La impunidad de la "Carta blanca", novela de Lorenzo Silva

¿Cuando nos sabemos impunes perdemos todo lastre cultural, social y hasta humano, siendo capaces de cometer los actos más bárbaros? No me refiero a las personas con problemas psíquicos o de inadaptación social, me refiero a los que aún no nos creemos con problemas psíquicos o de inadaptación social. Este es el tema que nos presenta Lorenzo Silva en "Carta blanca". ¿En realidad somos todos unos tremendos impostores y hacemos cualquier cosa para evitar recibir un castigo en forma de multa o condena penal o, pecando quizás de candidez, para no sentir la censura social hacia nosotros, también conocida como educación? Bajo el disfraz del resquebrajamiento de las costumbres que supone toda guerra y el impacto visual que nos llega de acontecimientos casi imposibles de aceptar, el autor plantea con eficacia esta cuestión de fondo en la novela: ¿somos realmente lobos disfrazados de corderos?

Sí, en contra de lo acostumbrado, he empezado por el final, por el tema; y es que tengo la impresión de que la novela se ha escrito con la idea previa del tema del que trataría, algo que no siempre sucede en novelística, ya que el resto de la técnica narrativa utilizada está al servicio de aquel (recuerdo la insistencia de Javier Marías en su imprevisibilidad narrativa). Por contra, en "Carta blanca", Lorenzo Silva utiliza una estructura muy meditada, convencional, pero eficaz, con su correspondiente planteamiento, nudo y desenlace, que se corresponden con las tres partes de la novela; diseña unas caracterizaciones muy pronunciadas, rozando los estereotipos, con poca evolución vital en los personajes; aplica una ambientación mínima, aunque suficiente; un desarrollo temporal casi completamente lineal, salvo por un pequeño flashback en la segunda parte; todo ello escrito con una prosa sencilla, de mínimas metáforas u otros artificios narrativos, aunque no exenta de retazos de filosofía que embellecen el texto.

En resumen, una novela que no despunta en ningún aspecto, pero que gracias a la buena elección del tema y a una maquinaria narrativa eficaz, sin llegar a ser brillante, no solo consigue enganchar al lector, sino, y para mí más importante, hacerle pensar acercar de la impunidad que nos rodea. Como buen novelista, Lorenzo Silva no llega a pronunciarse y deja que sea el lector, cada lector, el que saque sus propias conclusiones.

Termino con algunas de las frases que más me han interesado:



  • Mientras la veía irse, sin estar aún del todo seguro de que aquello fuera la realidad, Juan comprendió hasta qué punto le habría resultado útil aprender a odiarla.
  • Comparar la sed casi mística de Blanca, por ejemplo, con el desembarazo utilitario de Nuria, la moza liberal que les había hecho las primeras pajas a él y a su primo Adolfo, era como confrontar el aroma del azahar con el olor de una lata de petróleo.
  • Sólo aquello que quedaba más allá estaba libre de recibir el plomo que escupía al dictado de su odio.
  • No se compadece de nadie quien ha aprendido a no apiadarse de sí.
  • Y Juan había aprendido hacía ya algunos años que quien acepta la infelicidad sólo puede aspirar a conquistar la libertad, como estímulo para seguir enfrentando cada nuevo día que comienza. Incluso había ido algo más lejos: en ocasiones llegaba a creer que únicamente aquel que se resignara a ser infeliz podía ser de veras libre. Porque la felicidad siempre engendraba el apego, y el apego, antes o después, la servidumbre.
  • Si tengo que elegir a quien hiero, si es verdad que la decisión la pone el destino en mis manos, no tengo duda de que debo herirte a ti. Aunque te quiera más que a mi alma y aunque vaya a echarte siempre de menos.

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