Apología de "Volverás a Región", novela de Juan Benet

De nuevo, Volverás a Región, la novela de Juan Benet, se convirtió en el centro de una conversación. Empezamos por el tópico de que es un libro difícil de leer. Y lo es. Sus frases de una página de largo, o más, no ayudan. Sobre todo al comienzo, da la sensación que uno lee sin entender bien y necesita seguir avanzando poco a poco para que la historia se vaya desenmarañando.

Que trate de la posguerra española tampoco favorece su lectura. Es un contexto recurrente en las novelas españolas. Sin embargo, conforme profundizábamos y leíamos algunos fragmentos nos fuimos rindiendo a la evidencia de la precisión de las palabras, de la maestría en la construcción de las frases o de la genialidad de la trama.

Y es que la dificultad de su lectura, esas frases tan largas, vienen a ser un trasunto del ambiente cargado de tensiones, propio de los acontecimientos posteriores a una guerra que acaba con personas pero también con futuros. Marré Gamallo, la protagonista, quiere recuperar el suyo volviendo a Región. Nos enteramos de su pasado, que no se puede alterar y que quedó marcado por el enfrentamiento de los dos bandos en la guerra civil española. Muestra en carne viva su evolución hasta terminar prostituyéndose.

Pero este no es un libro de personajes. O sí, si consideramos que Región, el espacio exterior en el que se desarrolla la historia, es un personaje. Es ese entorno el que condiciona la vida de todos los personajes humanos con sus montañas, sus ríos y sus bosques que engullen, literalmente, a quienes entran en ellos. Aun así, para mí, lo mejor de este libro no es ni su trama ni sus personajes sino la perfección borgiana en la construcción de las frases, la profundidad de su significado, el acierto de las descripciones, sus evocadoras comparaciones o la calidad de sus metáforas (horno y sexo femenino versus vela y sexo masculino, por ejemplo).

Por último, unas frases rescatadas (y cortas) de las muchas brillantes (y largas) de esta novela. De pocas novelas me ha costado tanto elegir qué frases reflejar aquí, ya que todas se lo merecían. Casi sentía traicionar a su autor, Juan Benet, por esas otras que he silenciado en este artículo para no hacerlo demasiado largo:


  • “… y por el este un desierto de ardiente yeso salpicado de rocas basálticas, descompuestas y afiladas, que al parecer la Sierra ha ido soltando con desgana para distraerse en sus largas y solitarias jornadas a lo largo de siglos y huracanes;”
  • “… el conocimiento disimula al tiempo que el recuerdo arde.”
  • “… esa repentina vitrificación del silencio.”
  • “… sentados en el primer banco, observaban los mapas orográficos y la figura anatómica del hombre, una mitad mostrando las vísceras y la otra los músculos, con esa involuntaria y forzosa atención con que el espectador de cine debe presenciar durante el entreacto el anuncio de un colchón.”
  • “… fue aceptado por el asombro y ratificado por el silencio.”
  • “… parecía obedecer a la voluntad de su mujer con la ciega mansedumbre de un elefante conducido por un enano vestido de húsar, en el número final del espectáculo.”
  • “… la totalidad del páramo en diez días de sol de mayo o junio queda más seco, hirsuto y apagado de color que un estropajo olvidado en el antepecho de una ventana.”
  • “En la casa de Región había dos palabras que predominaban sobre cualesquiera otras: dinero y hombre, la primera dominada por el disimulo, la segunda por el furor.”
  • “La mayor de las tías –se recogía el pelo en dos bolas sobre las orejas que le daban un aspecto de precursor de telegrafista o piloto de pruebas–. ”
  • “Pero si el recuerdo de su madre se había borrado –una miríada de pequeños cambios por medio de los cuales se transforma el contacto de una mejilla en el sabor de una manzana–.”
  • “… incapaz de curar con el recuerdo aquello que la memoria ha sellado con dolor.”
  • “… un gran bigote hirsuto y violáceo, semejante a un puercoespín colgado de la nariz.”
  • “Ya no le quedaba otro patrimonio que un paquete mediado de cigarrillos –los suficientes para desechar toda idea de suicidio–.”
  • “… se veía que aquellas costumbres y aquella vida ciudadana les encajaba y cuadraba tan bien como el traje de camarero con que se viste a un mono en un entreacto circense.”
  • “... de su boca manaba un aliento que no era cálido ni fétido pero tan seco que sus palabras parecían salir de un instrumento de barro.”
  • “... tan inútil como el intento de discutir el espíritu de las leyes con el recaudador de contribuciones.”
  • “En realidad el presente es muy poca cosa: casi fue todo.”


Y un último párrafo bastante más largo que no he podido dejar fuera de esta apología de Volverás a Región:

“Creo que la vida del hombre está marcada por tres edades: la primera es la edad del impulso, en la que todo lo que nos mueve y nos importa no necesita justificación, antes bien nos sentimos atraídos hacia todo aquello –una mujer, una profesión, un lugar donde vivir– gracias a una intuición impulsiva que nunca compara; todo es tan obvio que vale por sí mismo y lo único que cuenta es la capacidad para alcanzarlo. En la segunda edad aquello que elegimos en la primera, normalmente se ha gastado, ya no vale por sí mismo y necesita una justificación que el hombre razonable concede gustoso, con ayuda de su razón, claro está; es la madurez, es el momento en que, para salir airoso de las comparaciones y de las contradictorias posibilidades que le ofrece todo lo que contempla, el hombre lleva a cabo ese esfuerzo intelectual gracias al cual una trayectoria elegida por el instinto es justificada a posteriori por la reflexión. En la tercera edad no sólo se han gastado e invalidado los móviles que eligió en la primera sino también las razones con que apuntaló su conducta en la segunda. Es la enajenación, el repudio de todo lo que ha sido su vida para la cual ya no encuentra motivación ni disculpa. Para poder vivir tranquilo hay que negarse a entrar en esa tercera etapa; por muy forzado que parezca debe hacer un esfuerzo con su voluntad para permanecer en la segunda; porque otra cosa es la deriva.”

Hay ocasiones en las que merece la pena leer un libro por una sola frase que conecte con nuestra sensibilidad; Volverás a Región hay que leerlo por sus miles de oraciones capaces de hacer bailar a millones de nuestras neuronas.

Como siempre, podéis comentar lo que os apetezca en las casillas inferiores.

10 comentarios:

  1. Creo que a Benet le habría encantado tu apología y se habría sentido muy satisfecho de tu comentario.

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    1. Imposible que me hagas mejor halago, Blanca. Muchas gracias por tu comentario.

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  2. Muy buen relato, he podido encontrar muchas imágenes que había formado.

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    1. Gracias a ti, por leer y comentar, Alfonso. Me alegra que seas de los que disfrutan con Benet.

      Saludos.

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  3. Me quedan 40 páginas para llegar al final. Tuve necesidad de buscar algo por internet por si me estaba perdiendo algo básico y no quería llegar al final in albis

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    1. Te entiendo, Luis Simón. No es un libro fácil. A veces es mejor deleitarse con cada frase y olvidarse de la historia, aunque sé que sin la ayuda de la historia se hace muy cuesta arriba. Recuerdo que hice eso mismo con «En busca del tiempo perdido», de Marcel Proust. En un momento dado, perdí el hilo; pero tan abrumadora, tan evocadora era la prosa que cuando llegué al final del primer tomo me quedé con ganas de seguir leyendo.
      Espero que mi artículo te haya animado a continuar; si no es así, abandona y comienza otra novela. Los libros buscan los momentos y las personas para ser leídos. Por suerte hay muchos.
      Gracias por pasarte por aquí y por comentar.
      Un saludo.

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  4. He leído dos capítulos, y el segundo, dos veces... Solo estoy alboreando la magnífica novela que es esta. La historia, voy intuyéndola poco a poco, pero la prosa es exquisita y, a veces, humillante... Voy a empezar esta noche el capítulo tercero... Deseadme suerte...

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  5. Terminé ayer de leer la novela, tras varios días en los que prácticamente no he podido hacer otra cosa. Y no sé cuánto tardaré en salir de Región. Maravillado e hipnotizado.
    También sorprendido por coincidir con el autor del blog en algunos de los pasajes seleccionados. Gracias por todo. (Una aclaración, que por evidente sería innecesaria si no fuera porque el error podría confundir a algún lector: Es Marré Gamallo, y no María Timonel, quien mantiene esa peculiar "conversación" con el doctor Sebastián, que es el núcleo principal de la novela -quandoque dormitat bonus Homerus-)

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    1. Muchas gracias a ti, Miguel Ángel, por tu comentario, por mostrarme el gazapo que cometí (ya lo he corregido) y por ser tan comprensivo con mi error. Saludos.

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