La naturaleza contra la sociedad en «Fortunata y Jacinta», una novela de Benito Pérez Galdós


He terminado la que puede ser una de las cinco mejores novelas de autores españoles que he leído. No me gusta utilizar el adjetivo «mejores» porque, como buen comparativo, necesita una referencia, y, como esta puede ser muy diferente para cada lector, no es procedente utilizar «mejor»; entonces diré que es una de las novelas que más me han gustado. Pero, este verbo, «gustar», con ser cierto en este caso, puede no decir nada en el fondo si no añado algún por qué. Y a eso voy.

Un recorrido canónico por los distintos aspectos de la novela podría comenzar con el análisis de los personajes, continuar con la trama, el contexto, el tema y terminar, quizás, con el estilo. Siguiendo esa hoja de ruta, es imposible no empezar por ellas, por las dos mujeres que dan título a la novela y que encarnan dos mundos condenados a encontrarse: Fortunata y Jacinta. Galdós las presenta como «dos historias de casadas», pero son mucho más que eso. Jacinta es la esposa legítima, la encarnación de la virtud burguesa, la dulzura y el orden social. Sin embargo, es estéril, una metáfora brillante de una clase social que, a pesar de su apariencia de solidez, es incapaz de generar vida por sí misma. Por otro lado, Fortunata es el «pueblo» en su estado más puro: fértil, pasional e instintiva. Su moral no se rige por las convenciones, sino por una ley natural que ella misma resume en su idea. No es una mujer inmoral, sino amoral en el sentido de que su código ético es propio, tejido con remiendos de pasión y de instinto de supervivencia, lejos de la doctrina social.

El motor de la trama es, precisamente, el choque inevitable entre estas dos fuerzas, con Juan Santa Cruz como el frívolo catalizador que transita entre ambos mundos. La novela es un monumental fresco del Madrid de la segunda mitad del siglo XIX, pero el verdadero escenario es el corazón humano. El autor nos sumerge en la idea de que «la procesión va por dentro», mostrando la distancia abismal entre la vida pública y los anhelos privados. La obra explora si el amor es realmente «el único tesoro que no se compra ni se vende» en una sociedad donde todo parece tener un precio.

Para mí, el tema central es la búsqueda de la autenticidad y la legitimidad. Fortunata no solo busca el amor de Juanito, sino el reconocimiento de su lugar en el mundo a través de su hijo, el heredero que Jacinta no puede tener. Es la naturaleza abriéndose paso a la fuerza en la estructura rígida de la sociedad. Galdós no juzga: se limita a mostrarnos «las cosas como son», y al hacerlo, revela que la moralidad es mucho más compleja que una simple distinción entre el bien y el mal.

Todo esto está narrado con un estilo considerado como la cumbre del realismo español. El autor sabe dar vida a decenas de personajes, de reproducir el lenguaje de la calle y de los salones, y de construir un universo tan vívido que el lector siente que se pasea por las calles del Madrid decimonónico.

En resumen, Fortunata y Jacinta, además de una entretenida novela, es un retrato profundo de la naturaleza humana y una reflexión sobre la España de su tiempo, cuyas tensiones profundas de conservadurismo y progresismo, en cierto modo, aún perduran.

Como siempre, concluyo con unos pocos fragmentos, de los muchos que he anotado, y que son representativos de la gracia narrativa del autor:

  • El sombrero de copa da mucha respetabilidad a la fisonomía, y raro es el hombre que no se cree importante sólo con llevar sobre la cabeza un cañón de chimenea.
  • Todo esto era muy bonito para dicho en la tertulia de una tienda; pero sonaba a cencerrada en el corazón de una doncella, que no estando enamorada, tenía ganas de estarlo.
  • Como él pegase la hebra con gana, ya podía venirse el cielo abajo, y antes le cortaran la lengua que la hebra.
  • Al día siguiente, cuando fueron a la catedral, ya bastante tarde, sabía Jacinta una porción de expresiones cariñosas y de íntima confianza de amor que hasta entonces no había pronunciado nunca, como no fuera en la vaguedad discreta del pensamiento que recela descubrirse a sí mismo.
  • Nadie necesitaba tanto como él que se le llamase al orden, y sobre todo, lo que más falta le hacía era que le recortaran la bebida, porque aquello no era ya boca, era un embudo.
  • Aparisi era mucho más joven, hombre que presumía de pie pequeño y de manos bonitas, la cara arrebolada, el bigote castaño cayendo a lo chino, los ojos grandes, y en la cabeza una de esas calvas que son para sus poseedores un diploma de talento.
  • La más subyugada era Jacinta, quien no se hubiera atrevido a sostener delante de la familia que lo blanco es blanco, si su querido esposo sostenía que es negro.
  • Estaban jugando con el fango, que es el juguete más barato que se conoce.
  • El sofá de Vitoria era uno de los muebles más alarmantes que se pueden imaginar. No había más que verle para comprender que no respondía de la seguridad de quien en él se sentase.

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