Sensación agridulce tras leer la novela "Por si se va la luz", de Lara Moreno

Sensación agridulce, tópico de sensación, lo sé. Y esta novela es de todo menos tópica. Rompe con muchos estereotipos referidos a lo que debe ser una novela, empezando por el canónico "planteamiento, nudo y desenlace", pasando por el decoro lingüístico (gusta de palabras y expresiones que se adentran en la malsonancia), y terminando por la escasez de personajes (siete, en total) y por una trama en la que hay muy pocas peripecias.

A pesar de todo lo anterior, la novela funciona. Se palpa la vida que hay en cada uno de los personajes gracias a la indagación interior de cada uno, a través de soliloquios, ya que prácticamente no hay diálogos. Las personas se mueven, casi se arrastran, sin hablarse, haciendo pocas cosas, pero piensan y sienten con intensidad y, lo que es aún mejor, la autora es capaz de mostrarlo con sinceridad, respetando la personalidad de cada personaje, sin cortarse lo más mínimo. Con un estilo muy propio, para mí lo mejor de la novela. Un fraseo a veces cortante; unas ásperas descripciones del entorno, de colores subidos; eligiendo palabras abruptas que, de vez en cuando, contrastan con una prosa suave y delicada. Un estilo original, lo mejor que se le puede pedir a un libro.

Todo un experimento de técnica narrativa con un movimiento continuo del punto de vista, una voz en primera persona que pasa de una personaje a otro, a la vez que se alterna de tarde en tarde con un narrador externo (que a mí no me llegaba a gustar). Siempre en presente. Dificilísimo hacerlo bien; doy fe. Y por todo ello, es una obra que ya se muestra como uno de los principales exponentes de la nueva narrativa rural.

Una novela que no gustará a todos los lectores, aunque supongo que tampoco lo busca su autora. Eso sí, a aquellos que les llegue, les removerá por dentro sin miramientos.

He aquí unas pocas frases extraídas del libro:

  • Ya no te quiero, esto se ha terminado, lo mejor es que te vayas tú solo y me olvides. Hay tantas palabras que no me creo dentro de esa frase que no me atreví a pronunciarla. Quiero, terminado, olvides. Conjugadas de mil formas no existen. Sí, son necesarias, pero conforme pasa el tiempo su valor real se contamina y pierde su esencia.
  • Ya somos. No como yo hubiera querido, y no sé si como hubiera imaginado porque no recuerdo qué imaginaba antes de venir, pero no esto.
  • No son solo libros las puertas que hoy se abren, aunque esto siga siendo una auténtica mierda. Una mierda con vino, libros y hombres es muchísimo mejor.
  • Lo que yo no sabía cuando construí ese relicario es que el pasado duele, destroza, avergüenza, apesta. Y que por esa razón vamos posponiendo el momento de asomarnos a ellas, a las cajas que contienen nuestros pequeños pasos importantes, ridículos, repetidos hasta la saciedad, tanto y de tan múltiples formas, que los primeros van desvaneciéndose, deshaciéndose como cuerpos enterrados.
  • Pero nos traicionamos a nosotros mismos, la adolescente piensa que la joven no se olvidará de ella (¿cómo voy a convertirme en otra persona? ¡Eso es imposible! He de guardar aquí todas las señales por si cuando crezca me despisto), pero por si acaso marca el camino con símbolos.
  • Lo que queda es el tormento de lo que hemos sido y ya no somos o, peor aún, de lo que somos ahora y antes no éramos.
  • Frases como estas se van alineando en el pasillo neuronal de Martín pero en vez de seguir los conductos que llevan a las cuerdas vocales recorren los de salida interna, los que se perderán por las arterias hasta llegar a los ganglios que se pegan como garrapatas a los órganos vitales, ahí quedarán en silencio hasta nueva orden de infección.
  • Tumbada sobre la cama, con los pies húmedos, respira. Le entra por la nariz su propio olor agrio: es hora de lavarse. Al levantar la cabeza de la almohada siente el susurro de la piel despegándose.
  • ... en algunos momentos la vi como los adultos vemos a veces a los niños, fanáticos esmerados en ofrecernos algo sorprendente que nunca nos afecta ni nos sorprende y tenemos que fingir mientras ellos se excitan con nuestro fingimiento y luego ya nos cansamos y los consideramos absurdos y pesados y bajamos la mano y miramos hacia otra parte y los apartamos a un lado para que dejen ya de hacer el tonto.
  • La infelicidad de los padres es una de las cosas más frustrantes que existen en este mundo.
  • Al final, lo único que quieren todos los padres es que estés con ellos. Como si tu sola presencia solucionara las cosas. Aunque no haya nada que solucionar. Aquel día de su cumpleaños, por la tarde, tuvimos una compañía más suave, más tranquila, pero no quise quedarme a dormir, regresé a mi casa, lloré en el autobús de vuelta.

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