«Aura», el libro que te habla, de Carlos Fuentes

Nada más empezar, te impresiona que el libro se dirija a ti. Es muy poco frecuente en una novela (algo más en los cuentos) un narrador en segunda persona que parece que te hablara, precisamente a ti:
«Lees este anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de té que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. Tú releerás.»


¿Te está hablando a ti, lector, o el narrador se está dirigiendo al protagonista que, a su vez, está leyendo el anuncio del periódico? Sabes que no puedes ser tú, como lector, porque no estás leyendo el anuncio del periódico, ni si quiera buscas trabajo (¿o sí?). De cualquier forma, te confunde la insistencia del narrador al hablar en segunda persona. Conforme avanza la narración, menos mal, te has ha ido inmunizando del avieso reclamo y te sumerges en el libro.

La historia avanza con naturalidad, en un ambiento algo oscuro, pero dentro de unos parámetros de realidad aceptables hasta que, en un momento dado, el narrador te pone la zancadilla en forma de acontecimiento imposible o mágico. En ese punto crítico tienes que decidir si continúas o abandonas. Continuaste sabiendo que necesitarías unas grandes dosis de credulidad para aceptar el final, como así fue.

Tres personajes que interactúan en un lugar cerrado durante un tiempo corto y con una trama sencilla que, sin embargo, gracias a la influencia de un narrador fuera de lo habitual consigue agobiarte a la vez que interesarte por conocer el desenlace de la historia.

En definitiva, una novela corta o un relato largo de poco más de cincuenta páginas, difícil de catalogar; aunque sabes que, en cualquier caso, es un libro que recomiendas leer, sobre todo por la originalidad de su narrador.

Aquí dejas más fragmentos que has anotado:

  • [...] esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tú la miras.
  • [...] al extender la mano no tocas otra mano, sino la piel gruesa, afieltrada, las orejas de ese objeto que roe con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias al conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar tu mano de la otra.
  • [...] las cortinas de terciopelo verde corridas. Aura viste de verde.
  • ¡Ay, pero cómo tarda en morir el mundo!
  • [...] cinco, seis, siete gatos —no puedes contarlos: no puedes sostenerte allí más de un segundo— encadenados unos con otros, se revuelcan envueltos en fuego, desprenden un humo opaco, un olor de pelambre incendiada.

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