La esperpéntica lectura de «Las galas del difunto», obra de teatro de Valle-Inclán

«Las galas del difunto» es una de las obras teatrales, nombradas como esperpentos por el propio autor, Valle-Inclán, incluida en la trilogía «Martes de Carnaval». Esperpentos, en mi opinión, no tanto porque se presente la realidad de una forma grotesca como amplificada: los malhablados hablan peor, los 'agarrados' son tacaños, los comilones se convierten en glotones, ... ¿Para qué? para hacer más visible al espectador los temas que le interesan al autor; en este caso, el absurdo de las guerras o el despotismo de los poderosos.


Acostumbrado a la novela y al cuento, me ha resultado algo extraña la lectura de una historia de ficción en la que el narrador ha desaparecido; solo contamos con los diálogos de los personajes. Además, la desmesura en la utilización de figuras retóricas por parte del autor hacía que, en algunos momentos, la lectura fuera aun más dificultosa. De ahí que necesitara ver la obra representada para comprobar si me hacía más digerible la historia. Solo he encontrado una versión libre para la televisión en la que se modificaban algunas escenas y diálogos —eso era lo de menos—, pero también y menos perdonable, el final.

La visioné y, efectivamente, la representación teatral consiguió que el sentido de la vista 'tapara' o, mejor, completara las lagunas de comprensión que encontré en el texto. Por algo Valle-Inclán escribió una obra de teatro y no una novela o un cuento. A propósito, como curiosidad, su nombre auténtico era Ramón José Simón Valle Peña, nombre que solo aparece en su partida de bautismo y en el acta de su matrimonio con la actriz Josefina Blanco.

A veces choca, al menos para mí, que personajes del estrato social más bajo mezclen, en ocasiones, un lenguaje de registro más que coloquial con expresiones o referencias demasiado cultas. Es verdad, se supone, que el lector o el espectador han debido de 'suspender la incredulidad' al aceptar entrar en la historia; sin embargo, creo que se corre el riesgo de suspender la suspensión de la incredulidad de muchos (más lectores que espectadores, desde luego, ya que de estos últimos hemos quedado que por los ojos les entra lo que les falta por las orejas).

En cuanto a la historia en sí, sigue un curso lineal y sencillo a partir de las galas de un difunto, como el mismo título anticipa, y que yo no voy a desvelar aquí; si acaso, solo añadir que las 'galas' se refieren a la vestimenta, en el sentido de sobresaliente y lucida; significado casi en desuso en la actualidad salvo para la locución 'vestir de gala'. Si en el título ya se aprecia la finura en el uso del léxico por parte de Valle-Inclán es fácil imaginar cómo será el texto de las siete escenas cortas que componen este esperpento. A pesar de todo, el autor consigue atrapar al espectador para descubrir cómo será el final, además de hacerle pensar y, en algunos momentos, reír.

Termino con cuatro fragmentos cortos, que ilustran lo comentado:

  • El soldado, si supiese su obligación y no fuese un paria, debería tirar sobre sus jefes.
  • La palabra se intuye por el gesto, el golpe de los pies por los ángulos de la zapateta.
  • Se anguliza como un murciélago, clavado en los picos del manto.
  • ¡Qué reputación no muerde la envidia, mi señora Doña Terita!

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