La poesía y yo

Estos días ando peleándome con la poesía. Un género que no llego a comprender bien y que me impide apreciar todo su valor; valor que, para unos, los más entendidos del mundo literario, es el máximo que puede aportar la experiencia literaria. Ya anticipé algo de esta dificultad en este mismo blog, aquí.


Sí he aprendido que en poesía es más importante la forma que el contenido, los significantes que los significados, lo connotado que lo denotado. A ello hay que añadir la consideración de la rima, el ritmo y la métrica; y algo aún más volátil: la ambigüedad en la interpretación de cada palabra y de cada verso, considerando su posible amplitud semántica o contextual. Para colmo, solo los estudiosos de un autor llegan a conocer todas las 'claves' interpretativas que utiliza (qué son los 'cisnes' para Rubén Darío o los 'olmos' para Antonio Machado, por ejemplo).

De lo anterior deduzco que para disfrutar plenamente de un poema es necesario estar dispuesto a dedicar tiempo, mucho tiempo, a comprenderlo. Acostumbrado al placer que aporta la prosa, cuya lectura casi no requiere esfuerzo, salvo el tiempo que hay que dedicar a la lectura en sí, se concluye que el 'esfuerzo' poético, aparentemente, sobrepasa con mucho a la satisfacción recibida, al menos para mí, de forma que, diciéndolo en términos económicos, se produciría un desequilibrio en la balanza coste-beneficio.

Ya sé que se me dirá que mi caso es un ejemplo típico de estos tiempos en los que buscamos el beneficio cortoplacista, incluso en asuntos artísticos, del mismo modo que se dice que las películas y las series de televisión están matando a la novela; y esta, ya famélica, haciendo lo propio con la poesía.

Por último, alguien conciliador también podría decirme que no pasa nada porque no disfrute con la poesía: es imposible que me gusten todos los géneros literarios por el mero hecho de que sean literarios; como es imposible que haya alguien a quien le gusten todas las películas de cine. El problema en mi caso, barrunto, puede que sea otro: que mis prejuicios en contra de la poesía puedan estar empobreciendo mi prosa al hacerla menos literaria. Y es que, sospecho, no utilizo 
suficientemente las conocidas como «marcas de literariedad» (lenguaje connotativo, polisemia, uso especial de la sintaxis, etc.); marcas de literariedad que son el ADN de la poesía.

¿Te pasa lo mismo ? ¿Has conseguido superar este prejuicio anti-poesía? Cuéntanoslo.

4 comentarios:

  1. Hola, Javier.

    No tengo ese prejuicio. A mí, la prosa que tiene cierto vuelo me saca de la secretaria que llevo dentro y me conecta con formas laicas de plegaria; formas que me descubren salpicaduras de la realidad. Ese lenguaje connotativo y polisémico y ciertas formas de decir transgresoras son modos de meterle mano (disculpa mi lenguaje). Pero como ya se le ha metido mano tantas veces desde instancias poderosas, hasta me parecen modos de resistencia y contestación. Siempre, salvando distancias, claro: ni toda la prosa poética (alguna hay por ahí que compite con los árboles de Navidad) ni todos los poemas, como dices.

    Un abrazo.

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    1. Afortunada Marian, se nota que te sobra literariedad y que, por tanto, la sabes apreciar cuando la lees; no como el puñetero economista que llevo dentro, que tiñe de racionalidad y literalidad todo lo que lee y escribe. Si te enteras de alguna medicina para adormecer al susodicho (sin llegar a matarlo), dímelo, por favor.

      Un abrazo agradecido por tu comentario.

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  2. Amigo mío: ¿cómo inducir a alguien a que lea novela, vibre con los cantos de la Carmina Burana o le guste el vino? Tiene que haber un interés remoto, un querer dejarse sorprender. Y probar.

    No lees poesía como lees una novela. Te aproximas despacio, susurras los versos, elevas la voz, repites el poema. Escuchas la poesía. Dejas que te diga más de lo que dice.
    Igual que no sabría recomendar una novela a quien nunca leyó una, tampoco sabría recomendar un poemario. Ahí está mi límite. Pero te dejo un haiku de un poeta japonés que se llama Matsuo Basho:

    Hierba silvestre
    es lo que queda
    de aquellas tropas.

    Otro abrazo (y nada hay obligatorio; faltaría más).

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    1. Gracias por el haiku, Marian. ¡No me puedo creer que yo lo entienda... y me guste! Lo mismo, no está todo perdido.

      Más abrazos.

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