Reseña de «Carta de una desconocida», una novela de Stefan Zweig, por Soledad Blanco

Más que una reseña de esta novela, Soledad nos descubre sus reflexiones, tan apasionadas e íntimas, que termina conversando con los protagonistas. Que la disfrutéis:



He aquí una jovencita que se enamora de un desconocido y que continúa su enamoramiento hasta quedarse sin salida vital.

El enamoramiento total o qué lejos queda el equilibrio mental.

Esta enajenación se perpetúa en los años.

La joven se mueve por la vida sólo pensando en el hombre desconocido, y no sólo no frena este frenesí sino que lo deja aumentar.

¿No podemos parar las obsesiones?

La joven no ejerce autocontrol sobre este sentimiento tan poderoso; el sentimiento amoroso mezclado con la irracionalidad de esta pasión unilateral que la lleva a un destino lamentable.

Este disparate de emociones tiene su sementera en la mente histérica de una adolescente y va creciendo y creciendo hasta llegar al amor o la desdicha total.

La mujer llega a un punto sin posible retroceso y decide enviar una carta al objeto de su placer y de su desdicha, que coinciden unívocamente en el hombre que ella entreteje con su propia vida.

Su propia vida no es sino la vida más la ausencia de él.

Y le envía una carta, ella, una desconocida para él: sin recato le hace partícipe absoluto del objeto de su desdicha.

Las descripciones de su sentir y sus desventuras son desgarradoras y descriptivas, sin dejar de ser sencilla la manera en la que le cuenta su desdichada y demente vida. 

Y mientras leo tu narración, mujer, deseo que nos hagas partícipes de alguna alegría compartida y lo haces, pero a esta altura de la calamidad ya sabemos que esa alegría no nos lleva a nada bueno. 

Sin embargo, hombre, siendo tú el objeto de su desdicha no eres el responsable de su desventura. ¿Qué ibas a saber tú de esta loca niña? Tú estabas a lo tuyo. Yo no te culpo.

Para finalizar, dejemos que hablen los personajes:

  • «Sólo quiero hablar contigo, decírtelo todo por primera vez. Tendrías que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste.»
  • «Sí, querido, eras tú, pero no ibas solo. Oí una risa queda, íntima, el crujir de un vestido de seda y cómo tú hablabas en voz baja. Regresabas a casa con una mujer.»
  • «Tu mirada era cada vez más abrasadora y me dejó enardecida, no sabía si al fin me habías reconocido sí, una vez más, me deseabas como a cualquier otra, como a una desconocida.»

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