He aquí una jovencita que se enamora de un desconocido y que continúa su enamoramiento hasta quedarse sin salida vital.
El enamoramiento total o qué lejos queda el equilibrio mental.
Esta enajenación se perpetúa en los años.
La joven se mueve por la vida sólo pensando en el hombre desconocido, y no sólo no frena este frenesí sino que lo deja aumentar.
¿No podemos parar las obsesiones?
La joven no ejerce autocontrol sobre este sentimiento tan poderoso; el sentimiento amoroso mezclado con la irracionalidad de esta pasión unilateral que la lleva a un destino lamentable.
Este disparate de emociones tiene su sementera en la mente histérica de una adolescente y va creciendo y creciendo hasta llegar al amor o la desdicha total.
La mujer llega a un punto sin posible retroceso y decide enviar una carta al objeto de su placer y de su desdicha, que coinciden unívocamente en el hombre que ella entreteje con su propia vida.
Su propia vida no es sino la vida más la ausencia de él.
Y le envía una carta, ella, una desconocida para él: sin recato le hace partícipe absoluto del objeto de su desdicha.
Las descripciones de su sentir y sus desventuras son desgarradoras y descriptivas, sin dejar de ser sencilla la manera en la que le cuenta su desdichada y demente vida.
Y mientras leo tu narración, mujer, deseo que nos hagas partícipes de alguna alegría compartida y lo haces, pero a esta altura de la calamidad ya sabemos que esa alegría no nos lleva a nada bueno.
Sin embargo, hombre, siendo tú el objeto de su desdicha no eres el responsable de su desventura. ¿Qué ibas a saber tú de esta loca niña? Tú estabas a lo tuyo. Yo no te culpo.
Para finalizar, dejemos que hablen los personajes:
- «Sólo quiero hablar contigo, decírtelo todo por primera vez. Tendrías que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste.»
- «Sí, querido, eras tú, pero no ibas solo. Oí una risa queda, íntima, el crujir de un vestido de seda y cómo tú hablabas en voz baja. Regresabas a casa con una mujer.»
- «Tu mirada era cada vez más abrasadora y me dejó enardecida, no sabía si al fin me habías reconocido sí, una vez más, me deseabas como a cualquier otra, como a una desconocida.»
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