La vida de hoy en «El ruido del arcoíris», novela de Pedro Carrasco Garijo

Aún me considero inmerso en el período de formación como escritor (quizás nunca salga de él), ya que se dice que solo cuando se han dedicado más de 10.000 horas a alguna actividad, uno puede decir que la domina. Según mis cálculos —caseros—, me faltarían aún unas 3.000. De ahí que entre mis lecturas abunden los clásicos y los escritores consagrados. Sin embargo, de cuando en cuando, para cambiar de aires, me apetece leer algo muy actual y de autores por consagrar, como es el caso de Pedro Carrasco Garijo.


Pedro, a quien conozco y aprecio, no es un escritor novel. Además de El ruido del arcoíris, su última novela, es autor de tres más (Dónde te has ido, El paraíso intransigente y El reencuentro) y de un libro de cuentos  (El velociraptor y 53 historias más). Pero su necesidad expresiva no queda cubierta con dicha actividad editorial y acostumbra publicar originales microcuentos en su blog personal Al despertar de un sueño intranquilo, blog nacido allá por el año 2010, lo que lo convierte en uno de los más veteranos de la blogosfera literaria en español. A la vista de lo anterior, queda claro que Pedro Carrasco Garijo hace tiempo que superó mis ambicionadas 10.000 horas de dedicación a la escritura, por lo que puedo considerarlo un maestro.

El ruido del arcoíris es una novela arriesgada en muchos aspectos. Para empezar, porque, salvo muy pequeños fragmentos, está escrita utilizando solo diálogos; también porque no tiene capítulos, solo escenas separadas por unos puntos o por simples líneas en blanco; o, finalmente, porque utiliza un lenguaje que no desdeña las palabras malsonantes, utilizadas, en mi opinión, para resaltar la corriente de bondad que subyace en algunos personajes.

La novela no busca enfrentar al lector con los grandes dilemas vitales ni sigue la corriente de una parte de la literatura actual en la que se espera del lector un esfuerzo especial de comprensión. Mediante la presentación de unos personajes muy cercanos, desde el comienzo consigue que el lector empatice con ellos y se interese por saber qué va a pasarles. Gracias a este interés, el lector obtendrá una recompensa en forma de satisfacción cuando acabe la novela al darse cuenta tanto de la precisión de la trama como del trasfondo temático; aspectos que son fundamentales para la función social que, para mí, debe tener la literatura. Me explico.

No dudo de que habrá excelentes escritos que no hayan sido leídos más que por su autor, ya que los produjo para su propio deleite o, incluso, necesidad. Pero si se entiende la literatura como un medio más de transmisión de conocimientos y de emociones entre personas, el productor de historias (novelista, cuentista, poeta, pintor, escultor o guionista) debería buscar que el receptor de aquellas reciba la mayor cantidad posible del conocimiento y/o de las emociones que el creador pretendía transmitir. Y para ello, no conviene poner demasiadas trabas al lector, para tentarle a que abandone. Digo «demasiadas trabas» y no ninguna traba, ya que en este caso hablaríamos de cuentos infantiles (o sucedáneos para adultos, sin entrar a concretar): el buen escritor, opino, debe incluir en sus obras obstáculos superables por el lector, de forma que le hagan querer retarse a sí mismo, convencido de que llegará a comprender suficientemente el texto. Desde luego, El ruido del arcoíris consigue mantenerse en el difícil equilibrio entre una lectura accesible y un trasfondo temático por descubrir.

Qué me ha gustado menos de esta novela. Quizás algunas de las expresiones malsonantes que por su contundencia, aunque adecuadas para la ambientación y caracterización, me sacaban unos instantes de la historia; aspecto que no devalúa la novela, sino que, más bien, hace referencia a mis preferencias como lector.

En conclusión, una novela interesante y que la disfrutarán tanto los adeptos de Charles Bukowski y su «realismo sucio» como los que no lo sean... como yo mismo.

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