es así: gracias a la mejora de la eficiencia por el desarrollo tecnológico, además de otros motivos, a la industria le sobran trabajadores y, por tanto, se ha abandonado la ética del trabajo y, en consecuencia, los pudientes ya no sufragan a los pobres o no querrían hacerlo.

Una consecuencia de todo ello es que en el mundo más desarrollado de nuestros días, se ha sustituido la ética del trabajo por la estética del consumo. El consumo es el mayor aliciente para vivir. Se ha cambiado el «hemos nacido para trabajar» por el «hemos nacido para consumir». A más consumo, más reconocimiento social y, por tanto, más satisfacción personal. De ahí, por ejemplo, el desmedido endeudamiento de las familias. Ya no se concibe la acumulación de riqueza sin su exhibición. En esta situación, los pobres no son los que no trabajan sino los que no consumen, porque no quieran o porque no puedan; categoría, esta última, que ha aumentado drásticamente. En estos casos, el resto de las personas de la comunidad, que sí trabaja, ¿debe o conviene que subvencione a dichas personas para que no se mueran de hambre? Cada vez hay más personas que prefieren desentenderse de los pobres y que hasta llegan a considerarlos una enfermedad. ¿La solución? No es fácil en este nuevo mundo devoto del consumo: muros, expulsiones, guetos, emigración, crecimiento infinito... Se dicen, pero todos sabemos que no son la solución.

Un mundo complejo para el que no existen recetas sencillas. Zygmunt Bauman nos plantea las bases para reflexionar, único comienzo posible y deseable para avanzar.

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