De qué hablamos cuando hablamos de Raymond Carver en «De qué hablamos cuando hablamos de amor», su recopilación de cuentos

Cuando leemos la obra de un escritor, ¿de verdad leemos lo que escribió? Puede que creamos que sí, pero la realidad tal vez sea muy diferente; por ejemplo, con Raymond Carver. Este autor, es considerado uno de los máximos representantes del «realismo sucio» norteamericano; sin embargo, se lo conoce más por lo que publicó su editor, Gordon Lish, que por lo que escribió.


Se dirá que un editor se encarga de corregir para mejorar el manuscrito entregado por el autor; hasta ahí, bien. Pero si la corrección es de tal amplitud y profundidad que modifica los finales, reduce las páginas a la mitad o cambia los nombres de los personajes, ¿puede decirse que la narración sigue siendo la del autor o es, más bien, una obra coral de dos creadores, el autor y el editor? Pues esa misma es la situación de De qué hablamos cuando hablamos de amor. Esta recopilación de 17 cuentos procede de la la obra Principiantes, que Raymond Carver entregó a su editor, quien cambió los títulos de todos los cuentos, modificó los finales y los nombres de los personajes, de forma que Principiantes pasó de tener 320 páginas a quedarse con 160 cuando se convirtió en De qué hablamos cuando hablamos de amor.

Parece claro que Raymond Carver, por convicción o por necesidad, aceptó dichas modificaciones a pesar de que Principiantes y De qué hablamos cuando hablamos de amor se parecen bien poco; si acaso, en la estructura básica del argumento. Como la situación me parecía muy llamativa, además de leer todos los cuentos de la versión corta (De qué hablamos cuando hablamos de amor), me he leído en ambos libros dos de los cuentos que más me gustaron: «El baño» y «De qué hablamos cuando hablamos de amor», que da título al volumen homónimo, de la misma forma que el cuento «Principiantes» da nombre a la recopilación llamada Principiantes). No repetiré las diferencias enumeradas antes, solo mencionaré una más: el estilo.

Mientras que Principiantes (la versión íntegra que salió de la mano de Raymond Carver) no rehúye las descripciones tanto para caracterizar a los personajes como para ambientar el entorno, la versión del editor no solo elimina dichos recursos narrativos, sino que recorta las frases a su mínima expresión, de forma que obliga al lector a «rellenar» con su imaginación lo que no dice el texto. Esto no estaría mal si no fuera porque, en mi opinión, el lector pierde mucho más que gana en este ejercicio. Así, después de leer ambas versiones, me parece más redonda, literariamente hablando, la que escribió Raymond Carver antes de la intervención de su editor. Reconozco que, quizás se trate de una cuestión de gusto y que el mío sea demasiado convencional y poco dado a experimentos a costa de la experiencia del lector. A pesar de ello, me atrevo a aconsejaros que si estáis pensando en «catar» a Raymond Carver, leáis Principiantes en lugar de De qué hablamos cuando hablamos de amor, por mucho que este título sea más conocido y pegadizo, eso no voy a negarlo.

Para terminar, tres frases que he anotado y que me han parecido inspiradísimas:

  • Una gran luna descansaba sobre las montañas que rodeaban la ciudad. Era una luna blanca, cubierta de cicatrices. Hasta un imbécil podría ver una cara en ella.
  • Me eché hacia atrás en mi asiento y aspiré profundamente, inhalando —me pareció— el aire de infortunio que rodeaba su cabeza.
  • Oía los latidos de mi corazón. Oía el corazón de los demás. Oía el ruido humano que hacíamos allí sentados, sin movernos, ninguno lo más mínimo, ni siquiera cuando la cocina quedó a oscuras.

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